/ jueves 21 de octubre de 2021

Percepción y delitos

Nunca se alcanza la verdad total, ni nunca se está alejado de ella.

Aristóteles.


Basta prender la televisión para enterarnos de un nuevo enfrentamiento entre grupos rivales y los asesinatos sin piedad. Los espectadores asimilan el espectáculo entre miedo y morbo. Las encuestas de INEGI de percepción urbana (inseguridad subjetiva) grafican los temores de las audiencias para moverse en espacios y territorios. La información reciente que proporciona la Encuesta Nacional de Seguridad Urbana, con su corte en septiembre de 2021, señala que el 64.5% se siente insegura en la ciudad donde vive, se “presume” que en el mismo periodo de 2020 fue de 67.8% y en 2019 alcanzó la cifra de 71.3%.

Estos porcentajes han llevado al tabloide del gobierno, y a uno que otro despistado “especialista”, a confundir el significado de los sentimientos con los datos duros. Expliquémonos: lo que dicen las cifras oficiales del Secretariado del Sistema Nacional de Seguridad Pública es que los homicidios dolosos (delito que presenta menos subregistro) han crecido en este gobierno más que en los dos gobiernos anteriores. Y esto no ha tenido variaciones sustanciales.

Los procesos violentos tienen dos planos: uno se refiere a los delitos cometidos por la delincuencia molecular, cuya actividad podría haberse disminuida por la absorción y hegemonía de los cárteles mayores; y el otro plano, no alejado de las coordenadas intersectoriales de la criminalidad organizada, es la disputa de los cárteles por los negocios y la apropiación de territorios. Nadie impide este escenario.

Los gerentes de la seguridad pública, que gritonean que no son iguales a los anteriores gobernantes, no saben qué hacer; oscilan entre frases superficiales y la ineptitud operativa. Estas justificaciones resultan sospechosas sí nos atenemos al voluminoso presupuesto que se le ha asignado y se le asignará a las áreas de seguridad pública para 2022. Ante ello, subyace la firme posibilidad de un acuerdo tácito y quizá explícito con los principales grupos del narcotráfico. Aún está fresca en la memoria la liberación de Ovidio en Culiacán, directamente ordenada por el ciudadano presidente y unas elecciones permeadas por el narcotráfico en varios estados.

Estamos en el peor de los mundos: la población indefensa ante los delitos diarios; y, en el otro, los cárteles y sus ramificaciones ejercen un control brutal para obtener sus múltiples ganancias y dominio. La percepción y los hechos delictivos tienen distancias metodológicas y prácticas distintas que no hay que confundir. Puede mejorar la percepción (por razones multifactoriales) y, al mismo tiempo, mantener los altos índices delictivos que se traduce en un gobierno incapaz, como lo es el actual gobierno, cuya ineptitud/complicidad es evidente.


pedropenaloza@yahoo.com/Twitter:@pedro_penaloz


Nunca se alcanza la verdad total, ni nunca se está alejado de ella.

Aristóteles.


Basta prender la televisión para enterarnos de un nuevo enfrentamiento entre grupos rivales y los asesinatos sin piedad. Los espectadores asimilan el espectáculo entre miedo y morbo. Las encuestas de INEGI de percepción urbana (inseguridad subjetiva) grafican los temores de las audiencias para moverse en espacios y territorios. La información reciente que proporciona la Encuesta Nacional de Seguridad Urbana, con su corte en septiembre de 2021, señala que el 64.5% se siente insegura en la ciudad donde vive, se “presume” que en el mismo periodo de 2020 fue de 67.8% y en 2019 alcanzó la cifra de 71.3%.

Estos porcentajes han llevado al tabloide del gobierno, y a uno que otro despistado “especialista”, a confundir el significado de los sentimientos con los datos duros. Expliquémonos: lo que dicen las cifras oficiales del Secretariado del Sistema Nacional de Seguridad Pública es que los homicidios dolosos (delito que presenta menos subregistro) han crecido en este gobierno más que en los dos gobiernos anteriores. Y esto no ha tenido variaciones sustanciales.

Los procesos violentos tienen dos planos: uno se refiere a los delitos cometidos por la delincuencia molecular, cuya actividad podría haberse disminuida por la absorción y hegemonía de los cárteles mayores; y el otro plano, no alejado de las coordenadas intersectoriales de la criminalidad organizada, es la disputa de los cárteles por los negocios y la apropiación de territorios. Nadie impide este escenario.

Los gerentes de la seguridad pública, que gritonean que no son iguales a los anteriores gobernantes, no saben qué hacer; oscilan entre frases superficiales y la ineptitud operativa. Estas justificaciones resultan sospechosas sí nos atenemos al voluminoso presupuesto que se le ha asignado y se le asignará a las áreas de seguridad pública para 2022. Ante ello, subyace la firme posibilidad de un acuerdo tácito y quizá explícito con los principales grupos del narcotráfico. Aún está fresca en la memoria la liberación de Ovidio en Culiacán, directamente ordenada por el ciudadano presidente y unas elecciones permeadas por el narcotráfico en varios estados.

Estamos en el peor de los mundos: la población indefensa ante los delitos diarios; y, en el otro, los cárteles y sus ramificaciones ejercen un control brutal para obtener sus múltiples ganancias y dominio. La percepción y los hechos delictivos tienen distancias metodológicas y prácticas distintas que no hay que confundir. Puede mejorar la percepción (por razones multifactoriales) y, al mismo tiempo, mantener los altos índices delictivos que se traduce en un gobierno incapaz, como lo es el actual gobierno, cuya ineptitud/complicidad es evidente.


pedropenaloza@yahoo.com/Twitter:@pedro_penaloz


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