/ martes 2 de febrero de 2021

Europa va a la guerra

La disputa por las vacunas ha enfrentado al mundo con la urgencia de conciliar el desmedido poder económico de las transnacionales con la atención de necesidades fundamentales que no deberían estar sometidas a la dictadura del mercado. Por lo menos, el abastecimiento de agua, de energía, los servicios financieros, las telecomunicaciones y la atención de la salud, requieren un enfoque global que permita su atención por instancias internacionalmente construidas con criterios político-sociales. Esto es, servicios públicos prestados por una instancia pública globalizada con base en criterios de utilidad social; financiados con recursos públicos y con cuotas de recuperación que permitan su mantenimiento y expansión pero no generen márgenes de lucro privado. Suena a una utopía, pero a partir de ellas se han logrado los avances hasta ahora conseguidos, los que estamos a punto de tirar por la borda si continúa la espiral de tragedias desatadas por la pandemia.

El ominoso panorama que nos presentan los desbocados jinetes del Apocalipsis: peste, muerte, hambre y guerra, aparecen uno tras otro y eso debería hacer pensar a la humanidad en las correcciones a introducir en nuestra concepción de la vida colectiva, en un ambiente de globalización para el bien colectivo y no para la exacerbación de los males. La peste pandémica extiende cada día la muerte por el planeta; millones se despeñan hacia el hambre como resultado del colapso económico y si bien no hay una guerra militarmente declarada sí se aprecia la agudización de las hostilidades entre países; la creciente desconfianza entre quienes hasta hace poco colaboraban razonablemente y el anuncio de medidas que corresponden precisamente a una confrontación bélica.

Paradójicamente, el tener que enfrentar la alarmante situación provocada por una falta de control unificado del proceso de vacunación y la sujeción de este al aprovisionamiento de vacunas por empresas guiadas por la búsqueda de lucro, puede abrir el espacio para acciones que conduzcan a al manejo público de asuntos tan vitales como la producción de medicamentos. La percepción de la Unión Europea de que las farmacéuticas no cumplen con su compromiso de entregar la cantidad de vacunas a que se comprometieron porque prefieren venderlas a otros países a precios más altos; el que la producción de AstraZeneca se concentre a favorecer a la Gran Bretaña; la amenaza europea de endurecer su frontera con Irlanda del Norte; la apariencia de que intereses político-económicos dificulten la aprobación en la UE de la vacuna rusa —que Hungría ya aprobó por su lado sin sujetarse a las reglas de la Unión—, y la decisión de esta de imponer controles a la exportación de vacunas desde su territorio, son los síntomas de un mal que tiende a agravar los daños de la pandemia.

Tal agravamiento está conduciendo a los líderes europeos a aplicar una auténtica medida de guerra que si se extendiera a todo el mundo podría ayudar a lidiar con la precaria y desigual distribución de las vacunas: la ocupación de las empresas farmacéuticas por parte de las autoridades y la apropiación pública de las patentes y fórmulas para la elaboración de los fármacos. A fines de la semana pasada el diario británico The Telegraph publicó una amplia información acerca de los preparativos de la Unión Europea para tomar tales medidas con base en el artículo 122 del Tratado de Lisboa que faculta a la UE a tomar medidas de emergencia “en el caso de que existan severas dificultades para el abastecimiento de determinados productos... causadas por acontecimientos excepcionales fuera de su control”. La posición más dura al respecto es la de Alemania cuyo ministro de economía se ha manifestado en favor de tomar el control del proceso de producción y obligar a las compañías a que produzcan la vacuna en instalaciones ubicadas en diferentes sitios.

El diario británico defiende la posición del Reino Unido y afirma que la mayor aplicación de las vacunas en su territorio deriva de una mejor preparación hecha por el gobierno. Además, alega que AstraZeneca solo se comprometió a realizar su “razonable mejor esfuerzo” para cumplir y que la UE no tendría razón para reclamarle la disminución del monto esperado. Sostiene que ante un tribunal la posición contra el laboratorio sería muy débil y en cierto sentido tiene razón puesto que un verdadero contrato debe señalar obligaciones claras, pues de otro modo se convierte en una mera carta de intención.

Al margen del idealismo utópico con el que di inicio, la realpolitik vuelve al primer plano el rol de los estados nacionales y la justificada tendencia a tratar de valerse por sus propios medios para defender a su población. La globalización se fractura ante la pandemia y justifica previsiones nacionalistas. Sería bueno que México, que no carece de recursos e instalaciones científicas, se empeñara en producir sus patentes para sus propias vacunas y generar una industria farmacéutica nacional.

eduardoandrade1948@gmail.com

La disputa por las vacunas ha enfrentado al mundo con la urgencia de conciliar el desmedido poder económico de las transnacionales con la atención de necesidades fundamentales que no deberían estar sometidas a la dictadura del mercado. Por lo menos, el abastecimiento de agua, de energía, los servicios financieros, las telecomunicaciones y la atención de la salud, requieren un enfoque global que permita su atención por instancias internacionalmente construidas con criterios político-sociales. Esto es, servicios públicos prestados por una instancia pública globalizada con base en criterios de utilidad social; financiados con recursos públicos y con cuotas de recuperación que permitan su mantenimiento y expansión pero no generen márgenes de lucro privado. Suena a una utopía, pero a partir de ellas se han logrado los avances hasta ahora conseguidos, los que estamos a punto de tirar por la borda si continúa la espiral de tragedias desatadas por la pandemia.

El ominoso panorama que nos presentan los desbocados jinetes del Apocalipsis: peste, muerte, hambre y guerra, aparecen uno tras otro y eso debería hacer pensar a la humanidad en las correcciones a introducir en nuestra concepción de la vida colectiva, en un ambiente de globalización para el bien colectivo y no para la exacerbación de los males. La peste pandémica extiende cada día la muerte por el planeta; millones se despeñan hacia el hambre como resultado del colapso económico y si bien no hay una guerra militarmente declarada sí se aprecia la agudización de las hostilidades entre países; la creciente desconfianza entre quienes hasta hace poco colaboraban razonablemente y el anuncio de medidas que corresponden precisamente a una confrontación bélica.

Paradójicamente, el tener que enfrentar la alarmante situación provocada por una falta de control unificado del proceso de vacunación y la sujeción de este al aprovisionamiento de vacunas por empresas guiadas por la búsqueda de lucro, puede abrir el espacio para acciones que conduzcan a al manejo público de asuntos tan vitales como la producción de medicamentos. La percepción de la Unión Europea de que las farmacéuticas no cumplen con su compromiso de entregar la cantidad de vacunas a que se comprometieron porque prefieren venderlas a otros países a precios más altos; el que la producción de AstraZeneca se concentre a favorecer a la Gran Bretaña; la amenaza europea de endurecer su frontera con Irlanda del Norte; la apariencia de que intereses político-económicos dificulten la aprobación en la UE de la vacuna rusa —que Hungría ya aprobó por su lado sin sujetarse a las reglas de la Unión—, y la decisión de esta de imponer controles a la exportación de vacunas desde su territorio, son los síntomas de un mal que tiende a agravar los daños de la pandemia.

Tal agravamiento está conduciendo a los líderes europeos a aplicar una auténtica medida de guerra que si se extendiera a todo el mundo podría ayudar a lidiar con la precaria y desigual distribución de las vacunas: la ocupación de las empresas farmacéuticas por parte de las autoridades y la apropiación pública de las patentes y fórmulas para la elaboración de los fármacos. A fines de la semana pasada el diario británico The Telegraph publicó una amplia información acerca de los preparativos de la Unión Europea para tomar tales medidas con base en el artículo 122 del Tratado de Lisboa que faculta a la UE a tomar medidas de emergencia “en el caso de que existan severas dificultades para el abastecimiento de determinados productos... causadas por acontecimientos excepcionales fuera de su control”. La posición más dura al respecto es la de Alemania cuyo ministro de economía se ha manifestado en favor de tomar el control del proceso de producción y obligar a las compañías a que produzcan la vacuna en instalaciones ubicadas en diferentes sitios.

El diario británico defiende la posición del Reino Unido y afirma que la mayor aplicación de las vacunas en su territorio deriva de una mejor preparación hecha por el gobierno. Además, alega que AstraZeneca solo se comprometió a realizar su “razonable mejor esfuerzo” para cumplir y que la UE no tendría razón para reclamarle la disminución del monto esperado. Sostiene que ante un tribunal la posición contra el laboratorio sería muy débil y en cierto sentido tiene razón puesto que un verdadero contrato debe señalar obligaciones claras, pues de otro modo se convierte en una mera carta de intención.

Al margen del idealismo utópico con el que di inicio, la realpolitik vuelve al primer plano el rol de los estados nacionales y la justificada tendencia a tratar de valerse por sus propios medios para defender a su población. La globalización se fractura ante la pandemia y justifica previsiones nacionalistas. Sería bueno que México, que no carece de recursos e instalaciones científicas, se empeñara en producir sus patentes para sus propias vacunas y generar una industria farmacéutica nacional.

eduardoandrade1948@gmail.com