/ jueves 29 de febrero de 2024

La economía en la vorágine política

Uno de los primeros efectos de la vorágine político-electoral en México es la pérdida de objetividad en el debate público sobre los retos que, más allá de la política, enfrentamos como nación. Eso es evidente en lo que atañe a la economía. Por un lado se le pinta como un área donde todo va viento en popa. Por otro, como una tormenta a punto de huracán.

Un contexto de tanta polarización, y con el Gobierno Federal metido de lleno en el proceso, es un caldo de cultivo para la confusión, y con ello, para decisiones equivocadas: gubernamentales, de candidatas y candidatos, en las empresas, en los hogares, de los votantes.

La economía mexicana está muy lejos de ser boyante. Más bien, los indicadores dan cuenta de un desempeño sub óptimo, con una inercia inferior al promedio de los últimos 20 años, y con diversas vulnerabilidades y riesgos acumulándose. No está enfilada a una inevitable crisis de fin de sexenio, pero para descartar por completo esa probabilidad y propiciar una nueva etapa con vientos a favor el 1 de octubre, cuando se dará el cambio de estafeta en la conducción del país, hay que ver con objetividad cómo estamos y adónde vamos para tomar las decisiones correctas.

En términos de crecimiento, tras el desplome del PIB de 8.6% 2020, el rebote en 2021 fue de 5.7%, en 2022 crecimos con solidez, 3.9%, y el año pasado, 3.2%, si bien con desaceleración, marcada en el último trimestre, con un avance de 0.1% desde 1.1% previo. Es probable que se desacelere más. La última encuesta de Banco de México apunta a un crecimiento de 2.37% este año y para 2025, 2.01 por ciento.

Los buenos resultados en 2022 y 2023 se debieron en gran medida a la sorpresa de que no se dio la recesión que se daba por descontado en Estados Unidos. Con una mirada más amplia, el desempeño está muy lejos del de las economías más dinámicas del mundo, al contrario de lo que llega a afirmarse en propaganda gubernamental. Y no poca cosa.

El crecimiento promedio anual de 2018 al corte de 2023 fue 0.64% anual. Lo que al inicio del sexenio se motejó como “el crecimiento mediocre de la era neoliberal” es tres veces superior.

Se pone el pretexto de la pandemia, pero comparando el crecimiento acumulado de cinco años, el de nuestros socios del TMEC es muy superior. Respecto a Latinoamérica, en promedio anual, sólo Ecuador, Argentina, Haití y Venezuela tienen un peor resultado al de México: Colombia creció al 2.93%, Brasil al 1.74% y Chile 1.48 por ciento.

Más aún, la economía mexicana se ha empobrecido tomando en cuenta el PIB per cápita: una disminución acumulada de 1.84% entre 2018 y 2023.

Se habla de un gran avance de los salarios. El mínimo subió extraordinariamente: 181% de diciembre de 2018 a fines de 2023. Sin embargo, en los salarios totales, apenas 8 por ciento. El crecimiento de los precios comparado con los salarios promedio fue 3.45 veces.

En suma, persiste el desafío de tener una economía que genere más y mejores empleos, lo cual tiene mucho que ver con la enorme asignatura pendiente de la informalidad laboral y con la necesidad de elevar la inversión, privada y pública.

La fortaleza del peso se debe sobre todo a las altas tasas de interés respecto a las que se ofrecen en Estados Unidos, pero como ha apuntado el economista Enrique Cárdenas, poco se dice sobre el encarecimiento en el servicio de la deuda y la inhibición a la inversión productiva.

Se ha hablado de un hito en inversión extranjera directa (IED). En 2023 llegó a 32.9 mil millones de dólares, pero sólo el 33.5% fue inversión nueva; el resto, reinversión de utilidades. No hay realmente, por ahora, una atracción excepcional de nuevas inversiones. El año pasado solamente 11 nuevas empresas extranjeras de más de 500 trabajadores, mientras que cerraron ocho.

En efecto, México hoy tiene una oportunidad irrepetible por el nearshoring, pero por ahora, sigue siendo eso: una oportunidad por realizar.

En cuanto a las finanzas públicas, se presume de una gran disciplina. La ha habido en algunos factores, pero definitivamente no en todo, y éstas se han descompuesto aceleradamente. Así lo muestra puntualmente el reporte sobre “La situación fiscal del Gobierno Federal” presentado por el IMCO, México Evalúa y México Cómo Vamos. Concluyen: “el desempeño de las finanzas públicas en 2023 y lo previsto en el Paquete Económico 2024 no aseguran la estabilidad fiscal en el futuro”.

Al cierre de 2023, los Requerimientos Financieros del Sector Público ascendieron a 4.3% del PIB, con un crecimiento anual de 1.2% real. Frente al cierre del sexenio pasado, un aumento de 104 por ciento.

El problema inmediato es el pago de intereses, que resta recursos a otras áreas del gasto, con caídas en salud y otras prioridades. El servicio de la deuda rompió el techo del billón de pesos, con un máximo como proporción del PIB de 3.3%, no visto desde la década de los 90. Para hacerse una idea, ya equivale a 97% de los ingresos petroleros.

Para 2024 el problema empeora, con un endeudamiento aprobado de 5.4% del PIB. Déficit fiscal como no se veía desde los 80. Sin olvidar que el gasto en pensiones ya representa uno de cada cinco pesos del total y el enorme agujero financiero de Pemex, que en lo que va del sexenio ha sifo subsidiado con de casi 1 billón y medio de pesos, sin que su deuda se reduzca gran cosa, con un perfil de vencimientos peor, la producción de crudo estancada y la refinación generando pérdidas estratosféricas.

Claramente, gane quien gane las elecciones, una prioridad urgente al inicio del próximo sexenio será poner orden en este frente fiscal para evitar una potencial crisis macroeconómica, y al mismo tiempo, dar viabilidad a un crecimiento sano y con los ingresos necesarios para atender los retos acuciantes del país: de la seguridad pública al agua, de la salud a las pensiones.

Uno de los primeros efectos de la vorágine político-electoral en México es la pérdida de objetividad en el debate público sobre los retos que, más allá de la política, enfrentamos como nación. Eso es evidente en lo que atañe a la economía. Por un lado se le pinta como un área donde todo va viento en popa. Por otro, como una tormenta a punto de huracán.

Un contexto de tanta polarización, y con el Gobierno Federal metido de lleno en el proceso, es un caldo de cultivo para la confusión, y con ello, para decisiones equivocadas: gubernamentales, de candidatas y candidatos, en las empresas, en los hogares, de los votantes.

La economía mexicana está muy lejos de ser boyante. Más bien, los indicadores dan cuenta de un desempeño sub óptimo, con una inercia inferior al promedio de los últimos 20 años, y con diversas vulnerabilidades y riesgos acumulándose. No está enfilada a una inevitable crisis de fin de sexenio, pero para descartar por completo esa probabilidad y propiciar una nueva etapa con vientos a favor el 1 de octubre, cuando se dará el cambio de estafeta en la conducción del país, hay que ver con objetividad cómo estamos y adónde vamos para tomar las decisiones correctas.

En términos de crecimiento, tras el desplome del PIB de 8.6% 2020, el rebote en 2021 fue de 5.7%, en 2022 crecimos con solidez, 3.9%, y el año pasado, 3.2%, si bien con desaceleración, marcada en el último trimestre, con un avance de 0.1% desde 1.1% previo. Es probable que se desacelere más. La última encuesta de Banco de México apunta a un crecimiento de 2.37% este año y para 2025, 2.01 por ciento.

Los buenos resultados en 2022 y 2023 se debieron en gran medida a la sorpresa de que no se dio la recesión que se daba por descontado en Estados Unidos. Con una mirada más amplia, el desempeño está muy lejos del de las economías más dinámicas del mundo, al contrario de lo que llega a afirmarse en propaganda gubernamental. Y no poca cosa.

El crecimiento promedio anual de 2018 al corte de 2023 fue 0.64% anual. Lo que al inicio del sexenio se motejó como “el crecimiento mediocre de la era neoliberal” es tres veces superior.

Se pone el pretexto de la pandemia, pero comparando el crecimiento acumulado de cinco años, el de nuestros socios del TMEC es muy superior. Respecto a Latinoamérica, en promedio anual, sólo Ecuador, Argentina, Haití y Venezuela tienen un peor resultado al de México: Colombia creció al 2.93%, Brasil al 1.74% y Chile 1.48 por ciento.

Más aún, la economía mexicana se ha empobrecido tomando en cuenta el PIB per cápita: una disminución acumulada de 1.84% entre 2018 y 2023.

Se habla de un gran avance de los salarios. El mínimo subió extraordinariamente: 181% de diciembre de 2018 a fines de 2023. Sin embargo, en los salarios totales, apenas 8 por ciento. El crecimiento de los precios comparado con los salarios promedio fue 3.45 veces.

En suma, persiste el desafío de tener una economía que genere más y mejores empleos, lo cual tiene mucho que ver con la enorme asignatura pendiente de la informalidad laboral y con la necesidad de elevar la inversión, privada y pública.

La fortaleza del peso se debe sobre todo a las altas tasas de interés respecto a las que se ofrecen en Estados Unidos, pero como ha apuntado el economista Enrique Cárdenas, poco se dice sobre el encarecimiento en el servicio de la deuda y la inhibición a la inversión productiva.

Se ha hablado de un hito en inversión extranjera directa (IED). En 2023 llegó a 32.9 mil millones de dólares, pero sólo el 33.5% fue inversión nueva; el resto, reinversión de utilidades. No hay realmente, por ahora, una atracción excepcional de nuevas inversiones. El año pasado solamente 11 nuevas empresas extranjeras de más de 500 trabajadores, mientras que cerraron ocho.

En efecto, México hoy tiene una oportunidad irrepetible por el nearshoring, pero por ahora, sigue siendo eso: una oportunidad por realizar.

En cuanto a las finanzas públicas, se presume de una gran disciplina. La ha habido en algunos factores, pero definitivamente no en todo, y éstas se han descompuesto aceleradamente. Así lo muestra puntualmente el reporte sobre “La situación fiscal del Gobierno Federal” presentado por el IMCO, México Evalúa y México Cómo Vamos. Concluyen: “el desempeño de las finanzas públicas en 2023 y lo previsto en el Paquete Económico 2024 no aseguran la estabilidad fiscal en el futuro”.

Al cierre de 2023, los Requerimientos Financieros del Sector Público ascendieron a 4.3% del PIB, con un crecimiento anual de 1.2% real. Frente al cierre del sexenio pasado, un aumento de 104 por ciento.

El problema inmediato es el pago de intereses, que resta recursos a otras áreas del gasto, con caídas en salud y otras prioridades. El servicio de la deuda rompió el techo del billón de pesos, con un máximo como proporción del PIB de 3.3%, no visto desde la década de los 90. Para hacerse una idea, ya equivale a 97% de los ingresos petroleros.

Para 2024 el problema empeora, con un endeudamiento aprobado de 5.4% del PIB. Déficit fiscal como no se veía desde los 80. Sin olvidar que el gasto en pensiones ya representa uno de cada cinco pesos del total y el enorme agujero financiero de Pemex, que en lo que va del sexenio ha sifo subsidiado con de casi 1 billón y medio de pesos, sin que su deuda se reduzca gran cosa, con un perfil de vencimientos peor, la producción de crudo estancada y la refinación generando pérdidas estratosféricas.

Claramente, gane quien gane las elecciones, una prioridad urgente al inicio del próximo sexenio será poner orden en este frente fiscal para evitar una potencial crisis macroeconómica, y al mismo tiempo, dar viabilidad a un crecimiento sano y con los ingresos necesarios para atender los retos acuciantes del país: de la seguridad pública al agua, de la salud a las pensiones.