/ miércoles 2 de septiembre de 2020

Idea musical | La dulzura musical en tiempos de pandemia

En 1945 la pareja de Lionel Belasco y Lord Invader compusieron Rum And Coca-Cola, una canción que vendió siete millones de copias en la versión de las Andrew Sisters. Un calipso que a la fecha es referente de una era de recuperación de la felicidad en la post-guerra. Una canción a la que en cualquier momento alguien, en alguna parte en Mexico, le va a echar la culpa de los catastróficos números del Covid-19 en nuestro país.

En 1964 Millie Small popularizó un ska compuesto a mitad de los años 50 por Robert Spencer del grupo The Cadillacs con el título original de My Girl Lollypop, la versión de Small se basó en la versión de 1956 de Barbie Gaye con el título que la haría famosa My Boy Lollipop. Una comparación del objeto amoroso con un caramelo que, en estas épocas, en cualquier momento, va a ser censurada por provocar un daño irreparable en quien la escucha poniéndolo incluso en riesgo de contagiarse de Covid-19.

En 1973 Don Henley y Glenn Frey compusieron el primer sencillo de su segundo album Desperado, basados en un cocktail de nombre Tequila Sunrise cuya receta incluye 3 oz de jugo de naranja y 3/4 de onza de granadina, es decir, pura azúcar. El que el cocktail incluya 2 oz de tequila va a parecer intrascendente pues la sola mención del azúcar va a ser suficiente para censurar esta bebida -mas allá del mal gusto de pedir un cocktail en pleno 2020- como amenaza inminente a nuestra sociedad, que incrementa el riesgo de contagio de Covid-19.

Esta moda de cocktails cierra la década de los 70 con la canción Escape de Rupert Holmes que se volvió famosa en todo el mundo por el inicio del coro en donde pregunta a su objeto de deseo si existe el gusto por la piña colada, prácticamente alterando el nombre de la canción. La piña colada es una bebida cuya receta incluye 1 oz de crema de coco y 3 oz de jugo de piña. Si a ello le añadimos 1 oz de ron, la referencia de este ‘veneno’ en una canción será más que razón suficiente, de esos mismos denominados cuidadores de nuestro bienestar, para censurar y quemar cualquier disco en el que se encuentre la canción. Escucharla es factor de riesgo para el contagio de Covid-19.

Cualquiera que sea la razón argumentada, nunca estaré de acuerdo en que el Estado tenga injerencia en la vida privada de los ciudadanos, menos aún, en las decisiones de crianza de los hijos de cada quien y en la administración de la casa de cada quien. Así, pretender que es un acto ‘heroico’ o ‘patriótico’ limitar la comercialización de dulces y refrescos, es una forma impresentable de gobernar, extralimitando el alcance de la dicción de leyes y reglamentos al terreno del sagrado espacio de la privacidad e individualidad de cada uno de nosotros.

En nuestra lista de canciones amenazadas por estas políticas extralimitadas está Sweet Child O’Mine, canción compuesta por la banda Guns N’Roses que exalta la dulzura de una mujer convirtiéndola en portadora impresentable del veneno social que contribuye al contagio de Covid-19. Y finalmente, en esta breve lista, Candy, segundo sencillo del Brick By Brick de Iggy Pop cantada a dueto con Kate Pierson de The B-52’s que confirma el peligro de tanta dulzura: ‘you burned my heart with a flickering torch’ (quemaste mi corazón con una trémula antorcha).

De Celia Cruz y su famoso ‘azúcar’, y de los Archies y su ‘sugar, sugar’, ni hablemos.

En 1945 la pareja de Lionel Belasco y Lord Invader compusieron Rum And Coca-Cola, una canción que vendió siete millones de copias en la versión de las Andrew Sisters. Un calipso que a la fecha es referente de una era de recuperación de la felicidad en la post-guerra. Una canción a la que en cualquier momento alguien, en alguna parte en Mexico, le va a echar la culpa de los catastróficos números del Covid-19 en nuestro país.

En 1964 Millie Small popularizó un ska compuesto a mitad de los años 50 por Robert Spencer del grupo The Cadillacs con el título original de My Girl Lollypop, la versión de Small se basó en la versión de 1956 de Barbie Gaye con el título que la haría famosa My Boy Lollipop. Una comparación del objeto amoroso con un caramelo que, en estas épocas, en cualquier momento, va a ser censurada por provocar un daño irreparable en quien la escucha poniéndolo incluso en riesgo de contagiarse de Covid-19.

En 1973 Don Henley y Glenn Frey compusieron el primer sencillo de su segundo album Desperado, basados en un cocktail de nombre Tequila Sunrise cuya receta incluye 3 oz de jugo de naranja y 3/4 de onza de granadina, es decir, pura azúcar. El que el cocktail incluya 2 oz de tequila va a parecer intrascendente pues la sola mención del azúcar va a ser suficiente para censurar esta bebida -mas allá del mal gusto de pedir un cocktail en pleno 2020- como amenaza inminente a nuestra sociedad, que incrementa el riesgo de contagio de Covid-19.

Esta moda de cocktails cierra la década de los 70 con la canción Escape de Rupert Holmes que se volvió famosa en todo el mundo por el inicio del coro en donde pregunta a su objeto de deseo si existe el gusto por la piña colada, prácticamente alterando el nombre de la canción. La piña colada es una bebida cuya receta incluye 1 oz de crema de coco y 3 oz de jugo de piña. Si a ello le añadimos 1 oz de ron, la referencia de este ‘veneno’ en una canción será más que razón suficiente, de esos mismos denominados cuidadores de nuestro bienestar, para censurar y quemar cualquier disco en el que se encuentre la canción. Escucharla es factor de riesgo para el contagio de Covid-19.

Cualquiera que sea la razón argumentada, nunca estaré de acuerdo en que el Estado tenga injerencia en la vida privada de los ciudadanos, menos aún, en las decisiones de crianza de los hijos de cada quien y en la administración de la casa de cada quien. Así, pretender que es un acto ‘heroico’ o ‘patriótico’ limitar la comercialización de dulces y refrescos, es una forma impresentable de gobernar, extralimitando el alcance de la dicción de leyes y reglamentos al terreno del sagrado espacio de la privacidad e individualidad de cada uno de nosotros.

En nuestra lista de canciones amenazadas por estas políticas extralimitadas está Sweet Child O’Mine, canción compuesta por la banda Guns N’Roses que exalta la dulzura de una mujer convirtiéndola en portadora impresentable del veneno social que contribuye al contagio de Covid-19. Y finalmente, en esta breve lista, Candy, segundo sencillo del Brick By Brick de Iggy Pop cantada a dueto con Kate Pierson de The B-52’s que confirma el peligro de tanta dulzura: ‘you burned my heart with a flickering torch’ (quemaste mi corazón con una trémula antorcha).

De Celia Cruz y su famoso ‘azúcar’, y de los Archies y su ‘sugar, sugar’, ni hablemos.

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