/ sábado 5 de agosto de 2023

La desinformación electoral que se viene 

Gracias a la tecnología de información y comunicación, hoy la persona promedio tiene posibilidades de contar con información y datos valiosos de todo tipo que le pueden ayudar a conocer más y mejor el mundo, a tomar mejores decisiones y a tener una mejor calidad de vida. Al mismo tiempo, estas mismas tecnologías también han generado riesgos a la seguridad, a la privacidad y a la convivencia democrática. Respecto de esta última, la tecnología ha servido también de plataforma para la difusión de formas de comunicación que, más allá de las naturales diferencias y posiciones críticas que existen en toda sociedad moderna, pretenden confundir, dividir y enfrentar a través de contenidos y discursos basados en el engaño, la xenofobia y la discriminación.

En general, si bien la gran mayoría de las personas no busca ni difunde contenidos de este tipo en sus redes sociales de manera consciente, en ciertos momentos, como durante procesos electorales o crisis, como la de COVID-19, la cantidad de información falsa que circula puede alcanzar a cualquiera. El problema es que cuando no identificamos a tiempo esta información, sobre todo aquella que ha sido creada con la intención expresa de promover ideas engañosas, puede terminar por convertirse en un riesgo para la convivencia democrática y pacífica en una sociedad. Por ejemplo, la normalización de contenidos falsos puede conducir a las personas a cuestionar las medidas de salud pública, a estigmatizar a ciertos grupos de la sociedad, o, durante procesos electorales, a desconfiar de las autoridades y de los resultados. La desinformación afecta el diálogo político y social, la confianza y la posibilidad de imaginar y construir futuros comunes.

Por eso es muy importante ser consciente que, ante ciertas coyunturas, como los procesos electorales que vamos a vivir en México, la cantidad de desinformación –esa información falsa creada expresamente por intereses políticos o económicos para engañarnos y confundirnos—va a incrementarse. La desinformación no busca necesariamente convencernos de algo, sino sobre todo confundirnos y hacernos dudar de todo y, en el peor de los casos, exacerbar nuestros miedos y prejuicios. Pero, ¿por qué llega a funcionar? La investigación al respecto nos indica que, en buena medida, la desinformación suele tomar como base alguna información verdadera que inmediatamente tuerce para sus propósitos utilizando un lenguaje que exacerba las emociones y que, cuando hace un llamado a la acción, lo hace a partir de una simplificación polarizante (“ellos contra nosotros”).

Llega a ser efectivo debido a que busca explotar algunos de los aspectos siguientes: 1) Nuestro “sesgo de confirmación”, es decir, la tendencia natural que tenemos las personas de interpretar la información en modos que confirmen lo que ya creemos o queremos creer. Por ejemplo, si creemos que “todos los políticos son corruptos”, en el momento en que nos llegue un contenido de tal o cual candidato o candidata señalándola por corrupción, no nos va a costar trabajo asociarlo con nuestra creencia previa en lugar de tratar de verificar si ese contenido específico es cierto o no.

2) Nuestro razonamiento motivado. A diferencia del sesgo de confirmación, el razonamiento motivado ocurre cuando buscamos o nos fijamos únicamente en aquella información que confirma nuestras creencias previas y descartamos, en cambio, toda información que las cuestione. Por ejemplo, si por alguna razón nos cae mal un candidato o una candidata, con gusto aceptaremos aquella información que la ataque y vamos descartar y a no hacer mayor caso de aquella que resalte sus virtudes o logros.

3) Nuestra mayor capacidad para retener información negativa. Si esto se combina con la “primera” información que recibimos o encontramos de un candidato o una candidata, por lo general cuesta mucho trabajo cambiar esta impresión. Por ejemplo, si de lo primero que llegamos a saber de una candidata o candidato es de sus errores –aunque sea información falsa—modificar esta impresión cuesta trabajo dado que una vez que se instala en nuestra memoria tal impresión, incluso a pesar de datos posteriores que la corrijan.

4) Nuestra asociación entre repetición y consenso. Si una información falsa se difunde por muchos medios sin que haya a tiempo una corrección, sobre todo en nuestros círculos y grupos de amigos, familiares y conocidos, su constante presencia aquí nos hará creer que es una información probablemente cierta y aceptable en nuestros círculos. Esto significa que también entra en juego aquí nuestro natural anhelo de pertenencia a grupos, lo que hace que entre mayor gusto, necesidad o anhelo de pertenencia, menor voluntad para desafiar las opiniones dominantes aquí.

Ante todo ello, ¿qué hacer? Primero, ser conscientes no sólo de que existe este tipo de información, sino de que ahora que inicia la época electoral en México vamos a tener muchísimos de estos contenidos. Segundo, identificar algún medio de comunicación que nos parezca el mejor o más confiable. Y tercero, tener una actitud abierta a verificar, tan fácil como buscar si en el medio de nuestra confianza se ha publicado algo al respecto. Esto implica darle la oportunidad a los medios de servir como brújula orientadora en un mar de información. Exijamos a nuestros medios estar a la altura.

Gracias a la tecnología de información y comunicación, hoy la persona promedio tiene posibilidades de contar con información y datos valiosos de todo tipo que le pueden ayudar a conocer más y mejor el mundo, a tomar mejores decisiones y a tener una mejor calidad de vida. Al mismo tiempo, estas mismas tecnologías también han generado riesgos a la seguridad, a la privacidad y a la convivencia democrática. Respecto de esta última, la tecnología ha servido también de plataforma para la difusión de formas de comunicación que, más allá de las naturales diferencias y posiciones críticas que existen en toda sociedad moderna, pretenden confundir, dividir y enfrentar a través de contenidos y discursos basados en el engaño, la xenofobia y la discriminación.

En general, si bien la gran mayoría de las personas no busca ni difunde contenidos de este tipo en sus redes sociales de manera consciente, en ciertos momentos, como durante procesos electorales o crisis, como la de COVID-19, la cantidad de información falsa que circula puede alcanzar a cualquiera. El problema es que cuando no identificamos a tiempo esta información, sobre todo aquella que ha sido creada con la intención expresa de promover ideas engañosas, puede terminar por convertirse en un riesgo para la convivencia democrática y pacífica en una sociedad. Por ejemplo, la normalización de contenidos falsos puede conducir a las personas a cuestionar las medidas de salud pública, a estigmatizar a ciertos grupos de la sociedad, o, durante procesos electorales, a desconfiar de las autoridades y de los resultados. La desinformación afecta el diálogo político y social, la confianza y la posibilidad de imaginar y construir futuros comunes.

Por eso es muy importante ser consciente que, ante ciertas coyunturas, como los procesos electorales que vamos a vivir en México, la cantidad de desinformación –esa información falsa creada expresamente por intereses políticos o económicos para engañarnos y confundirnos—va a incrementarse. La desinformación no busca necesariamente convencernos de algo, sino sobre todo confundirnos y hacernos dudar de todo y, en el peor de los casos, exacerbar nuestros miedos y prejuicios. Pero, ¿por qué llega a funcionar? La investigación al respecto nos indica que, en buena medida, la desinformación suele tomar como base alguna información verdadera que inmediatamente tuerce para sus propósitos utilizando un lenguaje que exacerba las emociones y que, cuando hace un llamado a la acción, lo hace a partir de una simplificación polarizante (“ellos contra nosotros”).

Llega a ser efectivo debido a que busca explotar algunos de los aspectos siguientes: 1) Nuestro “sesgo de confirmación”, es decir, la tendencia natural que tenemos las personas de interpretar la información en modos que confirmen lo que ya creemos o queremos creer. Por ejemplo, si creemos que “todos los políticos son corruptos”, en el momento en que nos llegue un contenido de tal o cual candidato o candidata señalándola por corrupción, no nos va a costar trabajo asociarlo con nuestra creencia previa en lugar de tratar de verificar si ese contenido específico es cierto o no.

2) Nuestro razonamiento motivado. A diferencia del sesgo de confirmación, el razonamiento motivado ocurre cuando buscamos o nos fijamos únicamente en aquella información que confirma nuestras creencias previas y descartamos, en cambio, toda información que las cuestione. Por ejemplo, si por alguna razón nos cae mal un candidato o una candidata, con gusto aceptaremos aquella información que la ataque y vamos descartar y a no hacer mayor caso de aquella que resalte sus virtudes o logros.

3) Nuestra mayor capacidad para retener información negativa. Si esto se combina con la “primera” información que recibimos o encontramos de un candidato o una candidata, por lo general cuesta mucho trabajo cambiar esta impresión. Por ejemplo, si de lo primero que llegamos a saber de una candidata o candidato es de sus errores –aunque sea información falsa—modificar esta impresión cuesta trabajo dado que una vez que se instala en nuestra memoria tal impresión, incluso a pesar de datos posteriores que la corrijan.

4) Nuestra asociación entre repetición y consenso. Si una información falsa se difunde por muchos medios sin que haya a tiempo una corrección, sobre todo en nuestros círculos y grupos de amigos, familiares y conocidos, su constante presencia aquí nos hará creer que es una información probablemente cierta y aceptable en nuestros círculos. Esto significa que también entra en juego aquí nuestro natural anhelo de pertenencia a grupos, lo que hace que entre mayor gusto, necesidad o anhelo de pertenencia, menor voluntad para desafiar las opiniones dominantes aquí.

Ante todo ello, ¿qué hacer? Primero, ser conscientes no sólo de que existe este tipo de información, sino de que ahora que inicia la época electoral en México vamos a tener muchísimos de estos contenidos. Segundo, identificar algún medio de comunicación que nos parezca el mejor o más confiable. Y tercero, tener una actitud abierta a verificar, tan fácil como buscar si en el medio de nuestra confianza se ha publicado algo al respecto. Esto implica darle la oportunidad a los medios de servir como brújula orientadora en un mar de información. Exijamos a nuestros medios estar a la altura.