/ lunes 11 de noviembre de 2019

El año en que sufrimos retrocesos

Un año ya del gobierno de López Obrador. En realidad pareciera que es más tiempo por su desgaste brutal. Su megalómana aspiración de trascender en la historia encabezando una cuarta transformación basada desde el posicionamiento de su persona, está siendo arrasada por sus acciones autoritarias y demagógicas. En la realidad, está muy lejos de ser su mandato, la concreción de políticas que resuelvan -como lo prometió- erradicar la corrupción, atender la inseguridad y emerger como un Presidente honesto y eficiente que se hace indispensable -como en realidad quiere- para concretar esa transformación.

Especialistas desde diversos medios de comunicación hacen un recuento de los retrocesos y es inevitable esa confrontación con los datos del Presidente. La verdad, no está gobernando a favor de los pobres: por el contrario hay más pobres; no está acabando con la corrupción, solo hay una persecución selectiva y amenazas de cacería de brujas a quienes se le opongan; y tampoco le resultarán sus costosas obras estructurales.

La corrupción sigue imperando porque es sistémica y el mecanismo para prevenirla, el Sistema Nacional Anticorrupción, interrumpió su consolidación; su partido ha impulsado reformas legislativas propias del sistema inquisitorio del derecho penal del enemigo que han fracasado en todo el mundo. Por ejemplo frente a los informes de INEGI que reportan 0% de crecimiento en PIB el segundo trimestre de este año, el Presidente tendría que darse cuenta que ese reporte va aparejado con decisiones como la de sepultar el proyecto del NAIM; por más propaganda que haga a favor de su aeropuerto Santa Lucía, no hay fundamento técnico que avale es una decisión viable, como tampoco lo es su refinería Dos Bocas.

A todo esto, pregunto cuándo la Cámara de Diputados le pedirá cuentas sobre la decisión discrecional y unilateral de utilizar los recursos del Fondo de Estabilización de Ingresos Presupuestarios que tiene la SHyCP, algo que no había acontecido ni para apoyar los estragos de los temblores de septiembre de 2017.

La crisis económica no va sola: la falta de atención a la inseguridad y la violencia que perpetran los malosos son cubetas de agua fría frente a sus chistes y consejos simplistas. Su primer año será el más cruento de los últimos sexenios; si, será peor que los de Calderón y Peña, entre otras cuestiones porque desdeña a quienes tienen conocimiento diagnóstico en la materia. Reiteradamente el Presidente evidencia un serio complejo de inferioridad frente a quienes han adquirido la sabiduría del aprendizaje. Su pensamiento cada vez más cerca del maoismo sólo falta imponga políticas de reconversión a los fifís, enviándolos a trabajar como peones en el campo para su “reeducación”.

Su gobierno no es diferente al stablishment de los autoritarios, todas las mañanas refrenda el mismo síndrome que caracteriza a quienes son ambiciosos de poder: añoran más poder para evitar perderlo.

Sin embargo hay dos hechos que han tatuado profundamente su primer año evidenciando su falta de expertis para gobernar: el ridículo del caso Ovidio Guzmán, y la masacre de las niñas y niños y sus madres de la familia LeBarón. Estos hechos son contundentes fracasos particularmente por cómo ha respondido frente a estos siniestros y porque ha desatado el enojo imperialista del coloso del norte. No hay manera de que no se imponga la realidad.

Un año ya del gobierno de López Obrador. En realidad pareciera que es más tiempo por su desgaste brutal. Su megalómana aspiración de trascender en la historia encabezando una cuarta transformación basada desde el posicionamiento de su persona, está siendo arrasada por sus acciones autoritarias y demagógicas. En la realidad, está muy lejos de ser su mandato, la concreción de políticas que resuelvan -como lo prometió- erradicar la corrupción, atender la inseguridad y emerger como un Presidente honesto y eficiente que se hace indispensable -como en realidad quiere- para concretar esa transformación.

Especialistas desde diversos medios de comunicación hacen un recuento de los retrocesos y es inevitable esa confrontación con los datos del Presidente. La verdad, no está gobernando a favor de los pobres: por el contrario hay más pobres; no está acabando con la corrupción, solo hay una persecución selectiva y amenazas de cacería de brujas a quienes se le opongan; y tampoco le resultarán sus costosas obras estructurales.

La corrupción sigue imperando porque es sistémica y el mecanismo para prevenirla, el Sistema Nacional Anticorrupción, interrumpió su consolidación; su partido ha impulsado reformas legislativas propias del sistema inquisitorio del derecho penal del enemigo que han fracasado en todo el mundo. Por ejemplo frente a los informes de INEGI que reportan 0% de crecimiento en PIB el segundo trimestre de este año, el Presidente tendría que darse cuenta que ese reporte va aparejado con decisiones como la de sepultar el proyecto del NAIM; por más propaganda que haga a favor de su aeropuerto Santa Lucía, no hay fundamento técnico que avale es una decisión viable, como tampoco lo es su refinería Dos Bocas.

A todo esto, pregunto cuándo la Cámara de Diputados le pedirá cuentas sobre la decisión discrecional y unilateral de utilizar los recursos del Fondo de Estabilización de Ingresos Presupuestarios que tiene la SHyCP, algo que no había acontecido ni para apoyar los estragos de los temblores de septiembre de 2017.

La crisis económica no va sola: la falta de atención a la inseguridad y la violencia que perpetran los malosos son cubetas de agua fría frente a sus chistes y consejos simplistas. Su primer año será el más cruento de los últimos sexenios; si, será peor que los de Calderón y Peña, entre otras cuestiones porque desdeña a quienes tienen conocimiento diagnóstico en la materia. Reiteradamente el Presidente evidencia un serio complejo de inferioridad frente a quienes han adquirido la sabiduría del aprendizaje. Su pensamiento cada vez más cerca del maoismo sólo falta imponga políticas de reconversión a los fifís, enviándolos a trabajar como peones en el campo para su “reeducación”.

Su gobierno no es diferente al stablishment de los autoritarios, todas las mañanas refrenda el mismo síndrome que caracteriza a quienes son ambiciosos de poder: añoran más poder para evitar perderlo.

Sin embargo hay dos hechos que han tatuado profundamente su primer año evidenciando su falta de expertis para gobernar: el ridículo del caso Ovidio Guzmán, y la masacre de las niñas y niños y sus madres de la familia LeBarón. Estos hechos son contundentes fracasos particularmente por cómo ha respondido frente a estos siniestros y porque ha desatado el enojo imperialista del coloso del norte. No hay manera de que no se imponga la realidad.