/ domingo 17 de abril de 2016

Anna Wintour, la mujer más poderosa del mundo | Carlos Siula

PARÍS, Francia.- Desde 2006 -con la única excepción de 2010-, la revista norteamericana Forbes designa a la canciller alemana Angela Merkel como la mujer más poderosa del mundo. Es falso.

La mujer más influyente del planeta es, en verdad, Anna Wintour.

A los 67 años, sin embargo, es mucho más que eso. De ella se podría decir que es algo así como una visionaria militante de la moda. Pero, sobre todo, es la personalidad más poderosa del universo fashion. Desde hace 28 años, detrás de su célebre flequillo y de sus eternos anteojos negros, la jefa de redacción de la edición norteamericana de la revista Vogue es capaz de crear ídolos y derribar íconos.

Su estilo, sus réplicas y sobre todo su feeling la convirtieron en la gran papisa de la moda. La prensa persigue una entrevista de Wintour como los gold seekers las pepitas de oro. Casi siempre en vano…

-Perdón, ¿le puedo hacer una pregunta para mi diario?

-¡Usted está soñando!-, suele responder sin detenerse ni mirar la cara de su interlocutor.

Las feroces respuestas de la célebre editora son legendarias.

-He apostado una botella de champaña con mi redacción a que llevaba una entrevista suya…

-¡Pues perdió!-, le contestó lacónicamente a otro reportero.

Hay que decir que después de casi tres décadas en el pináculo reservado a las celebridades, Wintour está acostumbrada a que una multitud de cámaras y objetivos no la dejen en paz. El problema es que, para ella, los desfiles no son un evento social: son probablemente el acontecimiento más importante de su vida.

Ese ritual dura diez semanas por año. Setenta días durante los cuales la jefa de redacción de Vogue frecuenta los desfiles de Nueva York, Milán, Londres y París. Y siempre es lo mismo: religiosamente llega antes de la hora, pasa por las bambalinas para hacerse presentar la colección por los modistas en persona, toca las prendas, estudia los accesorios, saluda al presidente de la marca y se sienta en primera fila. De allí no se mueve hasta que todo termina y no permite que nadie, pero nadie, le hable ni la interrumpa.

Anna Wintour

Es verdad, Anna Wintour es poderosa porque controla la revista más prestigiosa de la moda. Pero también porque sabe tomarle el pulso a ese universo del lujo, efímero, frívolo y aparente. En todo caso, para ella, la moda no tiene nada de eso: “Es un arte”, sentencia.

Nacida en Londres, Anna Wintour adoptó Nueva York apasionadamente. Desde comienzos de los años 2000 organiza un concurso y un fondo de ayuda para los jóvenes creadores de la ciudad. Después de los atentados de 2001, se fijó la tarea de revitalizar comercialmente la gran metrópoli. Para que los clientes recuperaran el deseo de regresar, organiza desde entonces una Fashion Night Out, enorme velada con centenares de animaciones en las boutiques de moda. Tanto ha hecho por el departamento Moda del Metropolitan que una sala del museo lleva su nombre.

En una gala del Metropolitan Museum. Autodidacta que abandonó la escuela a los 16 años

Pero Anna Wintour también es una personalidad comprometida políticamente. Demócrata convencida, reunió fondos para su partido organizando una cena de gala en su casa, en presencia de Barack Obama y apareció en spots publicitarios defendiendo el matrimonio gay. Hace poco, cuando nadie tenía el coraje de instalar sus oficinas en el nuevo edificio del World Trade Center, ella mostró el ejemplo al mudar las instalaciones de Condé Nast -la empresa editora de Vogue- a ese sitio simbólico. Anna también -y sobre todo- es un estilo. Corte de pelo rigurosamente carré, color caramelo. Anteojos de sol Chanel, dos collares entrelazados de cristales de colores, IPhone 6 dorado y largos abrigos Prada, Vuitton, Saint-Laurent o Céline. Para la noche: Chanel haute couture. Y sobre todo nada discreto ni color negro. Que quede en claro: Anna Wintour menosprecia las hordas de personajes de la moda que solo se visten de negro. Ella defiende una moda extravagante, alegre y osada.

En 1988, el año de su llegada al frente de la redacción, hizo entrar a Vogue en la vanguardia de la moda con una portada mostrando a la mannequin vestida con una chaqueta que costaba una fortuna con un pantalón de jean. Desde entonces, se transformó en la reina de la anticipación de las corrientes que despuntan en el horizonte. Aunque detesta la palabra “tendencia”, tiene una capacidad única para adivinar lo que vendrá.

Célebre en el exclusivo mundo de la moda, Anna Wintour alcanzó la fama planetaria gracias a un libro escrito por una ignota pasante y traducido en 40 idiomas. Llevada al cine e interpretada por Merryl Streep, esa descripción de un universo laboral caracterizado por el acoso moral dejó más de 300 millones de dólares.

Súper fairplay, dueña de un excelente humor, Anna Wintour no solo fue al estreno de “El diablo se viste de Prada”, sino que llegó vestida de Prada.

Quienes la frecuentan afirman que es extremadamente fiel en amistad. Y que, aparte de su trabajo, su principal pasión es el tenis, deporte que practica casi a diario. Su tercera pasión es su casa de campo en Mastic Beach, en las afueras de Nueva York. Una casa que renovó con buen gusto y que dejó fotografiar por World of Interiors, una de las publicaciones de Condé Nast.

Lejos de esos detalles idílicos, muchos la acusan de querer imponer su marca en la moda. Otros le reprochan intervenir constantemente cuando las marcas buscan nuevos creadores. Pero tal vez esa sea su principal virtud. “Hay que apoyar siempre las nuevas generaciones de diseñadores. Y este año ha sido pródigo en talentos”, afirmó al término de los desfiles de marzo en París.

Hace poco tiempo, fue nombrada directora artística de todas las publicaciones Condé Nast. Los rumores le prometen con insistencia un porvenir diplomático, se habló incluso de un puesto de embajadora en la capital de la moda, París. Ella permanece inmutable, a los comandos de Vogue.

La prensa es un mundo que ella conoce desde siempre. Toda su familia lleva tinta en las venas: su padre fue jefe de redacción del Evening Standard en Inglaterra y su hermano es periodista político en The Guardian.

A la vez testigo y protagonista, la revista que ella dirige acompañó todas las revoluciones estéticas y sociales del siglo XX y los primeros lustros de este siglo. Pero Vogue US es también un fenómeno de prensa. Número uno de las revistas de moda por su difusión y su publicidad, su tiraje podría hacer palidecer de envidia a cualquier otra publicación: 1.3 millones de ejemplares.

Su número de septiembre, el más importante del año, alcanza récords de paginación y de publicidad al punto de haber inspirado un documental en 2009: “The september issue”, de JL Cutler. En 2012, Vogue batió su propio récord con un número que pesaba 2.3 kilos. Al frente de ese monumento de la edición, la mujer que lo dirige con mano de hierro es -curiosamente- una autodidacta que abandonó la escuela a los 16 años para dedicarse a la moda.

PARÍS, Francia.- Desde 2006 -con la única excepción de 2010-, la revista norteamericana Forbes designa a la canciller alemana Angela Merkel como la mujer más poderosa del mundo. Es falso.

La mujer más influyente del planeta es, en verdad, Anna Wintour.

A los 67 años, sin embargo, es mucho más que eso. De ella se podría decir que es algo así como una visionaria militante de la moda. Pero, sobre todo, es la personalidad más poderosa del universo fashion. Desde hace 28 años, detrás de su célebre flequillo y de sus eternos anteojos negros, la jefa de redacción de la edición norteamericana de la revista Vogue es capaz de crear ídolos y derribar íconos.

Su estilo, sus réplicas y sobre todo su feeling la convirtieron en la gran papisa de la moda. La prensa persigue una entrevista de Wintour como los gold seekers las pepitas de oro. Casi siempre en vano…

-Perdón, ¿le puedo hacer una pregunta para mi diario?

-¡Usted está soñando!-, suele responder sin detenerse ni mirar la cara de su interlocutor.

Las feroces respuestas de la célebre editora son legendarias.

-He apostado una botella de champaña con mi redacción a que llevaba una entrevista suya…

-¡Pues perdió!-, le contestó lacónicamente a otro reportero.

Hay que decir que después de casi tres décadas en el pináculo reservado a las celebridades, Wintour está acostumbrada a que una multitud de cámaras y objetivos no la dejen en paz. El problema es que, para ella, los desfiles no son un evento social: son probablemente el acontecimiento más importante de su vida.

Ese ritual dura diez semanas por año. Setenta días durante los cuales la jefa de redacción de Vogue frecuenta los desfiles de Nueva York, Milán, Londres y París. Y siempre es lo mismo: religiosamente llega antes de la hora, pasa por las bambalinas para hacerse presentar la colección por los modistas en persona, toca las prendas, estudia los accesorios, saluda al presidente de la marca y se sienta en primera fila. De allí no se mueve hasta que todo termina y no permite que nadie, pero nadie, le hable ni la interrumpa.

Anna Wintour

Es verdad, Anna Wintour es poderosa porque controla la revista más prestigiosa de la moda. Pero también porque sabe tomarle el pulso a ese universo del lujo, efímero, frívolo y aparente. En todo caso, para ella, la moda no tiene nada de eso: “Es un arte”, sentencia.

Nacida en Londres, Anna Wintour adoptó Nueva York apasionadamente. Desde comienzos de los años 2000 organiza un concurso y un fondo de ayuda para los jóvenes creadores de la ciudad. Después de los atentados de 2001, se fijó la tarea de revitalizar comercialmente la gran metrópoli. Para que los clientes recuperaran el deseo de regresar, organiza desde entonces una Fashion Night Out, enorme velada con centenares de animaciones en las boutiques de moda. Tanto ha hecho por el departamento Moda del Metropolitan que una sala del museo lleva su nombre.

En una gala del Metropolitan Museum. Autodidacta que abandonó la escuela a los 16 años

Pero Anna Wintour también es una personalidad comprometida políticamente. Demócrata convencida, reunió fondos para su partido organizando una cena de gala en su casa, en presencia de Barack Obama y apareció en spots publicitarios defendiendo el matrimonio gay. Hace poco, cuando nadie tenía el coraje de instalar sus oficinas en el nuevo edificio del World Trade Center, ella mostró el ejemplo al mudar las instalaciones de Condé Nast -la empresa editora de Vogue- a ese sitio simbólico. Anna también -y sobre todo- es un estilo. Corte de pelo rigurosamente carré, color caramelo. Anteojos de sol Chanel, dos collares entrelazados de cristales de colores, IPhone 6 dorado y largos abrigos Prada, Vuitton, Saint-Laurent o Céline. Para la noche: Chanel haute couture. Y sobre todo nada discreto ni color negro. Que quede en claro: Anna Wintour menosprecia las hordas de personajes de la moda que solo se visten de negro. Ella defiende una moda extravagante, alegre y osada.

En 1988, el año de su llegada al frente de la redacción, hizo entrar a Vogue en la vanguardia de la moda con una portada mostrando a la mannequin vestida con una chaqueta que costaba una fortuna con un pantalón de jean. Desde entonces, se transformó en la reina de la anticipación de las corrientes que despuntan en el horizonte. Aunque detesta la palabra “tendencia”, tiene una capacidad única para adivinar lo que vendrá.

Célebre en el exclusivo mundo de la moda, Anna Wintour alcanzó la fama planetaria gracias a un libro escrito por una ignota pasante y traducido en 40 idiomas. Llevada al cine e interpretada por Merryl Streep, esa descripción de un universo laboral caracterizado por el acoso moral dejó más de 300 millones de dólares.

Súper fairplay, dueña de un excelente humor, Anna Wintour no solo fue al estreno de “El diablo se viste de Prada”, sino que llegó vestida de Prada.

Quienes la frecuentan afirman que es extremadamente fiel en amistad. Y que, aparte de su trabajo, su principal pasión es el tenis, deporte que practica casi a diario. Su tercera pasión es su casa de campo en Mastic Beach, en las afueras de Nueva York. Una casa que renovó con buen gusto y que dejó fotografiar por World of Interiors, una de las publicaciones de Condé Nast.

Lejos de esos detalles idílicos, muchos la acusan de querer imponer su marca en la moda. Otros le reprochan intervenir constantemente cuando las marcas buscan nuevos creadores. Pero tal vez esa sea su principal virtud. “Hay que apoyar siempre las nuevas generaciones de diseñadores. Y este año ha sido pródigo en talentos”, afirmó al término de los desfiles de marzo en París.

Hace poco tiempo, fue nombrada directora artística de todas las publicaciones Condé Nast. Los rumores le prometen con insistencia un porvenir diplomático, se habló incluso de un puesto de embajadora en la capital de la moda, París. Ella permanece inmutable, a los comandos de Vogue.

La prensa es un mundo que ella conoce desde siempre. Toda su familia lleva tinta en las venas: su padre fue jefe de redacción del Evening Standard en Inglaterra y su hermano es periodista político en The Guardian.

A la vez testigo y protagonista, la revista que ella dirige acompañó todas las revoluciones estéticas y sociales del siglo XX y los primeros lustros de este siglo. Pero Vogue US es también un fenómeno de prensa. Número uno de las revistas de moda por su difusión y su publicidad, su tiraje podría hacer palidecer de envidia a cualquier otra publicación: 1.3 millones de ejemplares.

Su número de septiembre, el más importante del año, alcanza récords de paginación y de publicidad al punto de haber inspirado un documental en 2009: “The september issue”, de JL Cutler. En 2012, Vogue batió su propio récord con un número que pesaba 2.3 kilos. Al frente de ese monumento de la edición, la mujer que lo dirige con mano de hierro es -curiosamente- una autodidacta que abandonó la escuela a los 16 años para dedicarse a la moda.