/ martes 19 de abril de 2022

Desilusiones

Aunque gocé la extraordinaria experiencia de haber sido cronista deportivo profesional durante algunos años de mi juventud es muy raro que me anime a tocar un tema de esa materia en mis colaboraciones que aparecen hace más de 20 años en estas páginas, destinadas a abordar temas de “profundidad”, lo cual no quiere decir que el fenómeno deportivo no incida profundamente en la vida colectiva, pero generalmente abordo temas jurídicos y políticos que son las áreas de estudio a las que dedico ahora mi vida profesional. Pero sucede que coincidieron en mi ánimo sendas desilusiones provenientes de los ámbitos deportivo y político que me llevaron a reflexionar sobre los efectos colaterales producidos por la corriente de pensamiento neoliberal que todo lo impregna y lo deforma.

Cómo antiguo aficionado me causó gran decepción la semana pasada constatar como hasta el béisbol ha sido víctima del eficientismo tecnocrático que todo lo mide en función de resultados materiales ligados al beneficio económico. El método analítico aplicado por gerentes encerrados en el examen de fórmulas y registros estadísticos altamente sofisticados, pero ignorantes de los aspectos anímicos de los jugadores ha derruido la naturaleza de el Rey de los Deportes.

No es el tiempo que duren los partidos lo que pueda alejar a los fanáticos sino la obsesión por una supuesta objetividad que quiere medir hasta el último detalle para tomar decisiones que convierten al manager en un robot al servicio de burócratas sentados en una oficina. Cuándo debe relevarse a un pitcher no solo tiene que basarse en las veces que ha lanzado sino en otros factores que corresponden a la sensibilidad humana y no al registro de las máquinas. El haber sacado al extraordinario lanzador de los Dodgers Clayton Kershaw del montículo cuando había tirado siete entradas perfectas y ponchado a 13 bateadores con solo 80 lanzamientos, por el supuesto afán de cuidarle el brazo para el desarrollo de la temporada, fue un atentado contra el béisbol. Las Grandes Ligas se deben en primer lugar a los fanáticos y sin duda la mayor ilusión de un aficionado al béisbol es presenciar un juego perfecto. Este prodigio consistente en que un pitcher acompañado por su equipo logre eliminar sucesivamente a 27 bateadores sin que nadie se embase, ha ocurrido ¡23 veces! en casi 220 mil juegos jugados en 150 años de historia de las Ligas Mayores, lo cual da una noción de lo raro y difícil que es ser testigo de una hazaña deportiva de esta índole. Haber privado al aficionado de la emoción que ello significa es imperdonable, cualquiera que sea la razón. Además, se impidió al lanzador intentar pasar a la historia de la actividad a la que se ha dedicado.

Yo me aficioné a los Dodgers, entonces de Brooklyn, en 1955 cuando por primera vez ganaron una serie mundial a los Yanquis de Nueva York. Seguíamos las transmisiones radiofónicas en las que brillaba la narración de Buck Canel que influyó en mi vocación de cronista deportivo. Al año siguiente tuve la fortuna de escuchar el único juego perfecto lanzado en una Serie Mundial, el pitcher era Don Larsen y entendí la extraordinaria emoción que produce una hazaña en la que a medida que se acerca el juego a la perfección el alma da un vuelco en cada lanzamiento, al extremo de que puede acabarse apoyando al lanzador del equipo contrario para que lo logre. Esa es una virtud del beisbol cuya afición actúa con gran nobleza respecto del adversario al que le guarda particular respeto. Lamentablemente las concepciones tecnocráticas que ahora imperan en este deporte privaron a los aficionados de la posibilidad de presenciar el 24º juego perfecto.

Igualmente desilusionante para mí fue ver el domingo al PRI tan cerca del PAN y tan lejos de su origen histórico y de los valores que defendió en favor de las causas populares. Apena verlo de compañero de viaje de una derecha que en el fondo lo desprecia. El PRI no parece percatarse de que fue precisamente esa desviación a la derecha y el alejamiento de su filosofía social para apegarse al neoliberalismo, lo que le condujo a perder el apoyo de la gente. La construcción de las grandes empresas públicas orientadas hacia el beneficio colectivo y no al lucro, fue un gigantesco logro de la sociedad mexicana bajo la conducción de líderes de origen priista de la talla de Lázaro Cárdenas y López Mateos quienes deben escandalizarse en el lugar en que descansen al ver como sus correligionarios apoyan la destrucción de sus obras; y que no me digan que ese es un pasado que debe olvidarse, porque los valores no se aprecian por el tiempo en que se instauraron, pues de otro modo habría que desmontar el régimen republicano y federal por haberse establecido hace siglos. Desilusiona que perredistas y priistas obnubilados por una pasión visceral coyuntural den la espalda a su proyecto original surgido de una Revolución que es su origen común, para ensalzar los antivalores neoliberales y privar a México de recuperar un área estratégica fundamental para el beneficio general.

eduardoandrade1948@gmail.com

Aunque gocé la extraordinaria experiencia de haber sido cronista deportivo profesional durante algunos años de mi juventud es muy raro que me anime a tocar un tema de esa materia en mis colaboraciones que aparecen hace más de 20 años en estas páginas, destinadas a abordar temas de “profundidad”, lo cual no quiere decir que el fenómeno deportivo no incida profundamente en la vida colectiva, pero generalmente abordo temas jurídicos y políticos que son las áreas de estudio a las que dedico ahora mi vida profesional. Pero sucede que coincidieron en mi ánimo sendas desilusiones provenientes de los ámbitos deportivo y político que me llevaron a reflexionar sobre los efectos colaterales producidos por la corriente de pensamiento neoliberal que todo lo impregna y lo deforma.

Cómo antiguo aficionado me causó gran decepción la semana pasada constatar como hasta el béisbol ha sido víctima del eficientismo tecnocrático que todo lo mide en función de resultados materiales ligados al beneficio económico. El método analítico aplicado por gerentes encerrados en el examen de fórmulas y registros estadísticos altamente sofisticados, pero ignorantes de los aspectos anímicos de los jugadores ha derruido la naturaleza de el Rey de los Deportes.

No es el tiempo que duren los partidos lo que pueda alejar a los fanáticos sino la obsesión por una supuesta objetividad que quiere medir hasta el último detalle para tomar decisiones que convierten al manager en un robot al servicio de burócratas sentados en una oficina. Cuándo debe relevarse a un pitcher no solo tiene que basarse en las veces que ha lanzado sino en otros factores que corresponden a la sensibilidad humana y no al registro de las máquinas. El haber sacado al extraordinario lanzador de los Dodgers Clayton Kershaw del montículo cuando había tirado siete entradas perfectas y ponchado a 13 bateadores con solo 80 lanzamientos, por el supuesto afán de cuidarle el brazo para el desarrollo de la temporada, fue un atentado contra el béisbol. Las Grandes Ligas se deben en primer lugar a los fanáticos y sin duda la mayor ilusión de un aficionado al béisbol es presenciar un juego perfecto. Este prodigio consistente en que un pitcher acompañado por su equipo logre eliminar sucesivamente a 27 bateadores sin que nadie se embase, ha ocurrido ¡23 veces! en casi 220 mil juegos jugados en 150 años de historia de las Ligas Mayores, lo cual da una noción de lo raro y difícil que es ser testigo de una hazaña deportiva de esta índole. Haber privado al aficionado de la emoción que ello significa es imperdonable, cualquiera que sea la razón. Además, se impidió al lanzador intentar pasar a la historia de la actividad a la que se ha dedicado.

Yo me aficioné a los Dodgers, entonces de Brooklyn, en 1955 cuando por primera vez ganaron una serie mundial a los Yanquis de Nueva York. Seguíamos las transmisiones radiofónicas en las que brillaba la narración de Buck Canel que influyó en mi vocación de cronista deportivo. Al año siguiente tuve la fortuna de escuchar el único juego perfecto lanzado en una Serie Mundial, el pitcher era Don Larsen y entendí la extraordinaria emoción que produce una hazaña en la que a medida que se acerca el juego a la perfección el alma da un vuelco en cada lanzamiento, al extremo de que puede acabarse apoyando al lanzador del equipo contrario para que lo logre. Esa es una virtud del beisbol cuya afición actúa con gran nobleza respecto del adversario al que le guarda particular respeto. Lamentablemente las concepciones tecnocráticas que ahora imperan en este deporte privaron a los aficionados de la posibilidad de presenciar el 24º juego perfecto.

Igualmente desilusionante para mí fue ver el domingo al PRI tan cerca del PAN y tan lejos de su origen histórico y de los valores que defendió en favor de las causas populares. Apena verlo de compañero de viaje de una derecha que en el fondo lo desprecia. El PRI no parece percatarse de que fue precisamente esa desviación a la derecha y el alejamiento de su filosofía social para apegarse al neoliberalismo, lo que le condujo a perder el apoyo de la gente. La construcción de las grandes empresas públicas orientadas hacia el beneficio colectivo y no al lucro, fue un gigantesco logro de la sociedad mexicana bajo la conducción de líderes de origen priista de la talla de Lázaro Cárdenas y López Mateos quienes deben escandalizarse en el lugar en que descansen al ver como sus correligionarios apoyan la destrucción de sus obras; y que no me digan que ese es un pasado que debe olvidarse, porque los valores no se aprecian por el tiempo en que se instauraron, pues de otro modo habría que desmontar el régimen republicano y federal por haberse establecido hace siglos. Desilusiona que perredistas y priistas obnubilados por una pasión visceral coyuntural den la espalda a su proyecto original surgido de una Revolución que es su origen común, para ensalzar los antivalores neoliberales y privar a México de recuperar un área estratégica fundamental para el beneficio general.

eduardoandrade1948@gmail.com