/ lunes 27 de enero de 2020

Arte y academia | Mi vida con Shakespeare

Por: ANA MARIA LONGI

"Mi vida con Shakespeare", fue en alguna oportunidad posible; después de que por pura "diversión periodística", estudié teatro en los noventa, teniendo como paciente profesor, al reconocido teatrista: Rafael Ruiz de Velazco, ---a quien me estoy atreviendo a reconocerle sus importantes aportaciones culturales a nuestro país---; puesto qué, en los ochenta, el Instituto, subsidiaba ---¡¡y continúa haciéndolo¡¡---, funciones de teatro, en las que no sólo se llevan a escena las mejores obras de autores ingleses, norteamericanos, rusos y latinoamericanos entre otros; sino, que junto con ello, se le da apertura y oportunidad a la creatividad e ingenio de jóvenes guionistas e histriones preparados en el Centro Universitario de Teatro de Ciudad Universitaria, o, a espontáneos aspirantes de activas compañías de iniciativa privada, que por siempre requerirán ser apoyadas.

Así que dentro de ese recuadro y de manera especial, yo cubría, igualmente, por aquel tiempo para la Sección Cultural de Excélsior, todas aquellas coberturas que se alineaban a los programas del IMSS. Y por lo tanto el reto, al que me enfrenté, después de cuatro semanas de entrevistar a directores, actores y guionistas, fue inesperado: El dramaturgo Rafael Ruiz de Velazco, quien estaba montando una obra de invención: "Historias del Viejo Lugar", en la que se requería urgentemente la comparecencia de una enérgica y siempre bien "peluqueada" soberana calva, Isabel I; última de los Tudor, e hija de Enrique VIII y Ana Bolena; para qué, en la misma, no solamente protegiera la creatividad de Marlowe, sino incluso la de un supuesto joven dramaturgo de apellido Shakespeare, del cual ella, se mostraría discretamente enamorada. Así que Rafa me convenció. A pesar de que le confesé que mi único contacto con la escena capitalina, había sido a través de un movido "Son Jarocho", que por cierto jamás nos salió ---ni a mi atarantado compañero de la Secundaria, ni a mí---, el famoso moño que las parejas suelen enseñar al público al final de dicho bailable, para presumir que su zapateado fue perfecto.

Por lo tanto, los largos y fatigantes ensayos nocturnos que imparables se cerraban a las 2 o 3 de la mañana, empezaron a agotarme. Y yo sólo tenía dos caminos: Dejar plantados a Isabel Tudor y a Rafael Ruiz de Velazco, mi admirado profesor; o, aceptar que aquella aventura --en verdad-verdad---ya me estaba "cuachalangueando". Sí, sí, lo afirmo, a encantarme. Porque la vida de un histrión, será siempre fascinante. Y lo digo, porque el aspirante, tiene que iniciarse primero en la comprensión del texto. Entender, por ejemplo, qué es, en qué consiste y de qué manera va a hacerlo suyo; y quedar plenamente convencido, de que el desempeño que se le ha encomendado, no es sólo individual, sino comunitario, ya que tanto nuestro esfuerzo, como el de nuestros compañeros, se está transformando en un solo producto histórico, grupal y holístico.

Así, que cuando reflexioné todo lo anterior, es porque ya tenía encima el peso inconmensurable de mi personaje. En mi caso el de una soberana autoritaria, que además de mostrarse como una terrible intervencionista religiosa, logró durante su periodo isabelino de 1558 a 1603, defender de manera sorprendente el gran auge cultural y artístico de Inglaterra e Irlanda. Así que luego de lanzarle dulces demostraciones de afecto a un supuesto joven y atractivo Shakespeare; la majestuosa Isabel Tudor, ---ataviada con rubio peluquín y un gran aro de metal bajo el vestido--- le endulza el oído al ya para entonces famoso dramaturgo, mediante consoladoras palabras con las que quedaron derrotados, definitivamente, envidiosos oponentes y competidores: "Incorporaos Shakespeare, y no os inquietéis... Inglaterra os ama... ¡Y yo soy Inglaterra".

Un beso... Y hasta la próxima charla

Por: ANA MARIA LONGI

"Mi vida con Shakespeare", fue en alguna oportunidad posible; después de que por pura "diversión periodística", estudié teatro en los noventa, teniendo como paciente profesor, al reconocido teatrista: Rafael Ruiz de Velazco, ---a quien me estoy atreviendo a reconocerle sus importantes aportaciones culturales a nuestro país---; puesto qué, en los ochenta, el Instituto, subsidiaba ---¡¡y continúa haciéndolo¡¡---, funciones de teatro, en las que no sólo se llevan a escena las mejores obras de autores ingleses, norteamericanos, rusos y latinoamericanos entre otros; sino, que junto con ello, se le da apertura y oportunidad a la creatividad e ingenio de jóvenes guionistas e histriones preparados en el Centro Universitario de Teatro de Ciudad Universitaria, o, a espontáneos aspirantes de activas compañías de iniciativa privada, que por siempre requerirán ser apoyadas.

Así que dentro de ese recuadro y de manera especial, yo cubría, igualmente, por aquel tiempo para la Sección Cultural de Excélsior, todas aquellas coberturas que se alineaban a los programas del IMSS. Y por lo tanto el reto, al que me enfrenté, después de cuatro semanas de entrevistar a directores, actores y guionistas, fue inesperado: El dramaturgo Rafael Ruiz de Velazco, quien estaba montando una obra de invención: "Historias del Viejo Lugar", en la que se requería urgentemente la comparecencia de una enérgica y siempre bien "peluqueada" soberana calva, Isabel I; última de los Tudor, e hija de Enrique VIII y Ana Bolena; para qué, en la misma, no solamente protegiera la creatividad de Marlowe, sino incluso la de un supuesto joven dramaturgo de apellido Shakespeare, del cual ella, se mostraría discretamente enamorada. Así que Rafa me convenció. A pesar de que le confesé que mi único contacto con la escena capitalina, había sido a través de un movido "Son Jarocho", que por cierto jamás nos salió ---ni a mi atarantado compañero de la Secundaria, ni a mí---, el famoso moño que las parejas suelen enseñar al público al final de dicho bailable, para presumir que su zapateado fue perfecto.

Por lo tanto, los largos y fatigantes ensayos nocturnos que imparables se cerraban a las 2 o 3 de la mañana, empezaron a agotarme. Y yo sólo tenía dos caminos: Dejar plantados a Isabel Tudor y a Rafael Ruiz de Velazco, mi admirado profesor; o, aceptar que aquella aventura --en verdad-verdad---ya me estaba "cuachalangueando". Sí, sí, lo afirmo, a encantarme. Porque la vida de un histrión, será siempre fascinante. Y lo digo, porque el aspirante, tiene que iniciarse primero en la comprensión del texto. Entender, por ejemplo, qué es, en qué consiste y de qué manera va a hacerlo suyo; y quedar plenamente convencido, de que el desempeño que se le ha encomendado, no es sólo individual, sino comunitario, ya que tanto nuestro esfuerzo, como el de nuestros compañeros, se está transformando en un solo producto histórico, grupal y holístico.

Así, que cuando reflexioné todo lo anterior, es porque ya tenía encima el peso inconmensurable de mi personaje. En mi caso el de una soberana autoritaria, que además de mostrarse como una terrible intervencionista religiosa, logró durante su periodo isabelino de 1558 a 1603, defender de manera sorprendente el gran auge cultural y artístico de Inglaterra e Irlanda. Así que luego de lanzarle dulces demostraciones de afecto a un supuesto joven y atractivo Shakespeare; la majestuosa Isabel Tudor, ---ataviada con rubio peluquín y un gran aro de metal bajo el vestido--- le endulza el oído al ya para entonces famoso dramaturgo, mediante consoladoras palabras con las que quedaron derrotados, definitivamente, envidiosos oponentes y competidores: "Incorporaos Shakespeare, y no os inquietéis... Inglaterra os ama... ¡Y yo soy Inglaterra".

Un beso... Y hasta la próxima charla