/ miércoles 9 de febrero de 2022

Tensiones y dilemas en torno al riesgo: grupos anti-vacunas

por Fausto Carbajal

A principios de enero del año en curso, diversos países europeos registraron manifestaciones de los grupos anti-vacunas. Más de 100 mil personas marcharon a lo largo de Francia, ante lo que llamaron “un plan del gobierno por restringir los derechos de los no vacunados [contra la Covid-19]”. Alrededor de 40 mil personas se congregaron en Viena, Austria, en donde estas vacunas se han vuelto prácticamente forzosas. De acuerdo con estimaciones de la policía de Hamburgo, 16 mil personas marcharon en esta ciudad alemana por el mismo motivo. Palabras más, estas movilizaciones se llevaron a cabo bajo una misma bandera: “No queremos vacunas obligatorias”.

Haciendo temporalmente a un lado que los grupos anti-vacunas puedan evolucionar a un movimiento violento o, por otra parte, ser minoritarios –Francia, por ejemplo, tiene más del 75% de su población completamente vacunada–, estas nuevas expresiones sociales, propias de la pandemia, reviven viejas tensiones entre dos valores fundamentales en sociedades democráticas, a saber: la seguridad y la libertad. (Para aquellas personas interesadas en este debate, aquí un clásico: https://www.jstor.org/stable/2538489)

Ciertamente, mucha de la tensión entre seguridad y libertad en la era Covid es atribuible a la desinformación alrededor del tema. No obstante, aunado a esto, la tensión que hoy se refleja en el movimiento anti-vacunas europeo corresponde en gran medida a la manera en que las sociedades generalmente perciben, y se relacionan con, el riesgo. Concretamente, la reducción de un riesgo –en este caso proveniente de un virus– ya conocido, relativamente controlado y políticamente manoseado, hace que la balanza se cargue hacia el lado de la libertad.

A la par, la pandemia ha visibilizado con mayor nitidez los dilemas que los gobiernos enfrentan constantemente para mitigar el impacto de un riesgo, aun cuando las políticas públicas puedan llegar a ser exitosas. El que los gobiernos europeos hayan sido relativamente eficientes para controlar la pandemia, ocasiona que el riesgo del virus pierda sentido de urgencia –e incluso deje de ser creíble–, a tal grado que sectores de la sociedad consideren excesiva la administración obligatoria de una vacuna. Puesto de manera más concisa: no se podría entender el crecimiento del movimiento anti-vacunas europeo sin la reducción del riesgo que, después de dos años de pandemia, supone hoy el virus. Como resultado, algunos gobiernos en el viejo continente han implementado medidas coercitivas, algo que en última instancia impacta en términos de legitimidad democrática. Este dilema adquiere todavía mayor complejidad en un escenario geopolítico en el que la democracia atraviesa por una preocupante recesión, visiones anti-democráticas de ejercer el poder adquieren mayor tracción, y un sistema internacional se desplaza cada vez más a la multipolaridad.

Por ello, es importante preguntarse: ¿Un riesgo se desactiva o se administra? Confío, apreciable lector(a), que mis palabras no serán malinterpretadas. Sin duda, salvar vidas tendría que ser el bien mayor en cualquier escenario donde la seguridad se vea comprometida. No obstante, casos como la pandemia sugieren que la eficiencia de una política en materia de seguridad –ya sea sanitaria, pública o nacional–, más que una línea diagonal ascendente es en realidad una curva que, al llegar a un punto óptimo de reducción del riesgo, comienza por afectar la misma seguridad que se tenía pensada salvaguardar –por ejemplo, los anti-vacunas contribuyen a prolongar la pandemia.

Lo anterior tiene implicaciones de investigación. Por una parte, el caso europeo desmontaría la tesis según la cual la diferencia más marcada en el contexto Covid ha sido entre gobiernos eficientes y gobiernos ineficientes. Por otra parte, así como en la ciencia política y las relaciones internacionales se habla del “dilema de seguridad” para describir eventos específicos, conviene empezar a hablar –y teorizar– sobre “el dilema del riesgo”, particularmente en sociedades democráticas.

Para finalizar, la pandemia nos vino a recordar que de todos los bienes –tangibles e intangibles– que un Estado puede brindar, ninguno podría ser tan valioso como la seguridad, sobre todo en momentos de crisis. En última instancia, evocando a Thomas Hobbes, sin seguridad “[…] la vida del hombre es solitaria, pobre, sucia, brutal y corta”. Pero, a diferencia de la época de Hobbes, para quien la seguridad era un valor absoluto, la pandemia también nos ha dejado claro que la seguridad eventualmente coexiste con otros valores, de manera cardinal la libertad. En un contexto internacional de severas comorbilidades geopolíticas, conviene que los gobiernos encuentren una ecuación funcional entre ambos. Por el bien de la democracia.

por Fausto Carbajal

A principios de enero del año en curso, diversos países europeos registraron manifestaciones de los grupos anti-vacunas. Más de 100 mil personas marcharon a lo largo de Francia, ante lo que llamaron “un plan del gobierno por restringir los derechos de los no vacunados [contra la Covid-19]”. Alrededor de 40 mil personas se congregaron en Viena, Austria, en donde estas vacunas se han vuelto prácticamente forzosas. De acuerdo con estimaciones de la policía de Hamburgo, 16 mil personas marcharon en esta ciudad alemana por el mismo motivo. Palabras más, estas movilizaciones se llevaron a cabo bajo una misma bandera: “No queremos vacunas obligatorias”.

Haciendo temporalmente a un lado que los grupos anti-vacunas puedan evolucionar a un movimiento violento o, por otra parte, ser minoritarios –Francia, por ejemplo, tiene más del 75% de su población completamente vacunada–, estas nuevas expresiones sociales, propias de la pandemia, reviven viejas tensiones entre dos valores fundamentales en sociedades democráticas, a saber: la seguridad y la libertad. (Para aquellas personas interesadas en este debate, aquí un clásico: https://www.jstor.org/stable/2538489)

Ciertamente, mucha de la tensión entre seguridad y libertad en la era Covid es atribuible a la desinformación alrededor del tema. No obstante, aunado a esto, la tensión que hoy se refleja en el movimiento anti-vacunas europeo corresponde en gran medida a la manera en que las sociedades generalmente perciben, y se relacionan con, el riesgo. Concretamente, la reducción de un riesgo –en este caso proveniente de un virus– ya conocido, relativamente controlado y políticamente manoseado, hace que la balanza se cargue hacia el lado de la libertad.

A la par, la pandemia ha visibilizado con mayor nitidez los dilemas que los gobiernos enfrentan constantemente para mitigar el impacto de un riesgo, aun cuando las políticas públicas puedan llegar a ser exitosas. El que los gobiernos europeos hayan sido relativamente eficientes para controlar la pandemia, ocasiona que el riesgo del virus pierda sentido de urgencia –e incluso deje de ser creíble–, a tal grado que sectores de la sociedad consideren excesiva la administración obligatoria de una vacuna. Puesto de manera más concisa: no se podría entender el crecimiento del movimiento anti-vacunas europeo sin la reducción del riesgo que, después de dos años de pandemia, supone hoy el virus. Como resultado, algunos gobiernos en el viejo continente han implementado medidas coercitivas, algo que en última instancia impacta en términos de legitimidad democrática. Este dilema adquiere todavía mayor complejidad en un escenario geopolítico en el que la democracia atraviesa por una preocupante recesión, visiones anti-democráticas de ejercer el poder adquieren mayor tracción, y un sistema internacional se desplaza cada vez más a la multipolaridad.

Por ello, es importante preguntarse: ¿Un riesgo se desactiva o se administra? Confío, apreciable lector(a), que mis palabras no serán malinterpretadas. Sin duda, salvar vidas tendría que ser el bien mayor en cualquier escenario donde la seguridad se vea comprometida. No obstante, casos como la pandemia sugieren que la eficiencia de una política en materia de seguridad –ya sea sanitaria, pública o nacional–, más que una línea diagonal ascendente es en realidad una curva que, al llegar a un punto óptimo de reducción del riesgo, comienza por afectar la misma seguridad que se tenía pensada salvaguardar –por ejemplo, los anti-vacunas contribuyen a prolongar la pandemia.

Lo anterior tiene implicaciones de investigación. Por una parte, el caso europeo desmontaría la tesis según la cual la diferencia más marcada en el contexto Covid ha sido entre gobiernos eficientes y gobiernos ineficientes. Por otra parte, así como en la ciencia política y las relaciones internacionales se habla del “dilema de seguridad” para describir eventos específicos, conviene empezar a hablar –y teorizar– sobre “el dilema del riesgo”, particularmente en sociedades democráticas.

Para finalizar, la pandemia nos vino a recordar que de todos los bienes –tangibles e intangibles– que un Estado puede brindar, ninguno podría ser tan valioso como la seguridad, sobre todo en momentos de crisis. En última instancia, evocando a Thomas Hobbes, sin seguridad “[…] la vida del hombre es solitaria, pobre, sucia, brutal y corta”. Pero, a diferencia de la época de Hobbes, para quien la seguridad era un valor absoluto, la pandemia también nos ha dejado claro que la seguridad eventualmente coexiste con otros valores, de manera cardinal la libertad. En un contexto internacional de severas comorbilidades geopolíticas, conviene que los gobiernos encuentren una ecuación funcional entre ambos. Por el bien de la democracia.