/ jueves 11 de junio de 2020

Idea musical

Algo esta pasando en México y el mundo que puede ser el inicio de una nueva era. Gente trabajando desde sus casas, estudiantes tomando clases en línea, ejecutivos organizando juntas virtuales. Pareciera que el símbolo de los tiempos, que era la abstracción de la cotidianeidad a través de las redes sociales y la sustitución del acto presencial por el escape vrtual ofrecido por la red del ancho del mundo, se ha hecho absolutamente real y la fantasía de poder hacer todo sin salir de casa es ahora una realidad, aunque una realidad impuesta por circunstancias obligatorias.

Una tercera parte de la humanidad, algo así como 2 mil millones de personas, están en este momento confinadas a sus casas cuidándose de no ser contagiadas por un virus con un bajo nivel de letalidad, pero con una agresividad nunca vista para reproducirse y que pone en riesgo mortal a sectores muy identificados de la población general. El confinamiento, así, es más un ejercicio de responsabilidad personal para con la comunidad, que un acto de autodefensa. Es decir: nos quedamos en un espacio protegido para evitar contraer el virus y convertirnos en portadores que potencialmente pondriamos en riesgo vidas a nuestro alrededor.

Más que nunca, esas redes en las que antes vivíamos artificialmente, obviando nuestra vida presencial cotidiana, son hoy la forma como estamos encontrando la comunicación, la intimidad, la justificación de nuestra existencia en comunidad. Y esas redes, en medio de este aislamiento, han tenido un cambio de configuración sorprendente, pasando de ser un vehículo pertador de constantes golpeteos críticos que proyectaba alter egos destructivos, a ser ahora un mosaico de humanidad pura, expuesta en la fragilidad de su soledad.

Las muestras de respaldo, de ánimo, de situaciones absurdas e inoherentes más bien divertidas, de invitaciones a desafíos entretenidos, recomendaciones de libros, series, películas, música, organizacion de conciertos virtuales, aportaciones musicales de profesionales transmitidas desde su intimidad más profunda; exposiciones de personajes que no tienen empacho en mostrar sus casas, sus habitaciones, sus mundos reales cargados de defectos perfectamente humanos, espacios desordenados, sin cirugías interioristas, improvisados para el confort auténtico de quienes los viven, así como imagenes sin maquillaje, sin el obsesivo y artificial cuidado del aspecto personal, se convierten en puntos de contacto humano maravillosos, libremente expresados en esta especie de paréntesis que estamos viviendo la humanidad entera, dándonos la posiblidad de mostrarnos tal cual somos.

Este distanciamiento social, en lo físico, se ha convertido en un acercamiento social, en la realidad conceptual de nuestros días. Se ha abierto una ventana para vernos con otros ojos que, creo, difícilmente se cerrará y nos regresa a nuestras anteriores costumbres. Aunque ciertamente la inercia de la vida cotidiana es muy fuerte y la atracción a ‘regresar’ a quienes eramos antes de este fenomeno histórico, es casi inevitable, en nuestra memoria e inconsciencia quedará impresa esta forma de vernos, que, ojalá, nos estimule la humanidad que veníamos perdiendo cuando el asilamiento era voluntario, escondidos en la fantasía de pretender quiénes sabíamos no eramos.


Algo esta pasando en México y el mundo que puede ser el inicio de una nueva era. Gente trabajando desde sus casas, estudiantes tomando clases en línea, ejecutivos organizando juntas virtuales. Pareciera que el símbolo de los tiempos, que era la abstracción de la cotidianeidad a través de las redes sociales y la sustitución del acto presencial por el escape vrtual ofrecido por la red del ancho del mundo, se ha hecho absolutamente real y la fantasía de poder hacer todo sin salir de casa es ahora una realidad, aunque una realidad impuesta por circunstancias obligatorias.

Una tercera parte de la humanidad, algo así como 2 mil millones de personas, están en este momento confinadas a sus casas cuidándose de no ser contagiadas por un virus con un bajo nivel de letalidad, pero con una agresividad nunca vista para reproducirse y que pone en riesgo mortal a sectores muy identificados de la población general. El confinamiento, así, es más un ejercicio de responsabilidad personal para con la comunidad, que un acto de autodefensa. Es decir: nos quedamos en un espacio protegido para evitar contraer el virus y convertirnos en portadores que potencialmente pondriamos en riesgo vidas a nuestro alrededor.

Más que nunca, esas redes en las que antes vivíamos artificialmente, obviando nuestra vida presencial cotidiana, son hoy la forma como estamos encontrando la comunicación, la intimidad, la justificación de nuestra existencia en comunidad. Y esas redes, en medio de este aislamiento, han tenido un cambio de configuración sorprendente, pasando de ser un vehículo pertador de constantes golpeteos críticos que proyectaba alter egos destructivos, a ser ahora un mosaico de humanidad pura, expuesta en la fragilidad de su soledad.

Las muestras de respaldo, de ánimo, de situaciones absurdas e inoherentes más bien divertidas, de invitaciones a desafíos entretenidos, recomendaciones de libros, series, películas, música, organizacion de conciertos virtuales, aportaciones musicales de profesionales transmitidas desde su intimidad más profunda; exposiciones de personajes que no tienen empacho en mostrar sus casas, sus habitaciones, sus mundos reales cargados de defectos perfectamente humanos, espacios desordenados, sin cirugías interioristas, improvisados para el confort auténtico de quienes los viven, así como imagenes sin maquillaje, sin el obsesivo y artificial cuidado del aspecto personal, se convierten en puntos de contacto humano maravillosos, libremente expresados en esta especie de paréntesis que estamos viviendo la humanidad entera, dándonos la posiblidad de mostrarnos tal cual somos.

Este distanciamiento social, en lo físico, se ha convertido en un acercamiento social, en la realidad conceptual de nuestros días. Se ha abierto una ventana para vernos con otros ojos que, creo, difícilmente se cerrará y nos regresa a nuestras anteriores costumbres. Aunque ciertamente la inercia de la vida cotidiana es muy fuerte y la atracción a ‘regresar’ a quienes eramos antes de este fenomeno histórico, es casi inevitable, en nuestra memoria e inconsciencia quedará impresa esta forma de vernos, que, ojalá, nos estimule la humanidad que veníamos perdiendo cuando el asilamiento era voluntario, escondidos en la fantasía de pretender quiénes sabíamos no eramos.


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