/ lunes 11 de diciembre de 2017

¿Dogma u obsesión?

¿Por qué la política económica en México no cree en el crecimiento económico? ¿Por qué no confía en la inversión como mecanismo de desarrollo, productividad y competitividad?

Parece un planteamiento ocioso, sin embargo, los resultados de bajo crecimiento permiten cuestionar la razón del descuido de lo que debería ser una prioridad.

Ello es necesario para romper el círculo vicioso: México se encuentra atrapado por un vórtice de bajo crecimiento, el incremento promedio de 2.5% en 40 años representa la mayor evidencia. Sin embargo, poco analizado es que detrás de ello se encuentra un vórtice aún más dañino: el sacrificio de la inversión productiva, tanto de la pública como la privada. La fuerza centrípeta del “progreso improductivo”, como lo llamó Gabriel Zaid, supera el alcance de las reformas estructurales. Hoy el PIB potencial se mantiene en niveles del 2.5%.

Es paradójico: México no había contado con el acervo de profesionistas que hoy existe en el país. El avance de la ciencia, la tecnología, de las

cualificaciones de los funcionarios públicos es el mayor en comparación de cualquier momento en la historia de la nación. El acceso a la innovación tecnológica global es de acceso prácticamente inmediato, las telecomunicaciones y el internet hacen posible conocer, prácticamente en tiempo real, el estado de la ciencia en cualquier lugar del mundo.

No obstante, a pesar de lo anterior, en México el crecimiento económico es de únicamente 2.5%, hay 53 millones de pobres, 57% de la población se encuentra en la informalidad, el 23% del PIB es generado por dicho sector y la productividad total de los factores es inferior a lo observado antes de la apertura económica del país.  Parte del error es el sacrificó de la inversión productiva.

El ascenso de Donald Trump a la presidencia de EU se tradujo en modificaciones radicales a la estrategia de política económica de la primera potencia del orbe. El fin del TPP, la renegociación del TLCAN y la reforma fiscal representan tres elementos que afectarán a la economía mexicana.

Por ello, es claro que el esquema de apertura y de política económica implementado por México desde los años ochenta y noventa del siglo XX ya no es funcional para el nuevo marco institucional que se está configurando en el mundo y en América del Norte, particularmente porque el gobierno de Estados Unidos busca privilegiar lo que considera estratégico para su crecimiento: recapturar la manufactura y la inversión productiva. Desea fortalecer lo Hecho en Estados Unidos.

 Independientemente de si ello es factible o no, México debe reconsiderar la estructura de su política económica: los flujos de inversión extranjera se van a moderar y la relación comercial con Estados Unidos tendrá un nuevo marco legal, ya sea bajo un nuevo acuerdo o con el fin del TLCAN y la entrada en vigor de las reglas de la Organización Mundial de Comercio.

Al mismo tiempo México debe superar los retos internos: bajo crecimiento, pobreza, precarización del mercado laboral y elevada mortandad de las empresas, por citar solo algunos de los más relevantes. Lo anterior solamente se puede lograr cambiando de paradigma: de la obsesión por la estabilización a la obsesión por el crecimiento económico: debe ser de 5% durante, al menos 20 años. Para lograrlo se debe incrementar la inversión productiva nacional, tanto la pública como la privada. La inversión extranjera seguirá siendo un complemento relevante, pero es evidente que no puede sustituir a la nacional, especialmente por los cambios instrumentados en EU.

La inversión productiva privada y pública debe superar la tasa promedio de 3% que ha exhibido en los últimos 23 años. Debe incrementarse a tasas del 10% en términos reales hasta representar el 35% del PIB, el parámetro de los países asiáticos que son los principales competidores industriales de México.

Sin inversión no hay crecimiento y desarrollo, México lo debe de aceptar.

*Director del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico

¿Por qué la política económica en México no cree en el crecimiento económico? ¿Por qué no confía en la inversión como mecanismo de desarrollo, productividad y competitividad?

Parece un planteamiento ocioso, sin embargo, los resultados de bajo crecimiento permiten cuestionar la razón del descuido de lo que debería ser una prioridad.

Ello es necesario para romper el círculo vicioso: México se encuentra atrapado por un vórtice de bajo crecimiento, el incremento promedio de 2.5% en 40 años representa la mayor evidencia. Sin embargo, poco analizado es que detrás de ello se encuentra un vórtice aún más dañino: el sacrificio de la inversión productiva, tanto de la pública como la privada. La fuerza centrípeta del “progreso improductivo”, como lo llamó Gabriel Zaid, supera el alcance de las reformas estructurales. Hoy el PIB potencial se mantiene en niveles del 2.5%.

Es paradójico: México no había contado con el acervo de profesionistas que hoy existe en el país. El avance de la ciencia, la tecnología, de las

cualificaciones de los funcionarios públicos es el mayor en comparación de cualquier momento en la historia de la nación. El acceso a la innovación tecnológica global es de acceso prácticamente inmediato, las telecomunicaciones y el internet hacen posible conocer, prácticamente en tiempo real, el estado de la ciencia en cualquier lugar del mundo.

No obstante, a pesar de lo anterior, en México el crecimiento económico es de únicamente 2.5%, hay 53 millones de pobres, 57% de la población se encuentra en la informalidad, el 23% del PIB es generado por dicho sector y la productividad total de los factores es inferior a lo observado antes de la apertura económica del país.  Parte del error es el sacrificó de la inversión productiva.

El ascenso de Donald Trump a la presidencia de EU se tradujo en modificaciones radicales a la estrategia de política económica de la primera potencia del orbe. El fin del TPP, la renegociación del TLCAN y la reforma fiscal representan tres elementos que afectarán a la economía mexicana.

Por ello, es claro que el esquema de apertura y de política económica implementado por México desde los años ochenta y noventa del siglo XX ya no es funcional para el nuevo marco institucional que se está configurando en el mundo y en América del Norte, particularmente porque el gobierno de Estados Unidos busca privilegiar lo que considera estratégico para su crecimiento: recapturar la manufactura y la inversión productiva. Desea fortalecer lo Hecho en Estados Unidos.

 Independientemente de si ello es factible o no, México debe reconsiderar la estructura de su política económica: los flujos de inversión extranjera se van a moderar y la relación comercial con Estados Unidos tendrá un nuevo marco legal, ya sea bajo un nuevo acuerdo o con el fin del TLCAN y la entrada en vigor de las reglas de la Organización Mundial de Comercio.

Al mismo tiempo México debe superar los retos internos: bajo crecimiento, pobreza, precarización del mercado laboral y elevada mortandad de las empresas, por citar solo algunos de los más relevantes. Lo anterior solamente se puede lograr cambiando de paradigma: de la obsesión por la estabilización a la obsesión por el crecimiento económico: debe ser de 5% durante, al menos 20 años. Para lograrlo se debe incrementar la inversión productiva nacional, tanto la pública como la privada. La inversión extranjera seguirá siendo un complemento relevante, pero es evidente que no puede sustituir a la nacional, especialmente por los cambios instrumentados en EU.

La inversión productiva privada y pública debe superar la tasa promedio de 3% que ha exhibido en los últimos 23 años. Debe incrementarse a tasas del 10% en términos reales hasta representar el 35% del PIB, el parámetro de los países asiáticos que son los principales competidores industriales de México.

Sin inversión no hay crecimiento y desarrollo, México lo debe de aceptar.

*Director del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico