/ lunes 23 de octubre de 2017

Competencia y conflictos internos en el PAN

De nada se habla y escribe hoy más que de los comicios del año próximo. Es natural que así sea, y en particular de la elección presidencial, por ser el nuestro un régimen exacerbadamente presidencialista.

Por estos días lo que más ha captado el interés de los medios, que alimentan de información y análisis a la opinión pública, es el proceso interno que sobre el punto se desarrolla en el PAN. En particular se enfatiza la que se presenta como una lucha sin cuartel, carente de escrúpulos, sin ética, por conseguir la candidatura presidencial. No faltará quien, sincera aunque ingenuamente, crea que nada hay peor en la política mexicana que la competencia panista por la candidatura presidencial.

Dos razones parecen avalar esa visión, es decir, de que sólo el panismo registra tales desaguisados. Así parece suceder, primero, debido a que en los demás partidos la competencia, de existir realmente, se desarrolla en total clandestinidad, pero puede llegar aun al magnicidio; y dos, a que en la práctica la asignación de candidaturas, desde la más importante hasta la del último nivel, depende, directa o indirectamente, de una sola voluntad, que puede ser la presidencial, como sucede en el PRI, o del capricho inapelable del líder, como vemos ocurre en Morena.

No es el caso panista. Porque desde la fundación de este partido, hace ocho décadas, la discusión interna ha sido abierta e intensa. De hecho en su misma asamblea fundacional, en 1939, se discutió con vehemencia y de manera pública si se lanzaba –para las elecciones del domingo 7 de julio de 1940- un candidato presidencial propio o se apoyaba a alguno otro. Y así fue, y en buena medida sigue siendo, su línea permanente de intensa discusión y controversia. Que la opinión pública no la haya percibido durante largo tiempo, obedeció a la escasa cobertura que los medios le dispensaron al PAN durante décadas. Pero el debate era real, y no solo por candidaturas, sino en particular cuando se discutían plataformas, programas y aspectos organizativos de la institución.

Es cierto que su participación electoral fue durante al menos medio siglo meramente testimonial. Pero la competencia interna era real. Como quedó demostrado en 1976, cuando al PAN le resultó imposible postular candidato presidencial, porque la competencia derivó en terrible conflicto. Desde mi perspectiva el más grave que el PAN registra en toda su historia, ese del 76.

Pero no había apetencia, y menos aún ambición desbordada de poder, por el poder mismo. Hasta 1970 así lo señala el que es, quizá, el estudio académico pionero sobre Acción Nacional. Aparece incluido en el libro México: realidad política de sus partidos, publicado por el Instituto Mexicano de Estudios Políticos, A.C., y fue realizado por los investigadores Jaime González Graf y Alicia Ramírez Lugo. En esa publicación se lee lo siguiente:

“El PAN omite como función de un partido político la de obtener el poder político, la de luchar por el poder” (pág. 173). “Todas las funciones del PAN se orientan hacia la formación de la conciencia ciudadana, pero en ningún momento hace mención a que su objetivo sea llegar, como partido, al poder público, a asumir las funciones propias del gobierno” (p. 197) “La actividad política no debe ser una actividad profesional” (p. 189)

Todo parece indicar que las cosas cambiaron cuando el poder quedó al alcance. Sería interesante analizar tal cambio, pero se agotó el espacio.

De nada se habla y escribe hoy más que de los comicios del año próximo. Es natural que así sea, y en particular de la elección presidencial, por ser el nuestro un régimen exacerbadamente presidencialista.

Por estos días lo que más ha captado el interés de los medios, que alimentan de información y análisis a la opinión pública, es el proceso interno que sobre el punto se desarrolla en el PAN. En particular se enfatiza la que se presenta como una lucha sin cuartel, carente de escrúpulos, sin ética, por conseguir la candidatura presidencial. No faltará quien, sincera aunque ingenuamente, crea que nada hay peor en la política mexicana que la competencia panista por la candidatura presidencial.

Dos razones parecen avalar esa visión, es decir, de que sólo el panismo registra tales desaguisados. Así parece suceder, primero, debido a que en los demás partidos la competencia, de existir realmente, se desarrolla en total clandestinidad, pero puede llegar aun al magnicidio; y dos, a que en la práctica la asignación de candidaturas, desde la más importante hasta la del último nivel, depende, directa o indirectamente, de una sola voluntad, que puede ser la presidencial, como sucede en el PRI, o del capricho inapelable del líder, como vemos ocurre en Morena.

No es el caso panista. Porque desde la fundación de este partido, hace ocho décadas, la discusión interna ha sido abierta e intensa. De hecho en su misma asamblea fundacional, en 1939, se discutió con vehemencia y de manera pública si se lanzaba –para las elecciones del domingo 7 de julio de 1940- un candidato presidencial propio o se apoyaba a alguno otro. Y así fue, y en buena medida sigue siendo, su línea permanente de intensa discusión y controversia. Que la opinión pública no la haya percibido durante largo tiempo, obedeció a la escasa cobertura que los medios le dispensaron al PAN durante décadas. Pero el debate era real, y no solo por candidaturas, sino en particular cuando se discutían plataformas, programas y aspectos organizativos de la institución.

Es cierto que su participación electoral fue durante al menos medio siglo meramente testimonial. Pero la competencia interna era real. Como quedó demostrado en 1976, cuando al PAN le resultó imposible postular candidato presidencial, porque la competencia derivó en terrible conflicto. Desde mi perspectiva el más grave que el PAN registra en toda su historia, ese del 76.

Pero no había apetencia, y menos aún ambición desbordada de poder, por el poder mismo. Hasta 1970 así lo señala el que es, quizá, el estudio académico pionero sobre Acción Nacional. Aparece incluido en el libro México: realidad política de sus partidos, publicado por el Instituto Mexicano de Estudios Políticos, A.C., y fue realizado por los investigadores Jaime González Graf y Alicia Ramírez Lugo. En esa publicación se lee lo siguiente:

“El PAN omite como función de un partido político la de obtener el poder político, la de luchar por el poder” (pág. 173). “Todas las funciones del PAN se orientan hacia la formación de la conciencia ciudadana, pero en ningún momento hace mención a que su objetivo sea llegar, como partido, al poder público, a asumir las funciones propias del gobierno” (p. 197) “La actividad política no debe ser una actividad profesional” (p. 189)

Todo parece indicar que las cosas cambiaron cuando el poder quedó al alcance. Sería interesante analizar tal cambio, pero se agotó el espacio.