/ sábado 12 de junio de 2021

La moviola | La pureza del lobo

Hay algo que va más allá de la sencillez en Los lobos (Samuel Kishi, México, 2019). En el aparente y discreto relato con guion del mismo director, responsable también de Somos Mari Pepa de 2013, se siente, respira un aire de pureza. Se ve, en la naturalidad de los dos muy jóvenes protagonistas: los hermanos Maximiliano y Leonardo Najar Márquez de ocho y cinco años cuando hicieron la película, en la relación intensa que tienen con su madre, Lucía (Martha Reyes Arias). En la dolorosa tragedia cotidiana de buscar una vida mejor, pero sin perder el centro de cada uno.

Basado de forma parcial en recuerdos de la infancia de Kishi, el filme, que ha ganado buena cantidad de premios en Festivales internacionales, como el Gran Premio del Jurado en la Sección Generation K Plus de la 70 edición de la Berlinale, los festivales de La Habana, Grecia, Brasil y Miami, por mencionar algunos, nos introduce –como si nuestros sentidos se metieran en el entorno de los protagonistas– en la vida de una familia integrada por Lucía, una madre muy joven que llega a Estados Unidos con sus dos hijos: Max y Leo.

Desde el principio las cosas son difíciles: las rentas de apartamentos inmundos en su mayoría son incosteables, les escasea el dinero, no tienen papeles y para colmo los niños llegaron con el engaño de un viaje a Disneylandia. Max, quien es algo maduro para su edad, pero confrontativo, le dice a su madre cuando las cosas se complican “deberíamos de irnos”. Leo es dulce –a pesar de él mismo–, pero dependiente. Y Lucía hace lo que pueda pero está agobiada.

Los niños, se quedan en un departamento, que les renta una anciana mujer, la señora Chan (Cici Lau), de una dureza aparente. Max y Leo se quedan solos todo el día hasta las siete, cuando regresa Lucía de trabajar. Ese lugar que es apenas poco más que una habitación, será el microcosmos de las fantasías infantiles de los hermanos: juegan a las luchas, se pelean, se recriminan que uno se acabó las galletas, pintan las paredes en escenas de animación que son gran parte del espíritu del filme. Hacen lo que pueden para no perder su esencia. Y sobre todo, escuchan la voz de su madre que queda en una grabadora con las reglas que hay que seguir.

Los momentos de clímax se viven en torno a la relación que tienen los tres personajes: la amenaza de la chancla por un dinero que ha desaparecido y la mirada de reproche de Max a Lucía, la reafirmación de carácter que tiene el niño al salir del departamento y desobedecer a su madre, el amor y los reproches por las mentiras y travesuras luego de una larga jornada de trabajo. La ternura. El espectador es un intruso de la cotidianidad de la pequeña familia en medio de un atisbo de miseria que se salva por la luz de los personajes.

Los lobos no es una crónica social de la dura vida del inmigrante que muchas veces tiene que vivir escondido y no lo es, porque prevalece ante todo su poderosa humanidad y su sencillez abrumadora. La película viene precedida por el reconocimiento internacional pero no por una gran campaña publicitaria. Es el tipo de filme que debe ir de boca en boca por parte del público y los exhibidores darle esa oportunidad.

Véala no se va a arrepentir.

@lamoviola


Hay algo que va más allá de la sencillez en Los lobos (Samuel Kishi, México, 2019). En el aparente y discreto relato con guion del mismo director, responsable también de Somos Mari Pepa de 2013, se siente, respira un aire de pureza. Se ve, en la naturalidad de los dos muy jóvenes protagonistas: los hermanos Maximiliano y Leonardo Najar Márquez de ocho y cinco años cuando hicieron la película, en la relación intensa que tienen con su madre, Lucía (Martha Reyes Arias). En la dolorosa tragedia cotidiana de buscar una vida mejor, pero sin perder el centro de cada uno.

Basado de forma parcial en recuerdos de la infancia de Kishi, el filme, que ha ganado buena cantidad de premios en Festivales internacionales, como el Gran Premio del Jurado en la Sección Generation K Plus de la 70 edición de la Berlinale, los festivales de La Habana, Grecia, Brasil y Miami, por mencionar algunos, nos introduce –como si nuestros sentidos se metieran en el entorno de los protagonistas– en la vida de una familia integrada por Lucía, una madre muy joven que llega a Estados Unidos con sus dos hijos: Max y Leo.

Desde el principio las cosas son difíciles: las rentas de apartamentos inmundos en su mayoría son incosteables, les escasea el dinero, no tienen papeles y para colmo los niños llegaron con el engaño de un viaje a Disneylandia. Max, quien es algo maduro para su edad, pero confrontativo, le dice a su madre cuando las cosas se complican “deberíamos de irnos”. Leo es dulce –a pesar de él mismo–, pero dependiente. Y Lucía hace lo que pueda pero está agobiada.

Los niños, se quedan en un departamento, que les renta una anciana mujer, la señora Chan (Cici Lau), de una dureza aparente. Max y Leo se quedan solos todo el día hasta las siete, cuando regresa Lucía de trabajar. Ese lugar que es apenas poco más que una habitación, será el microcosmos de las fantasías infantiles de los hermanos: juegan a las luchas, se pelean, se recriminan que uno se acabó las galletas, pintan las paredes en escenas de animación que son gran parte del espíritu del filme. Hacen lo que pueden para no perder su esencia. Y sobre todo, escuchan la voz de su madre que queda en una grabadora con las reglas que hay que seguir.

Los momentos de clímax se viven en torno a la relación que tienen los tres personajes: la amenaza de la chancla por un dinero que ha desaparecido y la mirada de reproche de Max a Lucía, la reafirmación de carácter que tiene el niño al salir del departamento y desobedecer a su madre, el amor y los reproches por las mentiras y travesuras luego de una larga jornada de trabajo. La ternura. El espectador es un intruso de la cotidianidad de la pequeña familia en medio de un atisbo de miseria que se salva por la luz de los personajes.

Los lobos no es una crónica social de la dura vida del inmigrante que muchas veces tiene que vivir escondido y no lo es, porque prevalece ante todo su poderosa humanidad y su sencillez abrumadora. La película viene precedida por el reconocimiento internacional pero no por una gran campaña publicitaria. Es el tipo de filme que debe ir de boca en boca por parte del público y los exhibidores darle esa oportunidad.

Véala no se va a arrepentir.

@lamoviola