/ martes 20 de agosto de 2019

Del auge a la pesadumbre de Trump

El año pasado, tras un desvanecimiento temprano del mercado de valores, ocasionado por los encabezados sobre el conflicto comercial entre China y Estados Unidos, presenté tres reglas para pensar en dichos eventos. Primera, el mercado de valores no es la economía. Segunda, el mercado de valores no es la economía. Tercera, el mercado de valores no es la economía.

Pero, tal vez debería agregar una cuarta regla: el mercado de bonos sí es un poco la economía.

Una vieja broma de los economistas dice que el mercado de valores predijo nueve de las últimas cinco recesiones. Bueno, una “curva invertida de rendimiento” —cuando las tasas de interés para los bonos a corto plazo son más elevadas que las tasas de interés para los bonos a largo plazo— predijo seis de las últimas seis recesiones. Y un desplome en los rendimientos a largo plazo, que ahora son más o menos de la mitad de lo que eran el otoño pasado, ha invertido la curva de rendimiento nuevamente, con la extensión del rendimiento al corto plazo en relación con el largo plazo casi a donde estaba a principios de 2007, en las vísperas de una desastrosa crisis financiera y la peor recesión desde la década de 1930.

Ni yo ni nadie más está prediciendo una repetición de la crisis de 2008. Ni siquiera está claro si nos estamos dirigiendo a la recesión. Pero, el mercado obligacionista nos está diciendo que el dinero inteligente se ha vuelto muy pesimista en cuanto al futuro de la economía. ¿Por qué? En esencia, la Reserva Federal (Fed) controla las tasas de interés a corto plazo, pero no las de largo plazo; los bajos rendimientos a largo plazo significan que los inversionistas esperan que la economía sea débil, lo cual obliga a la Fed a hacer recortes repetidos a las tasas de interés.

Entonces, ¿qué representa esta ola de pesimismo? En gran medida, aunque no por completo, se trata de un voto de no confianza en las políticas económicas de Donald Trump.

Tal vez recuerden que el año pasado, tras un par de trimestres de buenas noticias económicas, los funcionarios de Trump alardeaban que el recorte fiscal de 2017 había sentado las bases para muchos años de un alto crecimiento económico.

No obstante, desde entonces, los datos han confirmado en gran medida lo que los críticos habían venido diciendo todo el tiempo. Sí, el recorte fiscal le dio un impulso a la economía, la llevó a la “hiperglucemia”, como si un niño se comiera una bolsa de dulces. Eso es lo que te ocasiona tener déficits billonarios. No obstante, el impulso fue provisional. En específico, el auge prometido en la inversión empresarial nunca se materializó. Y ahora la economía se ha revertido, en el mejor de los casos, a su tasa de crecimiento anterior al estímulo.

Al mismo tiempo, ha quedado cada vez más claro que la beligerancia de Trump en relación con el comercio exterior no es una pose, sino que refleja una convicción real. El proteccionismo parece ser, junto con el racismo, parte de la definición elemental de Trump. Y darse cuenta de que en efecto es un “hombre arancel” está teniendo un grave efecto atenuante en el gasto empresarial, en parte porque nadie sabe hasta dónde llegará.

El año pasado, tras un desvanecimiento temprano del mercado de valores, ocasionado por los encabezados sobre el conflicto comercial entre China y Estados Unidos, presenté tres reglas para pensar en dichos eventos. Primera, el mercado de valores no es la economía. Segunda, el mercado de valores no es la economía. Tercera, el mercado de valores no es la economía.

Pero, tal vez debería agregar una cuarta regla: el mercado de bonos sí es un poco la economía.

Una vieja broma de los economistas dice que el mercado de valores predijo nueve de las últimas cinco recesiones. Bueno, una “curva invertida de rendimiento” —cuando las tasas de interés para los bonos a corto plazo son más elevadas que las tasas de interés para los bonos a largo plazo— predijo seis de las últimas seis recesiones. Y un desplome en los rendimientos a largo plazo, que ahora son más o menos de la mitad de lo que eran el otoño pasado, ha invertido la curva de rendimiento nuevamente, con la extensión del rendimiento al corto plazo en relación con el largo plazo casi a donde estaba a principios de 2007, en las vísperas de una desastrosa crisis financiera y la peor recesión desde la década de 1930.

Ni yo ni nadie más está prediciendo una repetición de la crisis de 2008. Ni siquiera está claro si nos estamos dirigiendo a la recesión. Pero, el mercado obligacionista nos está diciendo que el dinero inteligente se ha vuelto muy pesimista en cuanto al futuro de la economía. ¿Por qué? En esencia, la Reserva Federal (Fed) controla las tasas de interés a corto plazo, pero no las de largo plazo; los bajos rendimientos a largo plazo significan que los inversionistas esperan que la economía sea débil, lo cual obliga a la Fed a hacer recortes repetidos a las tasas de interés.

Entonces, ¿qué representa esta ola de pesimismo? En gran medida, aunque no por completo, se trata de un voto de no confianza en las políticas económicas de Donald Trump.

Tal vez recuerden que el año pasado, tras un par de trimestres de buenas noticias económicas, los funcionarios de Trump alardeaban que el recorte fiscal de 2017 había sentado las bases para muchos años de un alto crecimiento económico.

No obstante, desde entonces, los datos han confirmado en gran medida lo que los críticos habían venido diciendo todo el tiempo. Sí, el recorte fiscal le dio un impulso a la economía, la llevó a la “hiperglucemia”, como si un niño se comiera una bolsa de dulces. Eso es lo que te ocasiona tener déficits billonarios. No obstante, el impulso fue provisional. En específico, el auge prometido en la inversión empresarial nunca se materializó. Y ahora la economía se ha revertido, en el mejor de los casos, a su tasa de crecimiento anterior al estímulo.

Al mismo tiempo, ha quedado cada vez más claro que la beligerancia de Trump en relación con el comercio exterior no es una pose, sino que refleja una convicción real. El proteccionismo parece ser, junto con el racismo, parte de la definición elemental de Trump. Y darse cuenta de que en efecto es un “hombre arancel” está teniendo un grave efecto atenuante en el gasto empresarial, en parte porque nadie sabe hasta dónde llegará.