/ domingo 25 de septiembre de 2022

No, no lo leyó, lo vio en un TikTok

Cantidad rara vez es igual a calidad. Esto aplica especialmente para los contenidos en la Web 2.0 que, por beneficiarse de la democratización y la participación, también permitido que cualquier persona publique el contenido que desee sin censura, salvo en los casos de delitos cibernéticos, como resulta lógico. Las redes sociales son especialmente propicias para la transmisión de contenidos a nivel masivo, por lo que se pueden viralizar creencias falsas con relativa facilidad.

En las redes sociales hay cuentas de expertos dedicados a la ciencia, la tecnología, la historia, el arte, los deportes, la lengua, la literatura, la economía, las relaciones internacionales, la moda o la política, seguido de un interminable etcétera. Sin embargo, no todo lo que estas personas publican está basado en evidencias y la situación se agrava cuando los autores no son expertos en los temas que tratan, pues muchos de ellos propagan ideas erróneas o información falsa por ser lo que les garantiza mayores vistas.

La mayoría de quienes producen estas obras son personas que no están interesadas en realizar una investigación exhaustiva sobre los temas que presentan, desconocen los mecanismos básicos para encontrar fuentes fidedignas y analizarlas críticamente y no seleccionan la información. El problema es que la relativa fama que acompaña a los generadores y distribuidores de este tipo de contenidos les asegura la credibilidad de muchas personas.

Muchas creencias erróneas son prácticamente inofensivas y no pasan de ser materia risible para quien las escucha. Por ejemplo, se han hecho virales algunos rituales de limpieza o productos novedosos que, fuera de ser un desperdicio de capital, no generan problemas severos para los usuarios. Pero también hay otro tipo de contenido que es muy peligroso. Hace unos días se volvió viral el video de una mujer que aseguraba que el agua de mar puede usarse para desinfectar verduras, poniendo en riesgo severo la salud de quien quiera seguir el repugnante consejo.

También se han hecho virales contenidos que desinforman en torno a la salud sexual y reproductiva, la educación de las infancias, la seguridad cibernética, creadores que arengan para dejar de lavarse los dientes o bañarse con regularidad. Hay quienes aseguran que las fechas de caducidad son un “complot” de las marcas para el desperdicio y llaman a consumir los productos caducados poniendo en riesgo la salud de familias enteras. Sin contar a los “profesionales” que presentan sus famosos story time promoviendo prácticas peligrosas sin la menor ética profesional con el objetivo de ganar seguidores, lo que es muy común en los temas de salud mental.

No se puede controlar el contenido que circula en la red, al menos no sin debatir en torno a la libertad. Sin embargo, sí podemos ejercer mecanismos críticos a nivel individual para evaluar mejor los contenidos que consumimos. El primer paso es dudar de todo lo que vemos en la red, sobre todo si está en una cadena de Facebook, WhatsApp o un TikTok. Acto seguido, es aconsejable cotejar la información con otros contenidos que provengan de fuentes confiables.

Aunque no es una garantía, los órganos de divulgación de centros de investigación y universidades suelen explicar temas complejos con un lenguaje asequible e incluso ofrecen asesoría virtual si se les consulta de manera directa. También están los textos académicos, aunque no siempre son fáciles de interpretar si no se cuenta con formación en el área. En todo caso, siempre hay profesionales que puedan orientarnos sobre el contenido viral y ayudarnos a protegernos contra la información peligrosa.

Cantidad rara vez es igual a calidad. Esto aplica especialmente para los contenidos en la Web 2.0 que, por beneficiarse de la democratización y la participación, también permitido que cualquier persona publique el contenido que desee sin censura, salvo en los casos de delitos cibernéticos, como resulta lógico. Las redes sociales son especialmente propicias para la transmisión de contenidos a nivel masivo, por lo que se pueden viralizar creencias falsas con relativa facilidad.

En las redes sociales hay cuentas de expertos dedicados a la ciencia, la tecnología, la historia, el arte, los deportes, la lengua, la literatura, la economía, las relaciones internacionales, la moda o la política, seguido de un interminable etcétera. Sin embargo, no todo lo que estas personas publican está basado en evidencias y la situación se agrava cuando los autores no son expertos en los temas que tratan, pues muchos de ellos propagan ideas erróneas o información falsa por ser lo que les garantiza mayores vistas.

La mayoría de quienes producen estas obras son personas que no están interesadas en realizar una investigación exhaustiva sobre los temas que presentan, desconocen los mecanismos básicos para encontrar fuentes fidedignas y analizarlas críticamente y no seleccionan la información. El problema es que la relativa fama que acompaña a los generadores y distribuidores de este tipo de contenidos les asegura la credibilidad de muchas personas.

Muchas creencias erróneas son prácticamente inofensivas y no pasan de ser materia risible para quien las escucha. Por ejemplo, se han hecho virales algunos rituales de limpieza o productos novedosos que, fuera de ser un desperdicio de capital, no generan problemas severos para los usuarios. Pero también hay otro tipo de contenido que es muy peligroso. Hace unos días se volvió viral el video de una mujer que aseguraba que el agua de mar puede usarse para desinfectar verduras, poniendo en riesgo severo la salud de quien quiera seguir el repugnante consejo.

También se han hecho virales contenidos que desinforman en torno a la salud sexual y reproductiva, la educación de las infancias, la seguridad cibernética, creadores que arengan para dejar de lavarse los dientes o bañarse con regularidad. Hay quienes aseguran que las fechas de caducidad son un “complot” de las marcas para el desperdicio y llaman a consumir los productos caducados poniendo en riesgo la salud de familias enteras. Sin contar a los “profesionales” que presentan sus famosos story time promoviendo prácticas peligrosas sin la menor ética profesional con el objetivo de ganar seguidores, lo que es muy común en los temas de salud mental.

No se puede controlar el contenido que circula en la red, al menos no sin debatir en torno a la libertad. Sin embargo, sí podemos ejercer mecanismos críticos a nivel individual para evaluar mejor los contenidos que consumimos. El primer paso es dudar de todo lo que vemos en la red, sobre todo si está en una cadena de Facebook, WhatsApp o un TikTok. Acto seguido, es aconsejable cotejar la información con otros contenidos que provengan de fuentes confiables.

Aunque no es una garantía, los órganos de divulgación de centros de investigación y universidades suelen explicar temas complejos con un lenguaje asequible e incluso ofrecen asesoría virtual si se les consulta de manera directa. También están los textos académicos, aunque no siempre son fáciles de interpretar si no se cuenta con formación en el área. En todo caso, siempre hay profesionales que puedan orientarnos sobre el contenido viral y ayudarnos a protegernos contra la información peligrosa.