/ martes 28 de julio de 2020

Violencia política

Estos días ha resonado en las redes sociales el poderoso discurso de la congresista estadounidense Alexandria Ocasio-Cortez en respuesta a las agresiones misóginas del representante republicano Ted Yoho, quien la llamó “jodida perra”, “asquerosa”, “peligrosa” y “loca”.

La congresista rebatió de manera brillante en tribuna señalado que este tipo de insultos no son un mero incidente, sino que es cultural y que se trata de una cultura de impunidad, de aceptación de la violencia y del lenguaje violento contra las mujeres, apoyado por toda una estructura de poder; a lo que añadió que toda mujer ha experimentado la misoginia en algún momento de su vida.

En cualquier parte de mundo, la violencia política es una realidad que enfrentamos las mujeres que hemos decidido ejercer nuestros derechos políticos y tener voz pública. Un ejemplo reciente en México lo podemos ver en el proceso de selección de consejeras y consejeros del INE, que a pesar de que consideró medidas para garantizar se eligieran al menos a dos mujeres de los cuatro espacios; que contó con criterios objetivos y técnicos para seleccionar a 20 finalistas; y que concluyó con un gran consenso, no podemos dejar de señalar que hubo tratos sexistas y misóginos, reforzados en algunos medios.

Eunice Rendón, una de las aspirantes de ese proceso, a quien John Ackerman, integrante del Comité Técnico Evaluador, atacó y desacreditó solo por ser prima de Ciro Murayama, actual consejero del INE, publicó un artículo en el que señala que este personaje dejó “fuera toda posibilidad de que [ella] tuviera un cerebro y voluntad propia”, la “criticó, lapidó y vetó sin usar un solo argumento más”. Éste no fue el único caso. Durante las entrevistas, en notas periodísticas, o en las revisiones de los perfiles fue recurrente en el caso de las mujeres buscar establecer una relación con un hombre para calificar su dependencia o autonomía, como si las mujeres no tuviéramos criterio o méritos propios.

Este tipo de discusiones no son nuevas, me recuerda a los debates del constituyente de 1917, en que los hombres argumentaban que no se debería reconocer a las mujeres el derecho al voto pues podrían ser manipuladas por sus esposos o la iglesia. Lo páradojico es que más de un siglo después prevalezca una mentalidad tan estrecha.

La misoginia no se quedan ahí, en malos tratos. Las mujeres enfrentamos cualquier tipo de violencia en el ámbito político, desde el menosprecio o la discriminación hasta la agresión física, sexual o el asesinato, y la enfrentan mujeres en todos los niveles, con un mayor nivel de complejidad en zonas rurales e indígenas, con un machismo arraigado y poca capacidad de respuesta institucional; y no solamente en cargos de elección sino practicamente en cualquier actividad de la esfera pública.

La violencia política es hoy el principal obstáculo para que las mujeres ejerzamos plenamente nuestro derecho a tener una voz pública y formar parte de las decisiones que impactan en nuestas vidas. Es por ello, que las recientes reformas en materia de violencia política contra las mujeres, que abarcan modificaciones a ocho ordenamientos legales a nivel federal, y han sido armonizadas en más de veinte entidades federativas, son un marco legal fundamental para garantizar los derechos políticos de las mujeres, contiene mecanismos y herramientas jurídicas para prevenir, atender y sancionar la violencia política por la vía administrativa, jurisdiccional y/o penal, y buscan acabar con la impunidad.

Como señala Ocasio-Cortez, la misoginia al ser aceptada culturalmente, queda impune, y los hombres poderosos se salen con la suya. No lo podemos permitir más. Juntas, con las leyes en la mano, pongamos un alto a la violencia política contra las mujeres.

Estos días ha resonado en las redes sociales el poderoso discurso de la congresista estadounidense Alexandria Ocasio-Cortez en respuesta a las agresiones misóginas del representante republicano Ted Yoho, quien la llamó “jodida perra”, “asquerosa”, “peligrosa” y “loca”.

La congresista rebatió de manera brillante en tribuna señalado que este tipo de insultos no son un mero incidente, sino que es cultural y que se trata de una cultura de impunidad, de aceptación de la violencia y del lenguaje violento contra las mujeres, apoyado por toda una estructura de poder; a lo que añadió que toda mujer ha experimentado la misoginia en algún momento de su vida.

En cualquier parte de mundo, la violencia política es una realidad que enfrentamos las mujeres que hemos decidido ejercer nuestros derechos políticos y tener voz pública. Un ejemplo reciente en México lo podemos ver en el proceso de selección de consejeras y consejeros del INE, que a pesar de que consideró medidas para garantizar se eligieran al menos a dos mujeres de los cuatro espacios; que contó con criterios objetivos y técnicos para seleccionar a 20 finalistas; y que concluyó con un gran consenso, no podemos dejar de señalar que hubo tratos sexistas y misóginos, reforzados en algunos medios.

Eunice Rendón, una de las aspirantes de ese proceso, a quien John Ackerman, integrante del Comité Técnico Evaluador, atacó y desacreditó solo por ser prima de Ciro Murayama, actual consejero del INE, publicó un artículo en el que señala que este personaje dejó “fuera toda posibilidad de que [ella] tuviera un cerebro y voluntad propia”, la “criticó, lapidó y vetó sin usar un solo argumento más”. Éste no fue el único caso. Durante las entrevistas, en notas periodísticas, o en las revisiones de los perfiles fue recurrente en el caso de las mujeres buscar establecer una relación con un hombre para calificar su dependencia o autonomía, como si las mujeres no tuviéramos criterio o méritos propios.

Este tipo de discusiones no son nuevas, me recuerda a los debates del constituyente de 1917, en que los hombres argumentaban que no se debería reconocer a las mujeres el derecho al voto pues podrían ser manipuladas por sus esposos o la iglesia. Lo páradojico es que más de un siglo después prevalezca una mentalidad tan estrecha.

La misoginia no se quedan ahí, en malos tratos. Las mujeres enfrentamos cualquier tipo de violencia en el ámbito político, desde el menosprecio o la discriminación hasta la agresión física, sexual o el asesinato, y la enfrentan mujeres en todos los niveles, con un mayor nivel de complejidad en zonas rurales e indígenas, con un machismo arraigado y poca capacidad de respuesta institucional; y no solamente en cargos de elección sino practicamente en cualquier actividad de la esfera pública.

La violencia política es hoy el principal obstáculo para que las mujeres ejerzamos plenamente nuestro derecho a tener una voz pública y formar parte de las decisiones que impactan en nuestas vidas. Es por ello, que las recientes reformas en materia de violencia política contra las mujeres, que abarcan modificaciones a ocho ordenamientos legales a nivel federal, y han sido armonizadas en más de veinte entidades federativas, son un marco legal fundamental para garantizar los derechos políticos de las mujeres, contiene mecanismos y herramientas jurídicas para prevenir, atender y sancionar la violencia política por la vía administrativa, jurisdiccional y/o penal, y buscan acabar con la impunidad.

Como señala Ocasio-Cortez, la misoginia al ser aceptada culturalmente, queda impune, y los hombres poderosos se salen con la suya. No lo podemos permitir más. Juntas, con las leyes en la mano, pongamos un alto a la violencia política contra las mujeres.

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