/ martes 27 de febrero de 2024

Crisis migratoria, crisis civilizatoria

Fernando Octavio Hernández Sánchez*

Tras el fin de la Guerra Fría, se nos prometió que la globalización supondría una era de prosperidad al ofrecernos un mayor acceso a distintos productos y mejores oportunidades de desarrollo individual. En 1994, la aparición del EZLN nos advirtió sobre los riesgos depredadores derivados de la aplicación del modelo neoliberal. Hoy en día, la crisis ambiental, así como la extensión de la desigualdad entre individuos y naciones dan la razón a quienes previeron los riesgos del hiperconsumismo y la exaltación del individualismo vinculados con el culto al libre mercado: Hemos contaminado el planeta, mientras el egoísmo polariza a sociedades enteras. En tal escenario, otra de las manifestaciones más palpables de la degradación mundial es la crisis migratoria.

En estos años, la multiplicación de los conflictos armados ha supuesto una causa de grave inseguridad para miles de personas, quienes han debido abandonar sus países con tal de salvar la vida e ir en búsqueda de mejores oportunidades. Para los migrantes, la travesía representa con frecuencia un riesgo mortal, como nos lo recuerda la memoria de Alan Kurdi, el niño sirio que murió ahogado en 2015 al intentar llegar con su familia a Europa huyendo de aquel conflicto. A su vez, miles de migrantes africanos han muerto en el mar Mediterráneo desde la década de 1990, forzados a abandonar un continente que vive en extrema pobreza e inestabilidad desde que el cese de la ayuda económica de Occidente forzó la aplicación de programas de ajuste presupuestal con efectos devastadores. Hoy día, la migración masiva ya no es exclusiva de África, como nos lo recuerda también la crisis de los rohingya en Myanmar o las caravanas migrantes que cruzan México con destino a Estados Unidos: Acosados por las bandas criminales y la pobreza sin fin, salvadoreños, haitianos, hondureños, caminan por días mientras se exponen a riesgos como caer presa de los cárteles del narcotráfico durante su periplo por México, ofreciendo un testimonio de carne y hueso sobre la vileza de un sistema que nos hace indiferentes ante el sufrimiento de quienes lo abandonaron todo con tal de sobrevivir. Ya sea en Siria, Somalia, Yemen, Libia, Haití u Honduras, la proliferación de la violencia y la falta de garantías para la población nutren día a día un éxodo de proporciones enormes, reflejando la aguda descomposición social que se vive en varias partes del mundo.

Además, los migrantes se topan cada vez más con la incomprensión y hasta una abierta hostilidad en los países desarrollados, alimentando un cuadro de xenofobia que podría tener consecuencias atroces: Desde la cerrazón de las autoridades europeas ante el agobio de los migrantes en el Mediterráneo a la postura de gobiernos como el de Viktor Orban en Hungría o la colocación de minas en el río Bravo para impedir el arribo de los migrantes a Texas, el mundo desarrollado refuerza sus accesos ante un fenómeno cada vez más severo. El éxodo migratorio demuestra que el mundo no es un mejor lugar ahora del que la globalización nos prometió hace 30 años, mientras también nos obliga a atender las causas de tal crisis si deseamos garantizar el bien de la Humanidad en este siglo XXI.


* Coordinador de la Licenciatura en Relaciones Internacionales en la Universidad Anáhuac México. Contacto: fohdzsanchez@anahuac.mx

Fernando Octavio Hernández Sánchez*

Tras el fin de la Guerra Fría, se nos prometió que la globalización supondría una era de prosperidad al ofrecernos un mayor acceso a distintos productos y mejores oportunidades de desarrollo individual. En 1994, la aparición del EZLN nos advirtió sobre los riesgos depredadores derivados de la aplicación del modelo neoliberal. Hoy en día, la crisis ambiental, así como la extensión de la desigualdad entre individuos y naciones dan la razón a quienes previeron los riesgos del hiperconsumismo y la exaltación del individualismo vinculados con el culto al libre mercado: Hemos contaminado el planeta, mientras el egoísmo polariza a sociedades enteras. En tal escenario, otra de las manifestaciones más palpables de la degradación mundial es la crisis migratoria.

En estos años, la multiplicación de los conflictos armados ha supuesto una causa de grave inseguridad para miles de personas, quienes han debido abandonar sus países con tal de salvar la vida e ir en búsqueda de mejores oportunidades. Para los migrantes, la travesía representa con frecuencia un riesgo mortal, como nos lo recuerda la memoria de Alan Kurdi, el niño sirio que murió ahogado en 2015 al intentar llegar con su familia a Europa huyendo de aquel conflicto. A su vez, miles de migrantes africanos han muerto en el mar Mediterráneo desde la década de 1990, forzados a abandonar un continente que vive en extrema pobreza e inestabilidad desde que el cese de la ayuda económica de Occidente forzó la aplicación de programas de ajuste presupuestal con efectos devastadores. Hoy día, la migración masiva ya no es exclusiva de África, como nos lo recuerda también la crisis de los rohingya en Myanmar o las caravanas migrantes que cruzan México con destino a Estados Unidos: Acosados por las bandas criminales y la pobreza sin fin, salvadoreños, haitianos, hondureños, caminan por días mientras se exponen a riesgos como caer presa de los cárteles del narcotráfico durante su periplo por México, ofreciendo un testimonio de carne y hueso sobre la vileza de un sistema que nos hace indiferentes ante el sufrimiento de quienes lo abandonaron todo con tal de sobrevivir. Ya sea en Siria, Somalia, Yemen, Libia, Haití u Honduras, la proliferación de la violencia y la falta de garantías para la población nutren día a día un éxodo de proporciones enormes, reflejando la aguda descomposición social que se vive en varias partes del mundo.

Además, los migrantes se topan cada vez más con la incomprensión y hasta una abierta hostilidad en los países desarrollados, alimentando un cuadro de xenofobia que podría tener consecuencias atroces: Desde la cerrazón de las autoridades europeas ante el agobio de los migrantes en el Mediterráneo a la postura de gobiernos como el de Viktor Orban en Hungría o la colocación de minas en el río Bravo para impedir el arribo de los migrantes a Texas, el mundo desarrollado refuerza sus accesos ante un fenómeno cada vez más severo. El éxodo migratorio demuestra que el mundo no es un mejor lugar ahora del que la globalización nos prometió hace 30 años, mientras también nos obliga a atender las causas de tal crisis si deseamos garantizar el bien de la Humanidad en este siglo XXI.


* Coordinador de la Licenciatura en Relaciones Internacionales en la Universidad Anáhuac México. Contacto: fohdzsanchez@anahuac.mx