/ domingo 27 de agosto de 2023

Nueva ética ciudadana

Es tiempo de propuestas, pero de aquellas que surgen de una sociedad que no se cree el cuento de que está dividida, que comparte los problemas cotidianos, igual que las soluciones que puede llevar a cabo para resolverlos, para que este cambio de época nos ponga mucho más cerca de la prosperidad que puede alcanzar nuestro país.

Eso requiere que, también como sociedad, sigamos señalando lo que puede hacerse mejor, pero reconociendo lo que se ha avanzado y poner en la mesa propuestas que surjan de una auténtica sociedad civil, es decir, de todos nosotros, para que no haya intermediarios o voces que se adjudican una interlocución social que no tienen y nunca tuvieron.

Actuar con ética es conducirnos de acuerdo con principios, convicciones e ideales que nos permitan llevar una vida correcta, solidaria con los demás, congruente con eso que llamamos beneficio general. Podemos no coincidir con métodos y modos, está bien, pero eso no tiene relación con actuar para implementar soluciones.

Nuestra realidad es distinta a la que se exhibe en las redes sociales y en los chats que hemos convertido en una supuesta fuente de información, cuando lo que intercambiamos son retazos de noticias, mentiras o imágenes que tratan de suplantar una opinión informada y un juicio fundamentado.

La propuesta de quitar un modelo para regresar a otro que no dio resultados (por eso hace cinco años decidimos mayoritariamente un cambio de rumbo) está sostenida por un evidente interés de retomar privilegios que ya desaparecieron, por lo menos en la forma en que habían existido.

Hoy la auténtica ciudadanía está en medio de la discusión pública y no en la periferia como antes. Y no necesita invitación de los poderes formales o de los otros. La gente, el pueblo si así se prefiere, la sociedad si le gusta a alguien más, ha llegado para quedarse en el debate sobre el destino del país y de esa forma se incorpora en una encrucijada, que no en proyectos opuestos, para dar el siguiente paso.

Quienes no han registrado que estamos en un entorno diferente, reflejan estar fuera de sintonía para establecer una conexión con una sociedad a la que también le vendría bien pasar de la protesta constante a la propuesta y acercarse a esa mayoría que en este momento está presente en la toma de decisiones. No más círculos cerrados de colores, esto es un caleidoscopio social que cambia de forma todo el tiempo y mi respetuosa recomendación es que nos acostumbremos, porque esa es la verdadera democracia.

Pero no debemos olvidar que esa pluralidad orgánica, a veces inasible, ha atemorizado a los promotores de los extremos, esos mismo que están precisamente fuera de tono con la realidad y aplican con cierta desesperación las viejas lecciones de organización y distribución del poder.

Por eso, desde nuestro ámbito civil, debemos construir una nueva ética ciudadana. Y podemos comenzar organizándonos mejor, particularmente frente a una delincuencia disminuida ante la constancia de una lucha contra el crimen que resultará histórica por la voluntad y el compromiso de miles de mujeres y hombres que respaldan con su vida una estrategia para reducir la impunidad y para atender las causas que provocan los actos ilegales que nos afectan. La tendencia, puede gustar o no, pero está respaldada en cifras y en hechos, va a la baja en la comisión de delitos; mientras que la desigualdad se cierra para que la falsa oferta del crimen pierda atractivo frente a una política de asistencia social que está modificando, para bien, las condiciones de los segmentos de nuestra población menos favorecidos.

Puede pensarse que, para explicar con simpleza, se pueden utilizar todos los recursos, incluso los que implican falsedades, pero eso es subestimar a una mayoría que está convencida de que las propuestas de todos los interesados en representarlos tendrán que pasar por su consentimiento, ya sea por medio de consultas o de votaciones, y, además, serán evaluadas contra los beneficios que han experimentado en este periodo; un listón colocado más alto que en cualquier sexenio anterior. El papel de los ciudadanos ha cambiado y eso siempre es bueno para una sociedad que desea evolucionar hacia una comunidad inteligente y participativa.

Nada más que esa sociedad debe conducirse con ética y fidelidad a los principios de equidad y de oportunidades para la mayoría, de derechos, que se han conseguido con mucho esfuerzo. Merecemos mejores instituciones, mejores representantes, pero a la par las instituciones y los representantes merecen una mejor sociedad. Es un asunto de simple, pero poderosa, reciprocidad que ayudará mucho a generar la confianza civil que nos hace falta para consolidar los cambios que nos ayudan a todos.

Es tiempo de propuestas, pero de aquellas que surgen de una sociedad que no se cree el cuento de que está dividida, que comparte los problemas cotidianos, igual que las soluciones que puede llevar a cabo para resolverlos, para que este cambio de época nos ponga mucho más cerca de la prosperidad que puede alcanzar nuestro país.

Eso requiere que, también como sociedad, sigamos señalando lo que puede hacerse mejor, pero reconociendo lo que se ha avanzado y poner en la mesa propuestas que surjan de una auténtica sociedad civil, es decir, de todos nosotros, para que no haya intermediarios o voces que se adjudican una interlocución social que no tienen y nunca tuvieron.

Actuar con ética es conducirnos de acuerdo con principios, convicciones e ideales que nos permitan llevar una vida correcta, solidaria con los demás, congruente con eso que llamamos beneficio general. Podemos no coincidir con métodos y modos, está bien, pero eso no tiene relación con actuar para implementar soluciones.

Nuestra realidad es distinta a la que se exhibe en las redes sociales y en los chats que hemos convertido en una supuesta fuente de información, cuando lo que intercambiamos son retazos de noticias, mentiras o imágenes que tratan de suplantar una opinión informada y un juicio fundamentado.

La propuesta de quitar un modelo para regresar a otro que no dio resultados (por eso hace cinco años decidimos mayoritariamente un cambio de rumbo) está sostenida por un evidente interés de retomar privilegios que ya desaparecieron, por lo menos en la forma en que habían existido.

Hoy la auténtica ciudadanía está en medio de la discusión pública y no en la periferia como antes. Y no necesita invitación de los poderes formales o de los otros. La gente, el pueblo si así se prefiere, la sociedad si le gusta a alguien más, ha llegado para quedarse en el debate sobre el destino del país y de esa forma se incorpora en una encrucijada, que no en proyectos opuestos, para dar el siguiente paso.

Quienes no han registrado que estamos en un entorno diferente, reflejan estar fuera de sintonía para establecer una conexión con una sociedad a la que también le vendría bien pasar de la protesta constante a la propuesta y acercarse a esa mayoría que en este momento está presente en la toma de decisiones. No más círculos cerrados de colores, esto es un caleidoscopio social que cambia de forma todo el tiempo y mi respetuosa recomendación es que nos acostumbremos, porque esa es la verdadera democracia.

Pero no debemos olvidar que esa pluralidad orgánica, a veces inasible, ha atemorizado a los promotores de los extremos, esos mismo que están precisamente fuera de tono con la realidad y aplican con cierta desesperación las viejas lecciones de organización y distribución del poder.

Por eso, desde nuestro ámbito civil, debemos construir una nueva ética ciudadana. Y podemos comenzar organizándonos mejor, particularmente frente a una delincuencia disminuida ante la constancia de una lucha contra el crimen que resultará histórica por la voluntad y el compromiso de miles de mujeres y hombres que respaldan con su vida una estrategia para reducir la impunidad y para atender las causas que provocan los actos ilegales que nos afectan. La tendencia, puede gustar o no, pero está respaldada en cifras y en hechos, va a la baja en la comisión de delitos; mientras que la desigualdad se cierra para que la falsa oferta del crimen pierda atractivo frente a una política de asistencia social que está modificando, para bien, las condiciones de los segmentos de nuestra población menos favorecidos.

Puede pensarse que, para explicar con simpleza, se pueden utilizar todos los recursos, incluso los que implican falsedades, pero eso es subestimar a una mayoría que está convencida de que las propuestas de todos los interesados en representarlos tendrán que pasar por su consentimiento, ya sea por medio de consultas o de votaciones, y, además, serán evaluadas contra los beneficios que han experimentado en este periodo; un listón colocado más alto que en cualquier sexenio anterior. El papel de los ciudadanos ha cambiado y eso siempre es bueno para una sociedad que desea evolucionar hacia una comunidad inteligente y participativa.

Nada más que esa sociedad debe conducirse con ética y fidelidad a los principios de equidad y de oportunidades para la mayoría, de derechos, que se han conseguido con mucho esfuerzo. Merecemos mejores instituciones, mejores representantes, pero a la par las instituciones y los representantes merecen una mejor sociedad. Es un asunto de simple, pero poderosa, reciprocidad que ayudará mucho a generar la confianza civil que nos hace falta para consolidar los cambios que nos ayudan a todos.

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