/ martes 26 de septiembre de 2017

Tenemos esperanzas

Lo observado, el día del terremoto, no deja lugar a dudas. Los mexicanos; los habitantes de Puebla, de Morelos, de la Ciudad de México, demostramos que aún hierve sangre buena, por nuestras venas. A la necesidad, el apoyo, la solidaridad.

Con la zona afectada, con el dolor por seres humanos fallecidos o desaparecidos, el auxilio de todas partes. Vimos, por las redes sociales, cómo se organizaban en Ciudad Juárez, en Monterrey, en Guadalajara Igual, muestras solidarias del mundo. Pudimos apreciar brigadas y apoyo de Israel, Costa Rica, Noruega, España, de muchos lados.

Con alguna excepción, que corre por la web, las autoridades a la altura; solícitas, en tiempo, no obstante lo que se diga. Lo mismo en los huracanes, de hace pocos días, que los sismos.

Parodiando a San Agustín, los seres humanos, aún no nos devoramos unos a otros.

Empero, el paso de los días, las ganas de ayudar no menguan. Seguimos viendo pasar gente que quiere ayudar, que se ha puesto el overol. Igual, niños, millennials, gente de todas las edades y clases sociales, de acuerdo a sus posibilidades, materiales, económicas, emocionales, en ruta para decirle a México: aquí estoy.

Pocos, muy pocos han enseñado la miseria humana.

Algunos de ellos, robaron un tráiler, a la altura de la caseta de San Martín Texmelucan, proveniente de Monterrey. En él, iba ayuda destinada a la ciudad de México. Otros, se dice, asaltando a la salida de la caseta de Puebla, rumbo a la Mixteca, donde más dañó el movimiento telúrico.

En fin, basura, poco representativa de lo que somos.

La tierra sigue agitándose, moviéndose, como es: viva. Quizá nosotros, con nuestras acciones ayudamos a que ella, en ocasiones, reaccione de manera diferente.

Algunos, inconscientes, como el muchacho loquito de Corea, afectando al planeta solo para decir: miren aquí estoy, soy Juan sin miedo. Pobre. Esperamos que el otro, nuestro vecino, tenga algo que desconocemos: cordura.

La tierra, los elementos, nos gritan lo que es inocultable. Que se está cansando de nosotros.

Los ciclones, por ejemplo, difícilmente se manifestaban de la manera como lo han hecho. Podemos acordarnos que existía información relativa a una especie de “cazahuracanes” de Estados Unidos, para que con los efectos de la lluvia, pudieran ayudar a su agricultura. Porque es claro que dañan esas precipitaciones, pero también ayudan. Lo real es que se ha descompuesto la madre naturaleza y ya está empezando a desesperarse de las burradas que hacemos. Hoy, los huracanes tienen mucho de destructivo, lo que antes no ocurría, en esa magnitud.

De lo bueno, del comportamiento, me tocó ver algo de aquello que permanece en nosotros.

Para todos es conocido mucho de lo malo de los llamados “chilangos”. Es decir, quienes habitan la Ciudad de México. Pues, yo vi algo diferente.

Por mi actividad viví/sufrí el zangoloteo allí merito.

A la conclusión del sismo, a la vuelta de la calma, al paso del susto, había que emprender las actividades, típicas o con las variantes propias de cada uno.

Pues bien. De pronto, se atascaron calles y avenidas. Ante esto, yo no escuché un solo claxonazo, tampoco gritos o insultos, por no poder avanzar. Nos mirábamos unos a otros, como diciendo, esto es lo de menos.

Quizá este tipo de lecciones de la vida nos hagan falta para entender que no todo es velocidad, desesperación, ambiciones desmedidas.

Esperemos que el ser humano tenga en cuenta su predominio sobre las otras especies y que se porte como lo que es: alguien dotado de inteligencia.

jaimealcantara2005@hotmail.com

Lo observado, el día del terremoto, no deja lugar a dudas. Los mexicanos; los habitantes de Puebla, de Morelos, de la Ciudad de México, demostramos que aún hierve sangre buena, por nuestras venas. A la necesidad, el apoyo, la solidaridad.

Con la zona afectada, con el dolor por seres humanos fallecidos o desaparecidos, el auxilio de todas partes. Vimos, por las redes sociales, cómo se organizaban en Ciudad Juárez, en Monterrey, en Guadalajara Igual, muestras solidarias del mundo. Pudimos apreciar brigadas y apoyo de Israel, Costa Rica, Noruega, España, de muchos lados.

Con alguna excepción, que corre por la web, las autoridades a la altura; solícitas, en tiempo, no obstante lo que se diga. Lo mismo en los huracanes, de hace pocos días, que los sismos.

Parodiando a San Agustín, los seres humanos, aún no nos devoramos unos a otros.

Empero, el paso de los días, las ganas de ayudar no menguan. Seguimos viendo pasar gente que quiere ayudar, que se ha puesto el overol. Igual, niños, millennials, gente de todas las edades y clases sociales, de acuerdo a sus posibilidades, materiales, económicas, emocionales, en ruta para decirle a México: aquí estoy.

Pocos, muy pocos han enseñado la miseria humana.

Algunos de ellos, robaron un tráiler, a la altura de la caseta de San Martín Texmelucan, proveniente de Monterrey. En él, iba ayuda destinada a la ciudad de México. Otros, se dice, asaltando a la salida de la caseta de Puebla, rumbo a la Mixteca, donde más dañó el movimiento telúrico.

En fin, basura, poco representativa de lo que somos.

La tierra sigue agitándose, moviéndose, como es: viva. Quizá nosotros, con nuestras acciones ayudamos a que ella, en ocasiones, reaccione de manera diferente.

Algunos, inconscientes, como el muchacho loquito de Corea, afectando al planeta solo para decir: miren aquí estoy, soy Juan sin miedo. Pobre. Esperamos que el otro, nuestro vecino, tenga algo que desconocemos: cordura.

La tierra, los elementos, nos gritan lo que es inocultable. Que se está cansando de nosotros.

Los ciclones, por ejemplo, difícilmente se manifestaban de la manera como lo han hecho. Podemos acordarnos que existía información relativa a una especie de “cazahuracanes” de Estados Unidos, para que con los efectos de la lluvia, pudieran ayudar a su agricultura. Porque es claro que dañan esas precipitaciones, pero también ayudan. Lo real es que se ha descompuesto la madre naturaleza y ya está empezando a desesperarse de las burradas que hacemos. Hoy, los huracanes tienen mucho de destructivo, lo que antes no ocurría, en esa magnitud.

De lo bueno, del comportamiento, me tocó ver algo de aquello que permanece en nosotros.

Para todos es conocido mucho de lo malo de los llamados “chilangos”. Es decir, quienes habitan la Ciudad de México. Pues, yo vi algo diferente.

Por mi actividad viví/sufrí el zangoloteo allí merito.

A la conclusión del sismo, a la vuelta de la calma, al paso del susto, había que emprender las actividades, típicas o con las variantes propias de cada uno.

Pues bien. De pronto, se atascaron calles y avenidas. Ante esto, yo no escuché un solo claxonazo, tampoco gritos o insultos, por no poder avanzar. Nos mirábamos unos a otros, como diciendo, esto es lo de menos.

Quizá este tipo de lecciones de la vida nos hagan falta para entender que no todo es velocidad, desesperación, ambiciones desmedidas.

Esperemos que el ser humano tenga en cuenta su predominio sobre las otras especies y que se porte como lo que es: alguien dotado de inteligencia.

jaimealcantara2005@hotmail.com

ÚLTIMASCOLUMNAS
martes 24 de octubre de 2017

La renuncia inesperada

Jaime Alcántara

miércoles 11 de octubre de 2017

Cataluña o Calunya

Jaime Alcántara

martes 26 de septiembre de 2017

Tenemos esperanzas

Jaime Alcántara

martes 05 de septiembre de 2017

Turismo

Jaime Alcántara