/ lunes 14 de diciembre de 2020

El porqué de las alianzas

Antes de la reforma electoral de 1996, las elecciones estaban bajo control del gobierno en turno con poderes más allá de la Constitución y no fue fácil concretar una candidatura victoriosa, sin amenazas de triquiñuelas en la calificación. Poco a poco se fue logrando reformas estructurales para mayor democracia; en ese contexto las alianzas fueron posibles sin tantos corchetes legales que sólo eran obstáculos para dificultar la unión entre varios partidos.

Con el triunfo de Fox, se podía haber logrado una transición con mayor equilibrio democrático. El principal objeto de esa transición era precisamente derogar el presidencialismo sistémico que no quiso modificar tampoco Calderón, ni Peña. Hubo algunos avances para mayor equidad electoral, pero no estructurales para acotar el presidencialismo.

Con Peña, si bien atendimos algunas recomendaciones del Mecanismo de Examen Periódico Universal del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, otras importantes quedaron pendientes: la no militarización de la seguridad pública, concretar el sistema nacional anticorrupción para que el gobierno deje de ser juez y parte, cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible para atender la pobreza extrema y se fomente el desarrollo humano sin discriminación con un equilibrio sostenible. Y el más importante a favor de la República: concebir un poder ejecutivo con mayor control parlamentario para avanzar a un Estado Democrático de Derecho.

Y lo mismo que provoca el presidencialismo se reproduce en las 32 entidades federativas: gobernadores que controlan los poderes legislativo y judicial, los organismos autónomos, y un vacío en la vigilancia autónoma de la transparencia y nulo gobierno abierto. Insisto en el enfoque sistémico del poder unipersonal.

Con este Presidente simplemente vamos hacia atrás: no escucha, se ensimisma omnipotente en su encargo, no hay gobierno ni dinero y tiene pretensiones autoritarias. Quienes critican a la alianza opositora que se está gestando, deberían aceptar que el señor de Palacio -por quien votaron- trabaja todas las mañanas con su perorata repetitiva con ese fin.

Hoy estamos frente al fenómeno de un presidente con poderes metaconstitucionales que todo controla. López nos ha vuelto a la época donde quienes gobernaban eran intocables, dueños del patrimonio y hacienda pública, demagogos, simuladores y mitómanos. Llegó dando manotazos a toda obra anterior.

La división que ha provocado, el desastre económico, la desatención irresponsable de la pandemia, el desmantelamiento de las estructuras del sector salud, obras absurdas y privilegiadas por la discrecionalidad de los recursos, entonces el peligro de un populismo tras sexenal es real. Estábamos mal, hoy estamos peor.

Muchas organizaciones de la sociedad civil le están exigiendo a los partidos de oposición que se unan y abran las candidaturas a ciudadanas y ciudadanos sin partido para oxigenar la política, se comprometan con una agenda que detenga el desastre nacional, y se deje en minoría al partido del Presidente en la próxima elección. Bien vale la alianza opositora entre PRI, PAN y PRD. Y lo valdrá si se pacta derogar el presidencialismo autócrata, teocrático, concentrador de poder; se trabaje para terminar con la pobreza en todas sus expresiones y se transite hacia una democracia genérica y de derechos. Eso debe quedar inscrito en la plataforma de la alianza.

Antes de la reforma electoral de 1996, las elecciones estaban bajo control del gobierno en turno con poderes más allá de la Constitución y no fue fácil concretar una candidatura victoriosa, sin amenazas de triquiñuelas en la calificación. Poco a poco se fue logrando reformas estructurales para mayor democracia; en ese contexto las alianzas fueron posibles sin tantos corchetes legales que sólo eran obstáculos para dificultar la unión entre varios partidos.

Con el triunfo de Fox, se podía haber logrado una transición con mayor equilibrio democrático. El principal objeto de esa transición era precisamente derogar el presidencialismo sistémico que no quiso modificar tampoco Calderón, ni Peña. Hubo algunos avances para mayor equidad electoral, pero no estructurales para acotar el presidencialismo.

Con Peña, si bien atendimos algunas recomendaciones del Mecanismo de Examen Periódico Universal del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, otras importantes quedaron pendientes: la no militarización de la seguridad pública, concretar el sistema nacional anticorrupción para que el gobierno deje de ser juez y parte, cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible para atender la pobreza extrema y se fomente el desarrollo humano sin discriminación con un equilibrio sostenible. Y el más importante a favor de la República: concebir un poder ejecutivo con mayor control parlamentario para avanzar a un Estado Democrático de Derecho.

Y lo mismo que provoca el presidencialismo se reproduce en las 32 entidades federativas: gobernadores que controlan los poderes legislativo y judicial, los organismos autónomos, y un vacío en la vigilancia autónoma de la transparencia y nulo gobierno abierto. Insisto en el enfoque sistémico del poder unipersonal.

Con este Presidente simplemente vamos hacia atrás: no escucha, se ensimisma omnipotente en su encargo, no hay gobierno ni dinero y tiene pretensiones autoritarias. Quienes critican a la alianza opositora que se está gestando, deberían aceptar que el señor de Palacio -por quien votaron- trabaja todas las mañanas con su perorata repetitiva con ese fin.

Hoy estamos frente al fenómeno de un presidente con poderes metaconstitucionales que todo controla. López nos ha vuelto a la época donde quienes gobernaban eran intocables, dueños del patrimonio y hacienda pública, demagogos, simuladores y mitómanos. Llegó dando manotazos a toda obra anterior.

La división que ha provocado, el desastre económico, la desatención irresponsable de la pandemia, el desmantelamiento de las estructuras del sector salud, obras absurdas y privilegiadas por la discrecionalidad de los recursos, entonces el peligro de un populismo tras sexenal es real. Estábamos mal, hoy estamos peor.

Muchas organizaciones de la sociedad civil le están exigiendo a los partidos de oposición que se unan y abran las candidaturas a ciudadanas y ciudadanos sin partido para oxigenar la política, se comprometan con una agenda que detenga el desastre nacional, y se deje en minoría al partido del Presidente en la próxima elección. Bien vale la alianza opositora entre PRI, PAN y PRD. Y lo valdrá si se pacta derogar el presidencialismo autócrata, teocrático, concentrador de poder; se trabaje para terminar con la pobreza en todas sus expresiones y se transite hacia una democracia genérica y de derechos. Eso debe quedar inscrito en la plataforma de la alianza.