/ domingo 14 de abril de 2024

Entre piernas y telones / Ana contra la muerte

Todas las opiniones son válidas; eso no se discute. Anticipo esta observación porque recientemente escuché un punto de vista que no comparto en absoluto, pero respeto a plenitud y defiendo el derecho de expresarlo.

Alguien afirmaba que el teatro debe ser esencialmente diversión, distracción, para que el espectador quede al final de cada función con una sonrisa y un buen sabor de boca.

Ojalá pudiera ser así… ¡Ojalá! Pero en tanto que el teatro es un reflejo de nuestra vida cotidiana, va a ser imposible que siempre se pinte de color rosa. Habrá momentos verdes, amarillos, azules, grises… y negros, muchos negros.

Y, sin embargo, aún en esos tonos más oscuros, el teatro resultará una ventana luminosa, pues nos posibilita vernos a la distancia, analizarnos, descubrirnos y en esa medida reaccionar a la realidad, y enfrentarla, ¡vivirla!, de una manera distinta.

Hago esta larga introducción para recomendar amplísimamente la obra “Ana contra la muerte”, que desde el título pudiera parecer pesimista. Y si le agregamos un poco de la trama, el asunto parecería peor. En la sinopsis del programa de mano se explica: El hijo de Ana tiene cáncer, ella no puede costear el tratamiento, pero tampoco puede dejar que su hijo se muera, ¿qué está dispuesta a hacer para salvarlo, hasta dónde piensa llegar y hasta qué punto somos capaces de entenderla?

En el mismo programa de mano, Gabriel Calderón, el autor, explica que “Ana contra la muerte viene atravesada por una experiencia dolorosa y personal como el fallecimiento de mi hermana a sus jóvenes 35 años. Con esa experiencia y en medio de esta escritura, cuidando respetar el material en su esencia de ficción, me convencí de cambiar radicalmente la esencia de mi dramaturgia y respetar el tamaño y el dolor que el propio material exigía”. ¿Qué se responde ante esto?

El teatro es y debe ser así. Verdadero, nacido de la realidad, de las entrañas, de la vivencia y del interés personal y, siempre válido, de quienes lo realizan, desde el dramaturgo, hasta el último de los técnicos.

Gabriel Calderón forma parte de la actual generación de brillantes dramaturgos uruguayos, y cuyos estupendos textos han llegado con mucha fuerza a nuestro país en el último lustro. Entre ellos están Sergio Blanco, Fernando Schmidt y Christian Ibarzábal. ¡Excelentes autores todos y de lo más diversos!

Al sólido texto hay que sumarle el trabajo de un brillante equipo creativo que encabeza Cristian Magaloni, quien paso a paso, montaje tras montaje, se va consolidando como un enorme director de escena.

Magaloni cuida cada detalle, cada escena, cada diálogo, y los dota de la fuerza que se requiere. Además, logra -cosa no fácil- no repetirse para nada. Cada una de sus puestas en escena es única, trabajada como filigrana. Nada de trabajo en serie o “una más”. Felicidades a uno de nuestros mejores directores en la actualidad.

Y para redondear la propuesta, Magaloni se apoya en un poker de creativos excelentes: Emilio Zurita (escenografía); María Vergara (iluminación); Giselle Sandiel (vestuario) y Leo Soqui (diseño sonoro, arreglos y música original).

Todo esto al servicio de cuatro joyas de actrices: Mariana Giménez, Nohemí Espinosa, Montse Ángeles Peralta y Mariana Gajá. ¡Qué trabajo de cada una de ellas! ¡Qué entrega y que esfuerzo!, y no sólo emocional, sino físico incluso, por el reto que el trazo escénico y la escenografía les exigen.

“Ana contra la muerte” es de esas puestas en escena que dejan al público helado; pero que lo orillan, lo invitan, lo motivan a pensar, a no quedarse con las ganas de, sino a salir del teatro y hacer algo más que ver. Teatro de 100, que no hay que perderse.

“Ana contra la muerte” se presenta de viernes a domingo, sólo hasta el 28 de abril, en La Gruta, del Centro Cultural Helénico.


Todas las opiniones son válidas; eso no se discute. Anticipo esta observación porque recientemente escuché un punto de vista que no comparto en absoluto, pero respeto a plenitud y defiendo el derecho de expresarlo.

Alguien afirmaba que el teatro debe ser esencialmente diversión, distracción, para que el espectador quede al final de cada función con una sonrisa y un buen sabor de boca.

Ojalá pudiera ser así… ¡Ojalá! Pero en tanto que el teatro es un reflejo de nuestra vida cotidiana, va a ser imposible que siempre se pinte de color rosa. Habrá momentos verdes, amarillos, azules, grises… y negros, muchos negros.

Y, sin embargo, aún en esos tonos más oscuros, el teatro resultará una ventana luminosa, pues nos posibilita vernos a la distancia, analizarnos, descubrirnos y en esa medida reaccionar a la realidad, y enfrentarla, ¡vivirla!, de una manera distinta.

Hago esta larga introducción para recomendar amplísimamente la obra “Ana contra la muerte”, que desde el título pudiera parecer pesimista. Y si le agregamos un poco de la trama, el asunto parecería peor. En la sinopsis del programa de mano se explica: El hijo de Ana tiene cáncer, ella no puede costear el tratamiento, pero tampoco puede dejar que su hijo se muera, ¿qué está dispuesta a hacer para salvarlo, hasta dónde piensa llegar y hasta qué punto somos capaces de entenderla?

En el mismo programa de mano, Gabriel Calderón, el autor, explica que “Ana contra la muerte viene atravesada por una experiencia dolorosa y personal como el fallecimiento de mi hermana a sus jóvenes 35 años. Con esa experiencia y en medio de esta escritura, cuidando respetar el material en su esencia de ficción, me convencí de cambiar radicalmente la esencia de mi dramaturgia y respetar el tamaño y el dolor que el propio material exigía”. ¿Qué se responde ante esto?

El teatro es y debe ser así. Verdadero, nacido de la realidad, de las entrañas, de la vivencia y del interés personal y, siempre válido, de quienes lo realizan, desde el dramaturgo, hasta el último de los técnicos.

Gabriel Calderón forma parte de la actual generación de brillantes dramaturgos uruguayos, y cuyos estupendos textos han llegado con mucha fuerza a nuestro país en el último lustro. Entre ellos están Sergio Blanco, Fernando Schmidt y Christian Ibarzábal. ¡Excelentes autores todos y de lo más diversos!

Al sólido texto hay que sumarle el trabajo de un brillante equipo creativo que encabeza Cristian Magaloni, quien paso a paso, montaje tras montaje, se va consolidando como un enorme director de escena.

Magaloni cuida cada detalle, cada escena, cada diálogo, y los dota de la fuerza que se requiere. Además, logra -cosa no fácil- no repetirse para nada. Cada una de sus puestas en escena es única, trabajada como filigrana. Nada de trabajo en serie o “una más”. Felicidades a uno de nuestros mejores directores en la actualidad.

Y para redondear la propuesta, Magaloni se apoya en un poker de creativos excelentes: Emilio Zurita (escenografía); María Vergara (iluminación); Giselle Sandiel (vestuario) y Leo Soqui (diseño sonoro, arreglos y música original).

Todo esto al servicio de cuatro joyas de actrices: Mariana Giménez, Nohemí Espinosa, Montse Ángeles Peralta y Mariana Gajá. ¡Qué trabajo de cada una de ellas! ¡Qué entrega y que esfuerzo!, y no sólo emocional, sino físico incluso, por el reto que el trazo escénico y la escenografía les exigen.

“Ana contra la muerte” es de esas puestas en escena que dejan al público helado; pero que lo orillan, lo invitan, lo motivan a pensar, a no quedarse con las ganas de, sino a salir del teatro y hacer algo más que ver. Teatro de 100, que no hay que perderse.

“Ana contra la muerte” se presenta de viernes a domingo, sólo hasta el 28 de abril, en La Gruta, del Centro Cultural Helénico.