/ viernes 18 de noviembre de 2022

Sobre elecciones intermedias y una relación inacabada

Si algo dejó en claro la elección intermedia en Estados Unidos, no fue una aplastante marea republicana como se auguraba, aunque sí algo que tendría que preocupar a propios extraños: la división de la sociedad estadounidense.

Temas como el aborto, el control de armas o la inmigración son ejemplos que ponen de relieve, especialmente en coyunturas electorales, dos visiones opuestas sobre lo que significa la libertad y la democracia en Estados Unidos. Preocupa, como lo señalara George Packer en la revista The Atlantic el año pasado, que la sociedad en Estados Unidos haya dejado de estar de acuerdo en el propósito, valores, historia o significado de la nación estadounidense. Sin duda, el expresidente Donald Trump representó un extremo del espectro político. No obstante, el trumpismo sobrevivirá a Trump en la medida en que haya una sociedad que se identifique con esa propuesta política. Por otra parte, personajes como Bernie Sanders o, más recientemente, Alexandria Ocasio-Cortez han contribuido a la polarización social.

Resulta inevitable, por lo tanto, analizar la relación bilateral México-Estados Unidos a la luz de lo que sucede en la política doméstica estadounidense. A pesar de los lazos que nos unen, la relación bilateral podría tornarse más volátil y ambivalente, en función del desplazamiento ideológico en Estados Unidos, así como de lo que esto se traduzca en términos de políticas públicas. En tanto se ajustan los equilibrios políticos al interior de Estados Unidos, nuestro principal socio y aliado tendrá problemas en interpretar la relación que mantiene con México. En otras palabras, ya no se trataría de “vecinos distantes” como el periodista británico Alan Riding definió a la relación bilateral, sino de una concepción más acercada a la de “amigo-enemigo” de Carl Schmitt.

Tradicionalmente, los gobiernos de México y Estados Unidos han sabido aislar los conflictos coyunturales que han surgido, a fin de evitar que contaminen el resto de los ejes temáticos en la relación bilateral. No obstante, otra razón por la que importa monitorear la relación bilateral a la luz de la polarización en Estados Unidos es porque aumenta la probabilidad de que esos ejes temáticos se mezclen e, incluso, se utilicen como herramienta de negociación o coerción.

Más aún, asuntos que se consideran parte de la institucionalización de las disputas entre México y Estados Unidos, podrían volver a ser motivo de controversia. El agua podría ser un ejemplo de esto, sobre todo si se considera la creciente preocupación que despierta el desabasto de este recurso en ambos lados de la frontera, particularmente por las pérdidas económicas y el descontento social que puede ocasionar en los estados fronterizos de ambos países.

Estamos cerca de conmemorar los 200 años de nuestra relación con Estados Unidos, país que seguirá siendo nuestro principal socio y aliado. No obstante, no podemos ser omisos ante los desequilibrios político-sociales que están teniendo lugar en Estados Unidos, pues es probable que tengan implicaciones para la relación bilateral en su conjunto. (Una versión extendida de este artículo salió en el número más reciente de Foreign Affairs Latinoamérica)

Discanto: Apreciable lector, en este espacio no importa si asistió o no asistió a la marcha del domingo pasado. Es claro que lo único que puede generar consenso es sentir desconfianza hacia la gente que no gusta del queso Oaxaca.

Si algo dejó en claro la elección intermedia en Estados Unidos, no fue una aplastante marea republicana como se auguraba, aunque sí algo que tendría que preocupar a propios extraños: la división de la sociedad estadounidense.

Temas como el aborto, el control de armas o la inmigración son ejemplos que ponen de relieve, especialmente en coyunturas electorales, dos visiones opuestas sobre lo que significa la libertad y la democracia en Estados Unidos. Preocupa, como lo señalara George Packer en la revista The Atlantic el año pasado, que la sociedad en Estados Unidos haya dejado de estar de acuerdo en el propósito, valores, historia o significado de la nación estadounidense. Sin duda, el expresidente Donald Trump representó un extremo del espectro político. No obstante, el trumpismo sobrevivirá a Trump en la medida en que haya una sociedad que se identifique con esa propuesta política. Por otra parte, personajes como Bernie Sanders o, más recientemente, Alexandria Ocasio-Cortez han contribuido a la polarización social.

Resulta inevitable, por lo tanto, analizar la relación bilateral México-Estados Unidos a la luz de lo que sucede en la política doméstica estadounidense. A pesar de los lazos que nos unen, la relación bilateral podría tornarse más volátil y ambivalente, en función del desplazamiento ideológico en Estados Unidos, así como de lo que esto se traduzca en términos de políticas públicas. En tanto se ajustan los equilibrios políticos al interior de Estados Unidos, nuestro principal socio y aliado tendrá problemas en interpretar la relación que mantiene con México. En otras palabras, ya no se trataría de “vecinos distantes” como el periodista británico Alan Riding definió a la relación bilateral, sino de una concepción más acercada a la de “amigo-enemigo” de Carl Schmitt.

Tradicionalmente, los gobiernos de México y Estados Unidos han sabido aislar los conflictos coyunturales que han surgido, a fin de evitar que contaminen el resto de los ejes temáticos en la relación bilateral. No obstante, otra razón por la que importa monitorear la relación bilateral a la luz de la polarización en Estados Unidos es porque aumenta la probabilidad de que esos ejes temáticos se mezclen e, incluso, se utilicen como herramienta de negociación o coerción.

Más aún, asuntos que se consideran parte de la institucionalización de las disputas entre México y Estados Unidos, podrían volver a ser motivo de controversia. El agua podría ser un ejemplo de esto, sobre todo si se considera la creciente preocupación que despierta el desabasto de este recurso en ambos lados de la frontera, particularmente por las pérdidas económicas y el descontento social que puede ocasionar en los estados fronterizos de ambos países.

Estamos cerca de conmemorar los 200 años de nuestra relación con Estados Unidos, país que seguirá siendo nuestro principal socio y aliado. No obstante, no podemos ser omisos ante los desequilibrios político-sociales que están teniendo lugar en Estados Unidos, pues es probable que tengan implicaciones para la relación bilateral en su conjunto. (Una versión extendida de este artículo salió en el número más reciente de Foreign Affairs Latinoamérica)

Discanto: Apreciable lector, en este espacio no importa si asistió o no asistió a la marcha del domingo pasado. Es claro que lo único que puede generar consenso es sentir desconfianza hacia la gente que no gusta del queso Oaxaca.