/ domingo 18 de febrero de 2024

Telarañas digitales / El poder de las pantallas: las interacciones en la era digital

La pandemia marcó un antes y un después en las comunicaciones, pues nos obligó a mantener el ritmo, sacar adelante la economía y continuar con las labores cotidianas cumpliendo la prerrogativa del confinamiento. Si bien, no debemos generalizar, pues las actividades esenciales y, sobre todo, el área de la salud, no tuvieron la dicha del aislamiento, como tampoco pudieron abandonar las calles las personas que viven al día y no cuentan con seguridad social mínima, quienes trabajan en los sectores informales o cuyas empresas de adscripción no acataron las normas sanitarias. Sin embargo, es cierto que en ciertos sectores esa temporada sirvió como un laboratorio de pruebas.

Aunque la comunicación digital y la no presencialidad se vienen desarrollando desde hace varios años, al menos en nuestro país no habían gozado de la misma seriedad e importancia que las reuniones presenciales. Las redes sociales no dejan mentir, la cantidad de memes que ridiculizaban el teletrabajo o la educación en línea eran el reflejo de un sentir colectivo: que cualquier situación donde las personas no coincidieran físicamente no podía tomarse realmente en serio. Si lo pensamos con detenimiento, los argumentos no alcanzan para explicar este sentir, pues parece más un sentimiento absurdo y hasta nostálgico que reconoce a la persona solo cuando se tiene su cuerpo cerca.

La era del confinamiento obligó a otorgar seriedad a los eventos no presenciales. La educación y el teletrabajo, otra vez, fueron los primeros. La educación continuó su cauce, y en la lucha por no reducir el nivel, se incentivó el uso de herramientas digitales y el desarrollo de habilidades en alumnos y maestros. De hecho, para muchos de estos últimos significó un reto, pues no faltaron quienes no contaban con habilidades digitales mínimas y tuvieron que aprender y practicar con tal de continuar con su labor y no abandonar a sus estudiantes al olvido.

Las reuniones e interminables juntas de muchos tipos de trabajo se trasladaron a las salas de conferencia virtual, a pesar de la renuencia de muchos a aparecer en la cámara y desaparecer mañosamente al baño o por un café mientras el compañero lanzaba su apología. Con todo, se aprendió que la eficacia de las reuniones no tenía por qué disminuir, que se podía optimizar el tiempo, presionados por la duración impuesta por las plataformas, y que era posible organizar más eficazmente las participaciones y compartir información. La práctica se ha sostenido en diversos lugares, independientemente de haber regresado a las labores presenciales y de conectarse desde las oficinas.

El trabajo a distancia, aunque sufrió una disminución después de eliminado el confinamiento, también se volvió muy popular y se adoptó como una medida permanente en más de una empresa e institución. Hemos aprendido a utilizar plataformas de trabajo colaborativo, a trabajar por metas y resultados y no por tiempos, a cumplir con entregas sin tener que desplazarnos, desperdiciar tiempo, dinero o vestirnos formalmente. El teletrabajo en pijama y con café es un símbolo de que el mundo digital tiene una misión relevante. Aunque algunas áreas se prestan más que otras a este cambio, y pese a que los abusos laborales deben ser contenidos, es una realidad que se propaga.

También se reconoció que existen otras actividades que no requieren la presencialidad: las compras, pagos de servicios, realización de trámites y hasta conocer amistades nuevas. Además, aunque en el pasado habríamos dudado de la seriedad de ciertas reuniones, hoy vemos con cierta naturalidad que entrevistas de trabajo, citas médicas, citas psicológicas, asesorías contables o legales, negociaciones, y un sinnúmero de reuniones se sostengan por videoconferencia. De hecho, esto nos permite ampliar el rango de búsqueda, pudiendo optar por los servicios que se encuentran en otras latitudes o consultar varias opciones sin el costo en tiempo y dinero que implican los desplazamientos.

Las videoconferencias gozan de ya de cierto prestigio y no son vistas con el desprecio de antaño, cuando no se les consideraba reuniones serias. Seguramente la práctica seguirá generalizándose y coexistiendo con la presencialidad, pero lo interesante es comprender cómo el universo digital ha impuesto modelos paulatinos de existencia de los que a menudo no somos conscientes, pero que definitivamente están transformando el mundo que solíamos conocer.

Hilo de araña

¡No poca cosa! Nueva York demanda a TikTok, Instagram, Facebook, Snapchat y YouTube por nutrir la crisis de la llamada “salud mental” en los jóvenes, Tenemos en frente las grandes legislaciones del “Mundo Digital”.

La pandemia marcó un antes y un después en las comunicaciones, pues nos obligó a mantener el ritmo, sacar adelante la economía y continuar con las labores cotidianas cumpliendo la prerrogativa del confinamiento. Si bien, no debemos generalizar, pues las actividades esenciales y, sobre todo, el área de la salud, no tuvieron la dicha del aislamiento, como tampoco pudieron abandonar las calles las personas que viven al día y no cuentan con seguridad social mínima, quienes trabajan en los sectores informales o cuyas empresas de adscripción no acataron las normas sanitarias. Sin embargo, es cierto que en ciertos sectores esa temporada sirvió como un laboratorio de pruebas.

Aunque la comunicación digital y la no presencialidad se vienen desarrollando desde hace varios años, al menos en nuestro país no habían gozado de la misma seriedad e importancia que las reuniones presenciales. Las redes sociales no dejan mentir, la cantidad de memes que ridiculizaban el teletrabajo o la educación en línea eran el reflejo de un sentir colectivo: que cualquier situación donde las personas no coincidieran físicamente no podía tomarse realmente en serio. Si lo pensamos con detenimiento, los argumentos no alcanzan para explicar este sentir, pues parece más un sentimiento absurdo y hasta nostálgico que reconoce a la persona solo cuando se tiene su cuerpo cerca.

La era del confinamiento obligó a otorgar seriedad a los eventos no presenciales. La educación y el teletrabajo, otra vez, fueron los primeros. La educación continuó su cauce, y en la lucha por no reducir el nivel, se incentivó el uso de herramientas digitales y el desarrollo de habilidades en alumnos y maestros. De hecho, para muchos de estos últimos significó un reto, pues no faltaron quienes no contaban con habilidades digitales mínimas y tuvieron que aprender y practicar con tal de continuar con su labor y no abandonar a sus estudiantes al olvido.

Las reuniones e interminables juntas de muchos tipos de trabajo se trasladaron a las salas de conferencia virtual, a pesar de la renuencia de muchos a aparecer en la cámara y desaparecer mañosamente al baño o por un café mientras el compañero lanzaba su apología. Con todo, se aprendió que la eficacia de las reuniones no tenía por qué disminuir, que se podía optimizar el tiempo, presionados por la duración impuesta por las plataformas, y que era posible organizar más eficazmente las participaciones y compartir información. La práctica se ha sostenido en diversos lugares, independientemente de haber regresado a las labores presenciales y de conectarse desde las oficinas.

El trabajo a distancia, aunque sufrió una disminución después de eliminado el confinamiento, también se volvió muy popular y se adoptó como una medida permanente en más de una empresa e institución. Hemos aprendido a utilizar plataformas de trabajo colaborativo, a trabajar por metas y resultados y no por tiempos, a cumplir con entregas sin tener que desplazarnos, desperdiciar tiempo, dinero o vestirnos formalmente. El teletrabajo en pijama y con café es un símbolo de que el mundo digital tiene una misión relevante. Aunque algunas áreas se prestan más que otras a este cambio, y pese a que los abusos laborales deben ser contenidos, es una realidad que se propaga.

También se reconoció que existen otras actividades que no requieren la presencialidad: las compras, pagos de servicios, realización de trámites y hasta conocer amistades nuevas. Además, aunque en el pasado habríamos dudado de la seriedad de ciertas reuniones, hoy vemos con cierta naturalidad que entrevistas de trabajo, citas médicas, citas psicológicas, asesorías contables o legales, negociaciones, y un sinnúmero de reuniones se sostengan por videoconferencia. De hecho, esto nos permite ampliar el rango de búsqueda, pudiendo optar por los servicios que se encuentran en otras latitudes o consultar varias opciones sin el costo en tiempo y dinero que implican los desplazamientos.

Las videoconferencias gozan de ya de cierto prestigio y no son vistas con el desprecio de antaño, cuando no se les consideraba reuniones serias. Seguramente la práctica seguirá generalizándose y coexistiendo con la presencialidad, pero lo interesante es comprender cómo el universo digital ha impuesto modelos paulatinos de existencia de los que a menudo no somos conscientes, pero que definitivamente están transformando el mundo que solíamos conocer.

Hilo de araña

¡No poca cosa! Nueva York demanda a TikTok, Instagram, Facebook, Snapchat y YouTube por nutrir la crisis de la llamada “salud mental” en los jóvenes, Tenemos en frente las grandes legislaciones del “Mundo Digital”.