/ sábado 12 de noviembre de 2022

La moviola | WakawakawakaWakanda:Forever

@lamoviola

Concedamos que tiene cierto oficio. Ya no es la sorpresa del inicio y ni remotamente Wakanda: Forever (Ryan Coogler, 2022), tiene el talento de Black Panter del mismo Feige, pero en general resulta entretenida y como sea libraron con dignidad y melcocha la muerte de Chadwick Booseman. Dicho esto, desde hace tiempo que la industria no presentaba un producto de apropiación cultural tan obvio y mezquino.

En una escena de Wakanda Forever, un personaje le dice a otro: “habla maya o yucateco”, ¡bomba!, casi tiro las palomitas de la risa. Y bajo esa línea se las gasta todo el guión. Y es que Namor que hace su presentación como personaje en esta secuela (nuestro enfant terrible de redes Tenoch Huerta), tiene esos orígenes a diferencia del personaje creado por Bill Everett a principio de la década de los treinta.

El problema en este punto, es de contenido y un poco de meta ficción publicitaria: Namor es un personaje celoso de sus raíces que acusa abuso de los poderosos y nada más no tiene Twitter porque eso seguro lo dejaron para una secuela. Los canchanchanes de Namor, resultan ser los antagonistas, casi villanos, que entre papatzul y papatzul quieren destruir a la raza humana, porque está, se quiere quedar con su Vibranium. No quiero invocar a nadie en esta columna pero como dicen los clásicos: “eso sí calienta”.

Total que, Shuri (Letitia Wright), está desconsolada por la muerte repentina de su hermano T’Challa/BlackPanter (Booseman, quien falleció en 2020) y para colmo todas las naciones de Occidente, en especial resultan antipáticos los franceses, quieren acceso a su Vibranium. Una incursión en el mar para extraer el recurso provoca que den con los habitantes de Tlalocan, quienes también tienen este elemento. Namor enfurece y decide proteger a su pueblo, y claro, ofrece a Wakanda una alianza para destruir – no a twitazos sino con tridente- a los codiciosos habitantes de la superficie. Así más o menos.

Como en toda película de este género, aparece un adolescente genio, Riri/IronHeart (Dominique Thorne), creadora de una potente armadura que se suma a Wakanda y el argumento no es tan diferente a su rival Black Adam.

A los habitantes de Tlalocan a veces se les asoma la panza chelera pero tienen muy buenas escenas de acción y hasta eso las escenas emotivas que involucran a Booseman están bien logradas.

El elenco es de peso, porque además vemos a Ángela Bassett, Martín Freeman y Tenoch ya en serio, que está muy bien en el papel.

Chistecitos por aquí, chistecitos por allá y una edición muy rápida para evitar cualquier asomo de reflexión son la esencia del filme. Parece ser una entrega de contrario sin mayor trascendencia dentro del universo y es larga larga, más de dos horas, que a ratos se sienten como dos minutos bajo el agua a fuerza de repetir esquemas y lugares comunes, pero pues sí, hay que reconocer que tiene sus momentos.

Pero no nos engañemos no seamos indulgentes, si uno le rasca lo que vemos de la cultura de Tlalocan, es un poco lo que pasaba con los japoneses en el cine bélico hollywoodense de finales de los cuarenta y cincuenta. ¿Eso era un poco racista, no?


@lamoviola

Concedamos que tiene cierto oficio. Ya no es la sorpresa del inicio y ni remotamente Wakanda: Forever (Ryan Coogler, 2022), tiene el talento de Black Panter del mismo Feige, pero en general resulta entretenida y como sea libraron con dignidad y melcocha la muerte de Chadwick Booseman. Dicho esto, desde hace tiempo que la industria no presentaba un producto de apropiación cultural tan obvio y mezquino.

En una escena de Wakanda Forever, un personaje le dice a otro: “habla maya o yucateco”, ¡bomba!, casi tiro las palomitas de la risa. Y bajo esa línea se las gasta todo el guión. Y es que Namor que hace su presentación como personaje en esta secuela (nuestro enfant terrible de redes Tenoch Huerta), tiene esos orígenes a diferencia del personaje creado por Bill Everett a principio de la década de los treinta.

El problema en este punto, es de contenido y un poco de meta ficción publicitaria: Namor es un personaje celoso de sus raíces que acusa abuso de los poderosos y nada más no tiene Twitter porque eso seguro lo dejaron para una secuela. Los canchanchanes de Namor, resultan ser los antagonistas, casi villanos, que entre papatzul y papatzul quieren destruir a la raza humana, porque está, se quiere quedar con su Vibranium. No quiero invocar a nadie en esta columna pero como dicen los clásicos: “eso sí calienta”.

Total que, Shuri (Letitia Wright), está desconsolada por la muerte repentina de su hermano T’Challa/BlackPanter (Booseman, quien falleció en 2020) y para colmo todas las naciones de Occidente, en especial resultan antipáticos los franceses, quieren acceso a su Vibranium. Una incursión en el mar para extraer el recurso provoca que den con los habitantes de Tlalocan, quienes también tienen este elemento. Namor enfurece y decide proteger a su pueblo, y claro, ofrece a Wakanda una alianza para destruir – no a twitazos sino con tridente- a los codiciosos habitantes de la superficie. Así más o menos.

Como en toda película de este género, aparece un adolescente genio, Riri/IronHeart (Dominique Thorne), creadora de una potente armadura que se suma a Wakanda y el argumento no es tan diferente a su rival Black Adam.

A los habitantes de Tlalocan a veces se les asoma la panza chelera pero tienen muy buenas escenas de acción y hasta eso las escenas emotivas que involucran a Booseman están bien logradas.

El elenco es de peso, porque además vemos a Ángela Bassett, Martín Freeman y Tenoch ya en serio, que está muy bien en el papel.

Chistecitos por aquí, chistecitos por allá y una edición muy rápida para evitar cualquier asomo de reflexión son la esencia del filme. Parece ser una entrega de contrario sin mayor trascendencia dentro del universo y es larga larga, más de dos horas, que a ratos se sienten como dos minutos bajo el agua a fuerza de repetir esquemas y lugares comunes, pero pues sí, hay que reconocer que tiene sus momentos.

Pero no nos engañemos no seamos indulgentes, si uno le rasca lo que vemos de la cultura de Tlalocan, es un poco lo que pasaba con los japoneses en el cine bélico hollywoodense de finales de los cuarenta y cincuenta. ¿Eso era un poco racista, no?