/ miércoles 18 de mayo de 2016

Carlos Siula

PARÍS, Francia.– ¿Cuál el precio de una democracia? Más concretamente, en Estados Unidos la pregunta correcta debería ser: ¿cuánto cuesta la Casa Blanca? El mismo interrogante, en términos generales, es válido para la Presidencia de cualquier país. La otra cuestión clave que se puede formular íntimamente un candidato es: ¿cuál es la tasa de retorno político sobre inversión?

“Esas preguntas no son ingenuas porque en las grandes democracias occidentales es casi imposible acceder al poder supremo sin contar con una sólida base financiera”, argumenta David Sirota, autor de “How Big Money and Corruption Conquered Our Government” (“Cómo las grandes fortunas y la corrupción conquistaron nuestro Gobierno”).

DAVID SIROTA. “Sin dinero no hay acceso al poder”.

Cada vez con mayor frecuencia, el poder suscita el interés, la ambición, e incluso la codicia de los grandes millonarios. En Estados Unidos siempre hubo potentados que aspiraron llegar a la Casa Blanca y, en algunos casos, lo lograron. Pero la tendencia se aceleró en los últimos 25 años a partir de las candidaturas independientes de los millonarios Ross Perot en 1992 y 1996, y Steve Forbes en 1996 y 2000.

El mismo fenómeno se produjo en Europa y sobre todo en América Latina.

La virtual consagración de Donald Trump como candidato republicano para las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos reactualizó en términos cruciales la importancia de ese problema.

Cifras siderales

En 2012, para conservar su puesto en la Casa Blanca, Barack Obama debió desembolsar mil 100 millones de dólares. Su adversario republicano Mitt Romney gastó 1,200 millones con menos éxito. Pero, si se suma el dinero invertido por todos los candidatos desde el proceso de primarias, que comienza nueve meses antes de la elección, la campaña presidencial de hace cuatro años devoró más de cinco mil millones de dólares.

Este año, con menos restricciones legales que antes, los 15 candidatos republicanos y los 9 demócratas que participaron en la lucha interna de los dos grandes partidos pueden llegar a duplicar esas cifras. La larga batalla presidencial de nueve meses  (que prevé primarias y “caucus” en 37 estados más las convenciones partidarias en julio y cuatro meses de campaña hasta la elección el 8 de noviembre) es un monstruo que devora fortunas con un apetito insaciable.

La carrera por la Casa Blanca consumió hasta ahora mil 166 millones de dólares entre los aportes realizados por pequeños donantes y el dinero recolectado por los Political Action Committees (PAC), según la minuciosa contabilidad que lleva el sitio Open Secrets. Detrás de esa denominación aparentemente inofensiva se ocultan las donaciones realizadas por grandes millonarios, empresas multinacionales y grupos de intereses.

Danza de millones

Hasta las recientes primarias demócratas del 17 de mayo en Kentucky y Oregón, la favorita demócrata Hillary Clinton había reunido más de 250 millones de dólares.

En el mismo momento, el mayor potentado de esta elección, Donald Trump, solo aparecía en tercer lugar del “ranking” de donaciones con apenas 51 millones de dólares.

La diferencia reside en que el candidato de los republicanos  —ubicado en el puesto 405° de la lista de millonarios de la revista “Forbes”—  financia su campaña con su colosal patrimonio personal, difícil de calcular con precisión: mientras la agencia de noticias económicas “Bloomberg” le atribuye una fortuna de dos mil 900 millones de dólares, “Forbes” estima que oscila en torno de cuatro mil 100 millones y el propio interesado se jacta de poseer más de 10 mil millones de dólares.

Demora fatal

 Esta elección estuvo a punto de ser conmocionada por la participación de otro magnate: Michael Bloomberg, exalcalde de Nueva York, que durante más de dos meses titubeó sobre la conveniencia de lanzarse a la carrera por la Casa Blanca como candidato independiente.

Comparado con Bloomberg, Trump parece un pigmeo: ubicado en la 14ª posición de la lista de “Fortune” con un patrimonio de 40 mil 200 millones de dólares, el exalcalde de Nueva York entre 2002 y 2013, es propietario de un imperio de servicios e información financiera que incluye una agencia de noticias, una cadena de radio y una red internacional de televisión especializadas en actualidad económica. En el mes de agosto pasado fue públicamente incitado a lanzarse a la conquista de la Casa Blanca por el angloaustraliano Rupert Murdoch, otro magnate mundial de la industria multimedia.

Por cara que cueste una campaña, Bloomberg no necesitaba recurrir a la ayuda de nadie. Su fortuna le hubiera permitido afrontar solo todos los gastos y las costosas inversiones publicitarias. Pero, a último momento, decidió abandonar el desafío consciente de que había subido al ring demasiado tarde para disputarle la corona a Donald Trump.

Los dólares no tienen olor

Frente a esos dos colosos, Hillary Clinton no es verdaderamente una millonaria. Pero, entre ella y su marido acumularon una respetable fortuna de 139 millones de dólares gracias al éxito de sus libros y las conferencias  —pagadas con cheques de seis dígitos—  que pronuncian periódicamente para grandes empresas, convenciones de industrias, firmas multinacionales, o grupos ideológicos o religiosos que buscan influir en las decisiones políticas cruciales.

La exsecretaria de Estado norteamericana, que critica públicamente a Wall Street, entre 2013 y 2015 facturó 2.9 millones de dólares con las 12 intervenciones que realizó ante firmas privadas de inversiones, fondos especulativos o grandes corporaciones financieras.

Entre las principales contribuciones de la Clinton Foundation figuran cinco de los seis bancos más importantes de Estados Unidos. Esa fundación también recibió donaciones de los Gobiernos de Arabia Saudita, Qatar y Argelia.

Su equipo recauda con igual eficacia en la industria del entretenimiento (entre los cuales figuran Dream Works Animation y su CEO, Jeffrey Katzenberg; Steven Spielberg; los gigantes de la industria de entretenimiento Time Warner, 21st Century Fox y CableVision Systems); como entre los especuladores más audaces de Wall Street (entre ellos el magnate George Soros, el inversor S. Donald Sussman, Mark Heising, Roger Altman y el mogul Haim Saban, de Saban Capital Group); el comité feminista Emily’s List, varios gabinetes internacionales de abogados, grandes empresas como Cisco o General Electric y grupos de presión como los “lobbies” médico y farmacéutico.

TIMOTHY KUHNER. “El dinero en la política (de Estados Unidos) es obsceno”.

“El flujo obsceno de dinero que reciben los candidatos en Estados Unidos no es un fenómeno nuevo”, asegura Timothy Kuhner, en su libro Capitalism vs. Democracy: Money in Politics (Capitalismo contra democracia: el dinero en política). Pero las dimensiones colosales que alcanzan en esta elección son el resultado directo del famoso fallo Citizen United.

Continúa mañana

PARÍS, Francia.– ¿Cuál el precio de una democracia? Más concretamente, en Estados Unidos la pregunta correcta debería ser: ¿cuánto cuesta la Casa Blanca? El mismo interrogante, en términos generales, es válido para la Presidencia de cualquier país. La otra cuestión clave que se puede formular íntimamente un candidato es: ¿cuál es la tasa de retorno político sobre inversión?

“Esas preguntas no son ingenuas porque en las grandes democracias occidentales es casi imposible acceder al poder supremo sin contar con una sólida base financiera”, argumenta David Sirota, autor de “How Big Money and Corruption Conquered Our Government” (“Cómo las grandes fortunas y la corrupción conquistaron nuestro Gobierno”).

DAVID SIROTA. “Sin dinero no hay acceso al poder”.

Cada vez con mayor frecuencia, el poder suscita el interés, la ambición, e incluso la codicia de los grandes millonarios. En Estados Unidos siempre hubo potentados que aspiraron llegar a la Casa Blanca y, en algunos casos, lo lograron. Pero la tendencia se aceleró en los últimos 25 años a partir de las candidaturas independientes de los millonarios Ross Perot en 1992 y 1996, y Steve Forbes en 1996 y 2000.

El mismo fenómeno se produjo en Europa y sobre todo en América Latina.

La virtual consagración de Donald Trump como candidato republicano para las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos reactualizó en términos cruciales la importancia de ese problema.

Cifras siderales

En 2012, para conservar su puesto en la Casa Blanca, Barack Obama debió desembolsar mil 100 millones de dólares. Su adversario republicano Mitt Romney gastó 1,200 millones con menos éxito. Pero, si se suma el dinero invertido por todos los candidatos desde el proceso de primarias, que comienza nueve meses antes de la elección, la campaña presidencial de hace cuatro años devoró más de cinco mil millones de dólares.

Este año, con menos restricciones legales que antes, los 15 candidatos republicanos y los 9 demócratas que participaron en la lucha interna de los dos grandes partidos pueden llegar a duplicar esas cifras. La larga batalla presidencial de nueve meses  (que prevé primarias y “caucus” en 37 estados más las convenciones partidarias en julio y cuatro meses de campaña hasta la elección el 8 de noviembre) es un monstruo que devora fortunas con un apetito insaciable.

La carrera por la Casa Blanca consumió hasta ahora mil 166 millones de dólares entre los aportes realizados por pequeños donantes y el dinero recolectado por los Political Action Committees (PAC), según la minuciosa contabilidad que lleva el sitio Open Secrets. Detrás de esa denominación aparentemente inofensiva se ocultan las donaciones realizadas por grandes millonarios, empresas multinacionales y grupos de intereses.

Danza de millones

Hasta las recientes primarias demócratas del 17 de mayo en Kentucky y Oregón, la favorita demócrata Hillary Clinton había reunido más de 250 millones de dólares.

En el mismo momento, el mayor potentado de esta elección, Donald Trump, solo aparecía en tercer lugar del “ranking” de donaciones con apenas 51 millones de dólares.

La diferencia reside en que el candidato de los republicanos  —ubicado en el puesto 405° de la lista de millonarios de la revista “Forbes”—  financia su campaña con su colosal patrimonio personal, difícil de calcular con precisión: mientras la agencia de noticias económicas “Bloomberg” le atribuye una fortuna de dos mil 900 millones de dólares, “Forbes” estima que oscila en torno de cuatro mil 100 millones y el propio interesado se jacta de poseer más de 10 mil millones de dólares.

Demora fatal

 Esta elección estuvo a punto de ser conmocionada por la participación de otro magnate: Michael Bloomberg, exalcalde de Nueva York, que durante más de dos meses titubeó sobre la conveniencia de lanzarse a la carrera por la Casa Blanca como candidato independiente.

Comparado con Bloomberg, Trump parece un pigmeo: ubicado en la 14ª posición de la lista de “Fortune” con un patrimonio de 40 mil 200 millones de dólares, el exalcalde de Nueva York entre 2002 y 2013, es propietario de un imperio de servicios e información financiera que incluye una agencia de noticias, una cadena de radio y una red internacional de televisión especializadas en actualidad económica. En el mes de agosto pasado fue públicamente incitado a lanzarse a la conquista de la Casa Blanca por el angloaustraliano Rupert Murdoch, otro magnate mundial de la industria multimedia.

Por cara que cueste una campaña, Bloomberg no necesitaba recurrir a la ayuda de nadie. Su fortuna le hubiera permitido afrontar solo todos los gastos y las costosas inversiones publicitarias. Pero, a último momento, decidió abandonar el desafío consciente de que había subido al ring demasiado tarde para disputarle la corona a Donald Trump.

Los dólares no tienen olor

Frente a esos dos colosos, Hillary Clinton no es verdaderamente una millonaria. Pero, entre ella y su marido acumularon una respetable fortuna de 139 millones de dólares gracias al éxito de sus libros y las conferencias  —pagadas con cheques de seis dígitos—  que pronuncian periódicamente para grandes empresas, convenciones de industrias, firmas multinacionales, o grupos ideológicos o religiosos que buscan influir en las decisiones políticas cruciales.

La exsecretaria de Estado norteamericana, que critica públicamente a Wall Street, entre 2013 y 2015 facturó 2.9 millones de dólares con las 12 intervenciones que realizó ante firmas privadas de inversiones, fondos especulativos o grandes corporaciones financieras.

Entre las principales contribuciones de la Clinton Foundation figuran cinco de los seis bancos más importantes de Estados Unidos. Esa fundación también recibió donaciones de los Gobiernos de Arabia Saudita, Qatar y Argelia.

Su equipo recauda con igual eficacia en la industria del entretenimiento (entre los cuales figuran Dream Works Animation y su CEO, Jeffrey Katzenberg; Steven Spielberg; los gigantes de la industria de entretenimiento Time Warner, 21st Century Fox y CableVision Systems); como entre los especuladores más audaces de Wall Street (entre ellos el magnate George Soros, el inversor S. Donald Sussman, Mark Heising, Roger Altman y el mogul Haim Saban, de Saban Capital Group); el comité feminista Emily’s List, varios gabinetes internacionales de abogados, grandes empresas como Cisco o General Electric y grupos de presión como los “lobbies” médico y farmacéutico.

TIMOTHY KUHNER. “El dinero en la política (de Estados Unidos) es obsceno”.

“El flujo obsceno de dinero que reciben los candidatos en Estados Unidos no es un fenómeno nuevo”, asegura Timothy Kuhner, en su libro Capitalism vs. Democracy: Money in Politics (Capitalismo contra democracia: el dinero en política). Pero las dimensiones colosales que alcanzan en esta elección son el resultado directo del famoso fallo Citizen United.

Continúa mañana