/ lunes 25 de septiembre de 2023

Sobre Sebastían Yatra y la nostalgia

Este fin de semana, casi de improvisto, fui a un concierto de Sebastián Yatra, aquel cantante colombiano que se ha ido infiltrando –afortunadamente—en el mundo del reggaetón. El evento era un aniversario, de Bar27 para ser precisos, donde cientos esperaron, como yo, a que iniciara el concierto a poco de pasada la medianoche.

Reconozco que, en realidad, ya no recuerdo la primera canción que escuché de Yatra. No soy ese tipo de fanático suyo. Más bien, lo he disfrutado de manera secundaria, escuchando canciones suyas en fiestas y reuniones de amigos. Me atrevo a decir que la gran mayoría de personas—al menos entre las generaciones que pertenezco—lo tiene en una posición similar. Todos lo escuchamos en ámbitos sociales; quizá se mezcla entre muchas canciones al estudiar o poner ambiente a tareas domésticas. Pero, rara vez, he tenido la oportunidad de escucharlo por sí solo; de hacerlo como hice en aquel concierto del que hoy escribo.

La primera gran sorpresa vino, justamente, de dedicarle tanto tiempo a Yatra. Acepté la invitación al concierto suponiendo que conocía ya dos o tres canciones y que, al salir, tendría un par más que agregar al repertorio. En mi mente, duraría unos 30 minutos el concierto—más al ser parte del espectáculo por el aniversario de Bar27 en lugar de un evento por cuenta propia—. No esperaba la hora y tanto que duró en realidad.

Escuchaba, con sorpresa, canción tras canción y, con aún mayor impresión, el hecho que conocía todas. Eran melodías que he tarareado paseando por la ciudad o que saben a tiempos con amigos. En este pasado tan cercano, siempre que había una celebración parecía que estaba también Yatra. No lo había pensado a fondo, pero su música es una parte indidable de mi pasado aún si no lo reconocía hasta este fin de semana. Es como si Yatra fuera uno de los gases que conforma el aire: sé bien que está en la lista, pero nunca cuantifiqué el porcentaje que ocupada.

De la mano con este primer hallazgo vino uno mucho mayor. No solo era el hecho que conocía todas las canciones del concierto; era que, a su vez, todas traían recuerdos. Usualmente, pienso en el reggaetón como algo moderno; siempre en el presente mas nunca en el pasado. No por nada lo critican las generaciones mayores con sus típicos insultos por letras blasfemas e instrumentos digitales. Me he acostumbrado a pensar que esta música—que las canciones de Sebastián Yatra—son parte del hoy, cuando ya pertenecen a mi ayer.

Ese fue el gran hallazgo de la noche. Lo que me vino, escuchando el conciero, fueron las memorias queridas de fiestas en la universidad; inclusive un par de la prepa ya. Cuando cantaba, con Yatra en el escenario, era más cantar con un yo del pasado. A veces, quizá siendo poético en exceso, cerraba los ojos para concentrarme en el recuerdo más que en el presente. Por primera vez sentía que el reggaetón ya tenía sus años y que yo, a mi sorpresa, pertenecía a ellos y su pasar. Ya no era escuchar música meramente por el gusto de la vanguardia; era, también, disfrutar las reminiscencias que evocaba.

Supongo que era aún más propio pensar tanto en el pasado en una celebración de aniversario como la de Bar27. Cuando vi, por vez primera, que era su décimo aniversario, no pensé gran cosa, sinceramente. Diez años no es nada en la historia de la humanidad—ni siquiera son dos sexenios en México—.

Sin embargo, cuando escuchaba las canciones de Yatra y comenzaba a remontarme dos años, cuatro y luego seis, fui cayendo lentamente en el comprender, a mayor detalle, el paso del tiempo. Si no es nada la década de Bar27, ¿qué son mis veintitantos?

Se dice que son poco diez años; que siguen siendo parte de la modernidad. A su manera es cierto, pero es, a la vez, el principio del pasado. Tanto pasa en esos años que sería injusto verlos como inconsecuentes. No tenemos una unidad para los recuerdos—quizá no debería existir—. Pero en diez años, caben demasiados como para pasar una hora escuchando a Sebastián Yatra y no poderme concentrar más que en la dicha de fiestas ya hace mucho olvidadas. No quiero imaginar lo que habrá vivido Bar27 en noche tras noche de celebraciones y música hasta el amanecer.

Decía Carlos Fuentes, hace ya bastante tiempo, que no basta una vida para contar todo lo que le pasó. A mi no me bastó el concierto escaso y, en el viaje de regreso, seguía pensando en todo lo que había pasado. Venga, sigo hasta hoy escribiendo del tema para que ustedes, queridos lectores, lo puedan sentir también.

Para cerrar, debo una disculpa. No quiero decir que Sebastián Yatra sea un abuelo; sigue siendo parte de lo moderno y saca canciones que lo ponen al filo de la industria musical. Pero sería errado ponerlo, solamente, como un fenómeno del presente. Latente—esquivo—me ha acompañado en estos años sin que me percatara de inmediato. A veces se necesita una pausa—un concierto—para percatarse del impacto, genuino, que ha tenido un artista en nuestros recuerdos.

Ahora, tengo una mejor idea del peso que tiene el colombiano en la banda sonora de mi pasado. Fui al aniversario de Bar27 por Sebastián Yatra y ahora, que escribo, me doy cuenta de que me quedé por la nostalgia.

Este fin de semana, casi de improvisto, fui a un concierto de Sebastián Yatra, aquel cantante colombiano que se ha ido infiltrando –afortunadamente—en el mundo del reggaetón. El evento era un aniversario, de Bar27 para ser precisos, donde cientos esperaron, como yo, a que iniciara el concierto a poco de pasada la medianoche.

Reconozco que, en realidad, ya no recuerdo la primera canción que escuché de Yatra. No soy ese tipo de fanático suyo. Más bien, lo he disfrutado de manera secundaria, escuchando canciones suyas en fiestas y reuniones de amigos. Me atrevo a decir que la gran mayoría de personas—al menos entre las generaciones que pertenezco—lo tiene en una posición similar. Todos lo escuchamos en ámbitos sociales; quizá se mezcla entre muchas canciones al estudiar o poner ambiente a tareas domésticas. Pero, rara vez, he tenido la oportunidad de escucharlo por sí solo; de hacerlo como hice en aquel concierto del que hoy escribo.

La primera gran sorpresa vino, justamente, de dedicarle tanto tiempo a Yatra. Acepté la invitación al concierto suponiendo que conocía ya dos o tres canciones y que, al salir, tendría un par más que agregar al repertorio. En mi mente, duraría unos 30 minutos el concierto—más al ser parte del espectáculo por el aniversario de Bar27 en lugar de un evento por cuenta propia—. No esperaba la hora y tanto que duró en realidad.

Escuchaba, con sorpresa, canción tras canción y, con aún mayor impresión, el hecho que conocía todas. Eran melodías que he tarareado paseando por la ciudad o que saben a tiempos con amigos. En este pasado tan cercano, siempre que había una celebración parecía que estaba también Yatra. No lo había pensado a fondo, pero su música es una parte indidable de mi pasado aún si no lo reconocía hasta este fin de semana. Es como si Yatra fuera uno de los gases que conforma el aire: sé bien que está en la lista, pero nunca cuantifiqué el porcentaje que ocupada.

De la mano con este primer hallazgo vino uno mucho mayor. No solo era el hecho que conocía todas las canciones del concierto; era que, a su vez, todas traían recuerdos. Usualmente, pienso en el reggaetón como algo moderno; siempre en el presente mas nunca en el pasado. No por nada lo critican las generaciones mayores con sus típicos insultos por letras blasfemas e instrumentos digitales. Me he acostumbrado a pensar que esta música—que las canciones de Sebastián Yatra—son parte del hoy, cuando ya pertenecen a mi ayer.

Ese fue el gran hallazgo de la noche. Lo que me vino, escuchando el conciero, fueron las memorias queridas de fiestas en la universidad; inclusive un par de la prepa ya. Cuando cantaba, con Yatra en el escenario, era más cantar con un yo del pasado. A veces, quizá siendo poético en exceso, cerraba los ojos para concentrarme en el recuerdo más que en el presente. Por primera vez sentía que el reggaetón ya tenía sus años y que yo, a mi sorpresa, pertenecía a ellos y su pasar. Ya no era escuchar música meramente por el gusto de la vanguardia; era, también, disfrutar las reminiscencias que evocaba.

Supongo que era aún más propio pensar tanto en el pasado en una celebración de aniversario como la de Bar27. Cuando vi, por vez primera, que era su décimo aniversario, no pensé gran cosa, sinceramente. Diez años no es nada en la historia de la humanidad—ni siquiera son dos sexenios en México—.

Sin embargo, cuando escuchaba las canciones de Yatra y comenzaba a remontarme dos años, cuatro y luego seis, fui cayendo lentamente en el comprender, a mayor detalle, el paso del tiempo. Si no es nada la década de Bar27, ¿qué son mis veintitantos?

Se dice que son poco diez años; que siguen siendo parte de la modernidad. A su manera es cierto, pero es, a la vez, el principio del pasado. Tanto pasa en esos años que sería injusto verlos como inconsecuentes. No tenemos una unidad para los recuerdos—quizá no debería existir—. Pero en diez años, caben demasiados como para pasar una hora escuchando a Sebastián Yatra y no poderme concentrar más que en la dicha de fiestas ya hace mucho olvidadas. No quiero imaginar lo que habrá vivido Bar27 en noche tras noche de celebraciones y música hasta el amanecer.

Decía Carlos Fuentes, hace ya bastante tiempo, que no basta una vida para contar todo lo que le pasó. A mi no me bastó el concierto escaso y, en el viaje de regreso, seguía pensando en todo lo que había pasado. Venga, sigo hasta hoy escribiendo del tema para que ustedes, queridos lectores, lo puedan sentir también.

Para cerrar, debo una disculpa. No quiero decir que Sebastián Yatra sea un abuelo; sigue siendo parte de lo moderno y saca canciones que lo ponen al filo de la industria musical. Pero sería errado ponerlo, solamente, como un fenómeno del presente. Latente—esquivo—me ha acompañado en estos años sin que me percatara de inmediato. A veces se necesita una pausa—un concierto—para percatarse del impacto, genuino, que ha tenido un artista en nuestros recuerdos.

Ahora, tengo una mejor idea del peso que tiene el colombiano en la banda sonora de mi pasado. Fui al aniversario de Bar27 por Sebastián Yatra y ahora, que escribo, me doy cuenta de que me quedé por la nostalgia.

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