/ miércoles 29 de junio de 2022

Inflación y economía: no hay recetas mágicas alternativas al realismo 

Era de esperar la decisión de la Junta de Gobierno del Banco de México de incrementar en 75 puntos base la Tasa de Interés Interbancaria a un día a 7.75%: lo anticipaban analistas y mercados, como medida espejo ante el alza de la Reserva Federal a la tasa de los fondos federales estadounidenses en ese mismo nivel. Aunque es el mayor aumento desde que se institucionalizó esta política antiinflacionaria en 2008, no parará la inflación. Sin embargo, era inevitable, como lo serán las alzas que vienen y sus efectos dolorosos en la actividad económica.

Ir en contra de la realidad, experimentando con “otra fórmula”, como se ha pedido desde la cúpula del poder gubernamental a los “técnicos que se creen científicos”, arrojaría consecuencias mucho peores. Afortunadamente, nuestro banco central, a pesar de las presiones, sigue haciendo valer su autonomía constitucional. Contrario a lo que esperan o tratan de vender los políticos en momentos en que no queda más que apretarse el cinturón, no hay recetas alternativas mágicas.

Aunque con el señalamiento de respetar esa independencia del Banco de México en lo que atañe a la política monetaria, desde el gobierno se ha pedido explorar otras opciones, ya que, dicen, un alza en las tasas de interés sólo detiene a la economía. Habría que aclarar que, en buena medida, de eso se trata: encarecer el crédito para contenerlo, y con éste, también a la demanda que excede a la oferta. Aumentar la producción ayuda, pero generalmente los resultados son a largo plazo: es fácil proponerlo en discursos; muy complicado hacerlo en realidad, entre otras cosas porque se requiere inversión, y para ello, financiamiento.

A estas alturas ha qedado demostrado que inflación global no fue un fenómeno pasajero, como los responsables de la Fed y casi todo mundo pensábamos: responde a causas con efectos estructurales que la han vuelto persistente. Sobre todo, el exceso de dinero que se canalizó a los mercados, a los negocios y a las personas en los países desarrollados por las políticas monetarias y fiscales implementadas durante la pandemia.

Esa política contracíclica y de alivio para la población, necesaria en su momento ante el golpe de la recesión, ha revelado su costo. No tuvimos en México esos apoyos fiscales, por lo que la gente, las empresas y el gobierno estamos en peores condiciones para afrontar la inflación actual y, hacia delante, una cada vez más probable recesión internacional como medicina amarga para frenar la espiral de los precios. Además, el conflicto en Ucrania, sin visos de solución, ha complicado enormemente las cosas.

En suma, es inevitable el correctivo con el encarecimiento del costo del dinero. Sobre todo, en Estados Unidos, donde la política monetaria tiene una mayor capacidad de incidencia en la relación tasas-inflación. Pero también en México, tanto para sofrenar los precios como para retener inversiones de cartera y, con ello, proteger al tipo de cambio.

No viene menos, sino más inflación. Ante presiones mayores a las anticipadas, el Banco de México ha revisado al alza sus pronósticos para la general hasta el tercer trimestre de 2023 y el de la subyacente, para todo el horizonte. Su expectativa para el cierre del año subió del 6.4% que tenía en mayo a 7.5 por ciento. El punto más álgido ocurriría hasta septiembre de este año con un pico de 8.1%, para entonces, esperemos, empezar a bajar.

Nuestro gobierno ha presumido que en México la inflación es menor a la de Estados Unidos gracias a los subsidios a las gasolinas. Probablemente es cierto, pero hay que insistir en que el problema es el costo-beneficio. Se trata de una medida con sesgo regresivo, es decir, beneficia más a los sectores de ingresos medios y altos, aunque la acabamos pagando todos. El peor golpe de la inflación se lo sigue llevando la población de menores ingresos, la que destina una mayor parte de éstos a alimentos, cuyos precios han crecido más aquí que en el país del norte.

En Estados Unidos, el índice para los alimentos, sin bebidas alcohólicas y tabaco, según el último dato del Buró de Estadísticas Laborales, ha subido 10.1% anual, casi 2.5 puntos menos que en México (12.52%). Además, de enero a mayo, los subsidios a las gasolinas nos han costado unos 5 mil millones de dólares, con lo que ello implica para las finanzas públicas y la compañía petrolera más endeudada y con más pérdidas del mundo, en un entorno global de tasas de interés al alza.

Si el tipo de cambio frente al dólar parece fuerte, se debe sobre todo al aumento de las remesas, que han subido porque crecieron los montos enviados individualmente y ha aumentado la emigración por el empobrecimiento y la falta de oportunidades en México. Y por otra parte, por el diferencial de tasas respecto a Estados Unidos: básicamente, los inversionistas de cartera a corto plazo aprovechan una ampliación que, como ha destacado el economista Salvador Kalifa, de entre 3 y 5 puntos porcentuales, en que se mantuvo durante 15 años, ha pasado a arriba de 6 en el transcurso de este año. Por ello, Banco de México seguramente tendrá que elevar su tasa en un monto espejo a la Reserva Federal a fin de mantener vigente el atractivo.

Así, el aumento en las tasas de interés es inevitable, tanto para anclar las expectativas inflacionarias y evitar que se arraiguen como para retener inversiones y evitar un deterioro en la balanza de pagos que podría provocar un aumento del tipo de cambio, que, sobra decirlo, también presionaría los precios.

En suma, no hay una fórmula mágica alternativa. Habría que tenerlo claro para afrontar los meses y años muy difíciles que tenemos hacia delante: alta inflación, encarecimiento del crédito y bajo crecimiento. La evasión no ayuda. La experiencia demuestra que exacerba los problemas.

Era de esperar la decisión de la Junta de Gobierno del Banco de México de incrementar en 75 puntos base la Tasa de Interés Interbancaria a un día a 7.75%: lo anticipaban analistas y mercados, como medida espejo ante el alza de la Reserva Federal a la tasa de los fondos federales estadounidenses en ese mismo nivel. Aunque es el mayor aumento desde que se institucionalizó esta política antiinflacionaria en 2008, no parará la inflación. Sin embargo, era inevitable, como lo serán las alzas que vienen y sus efectos dolorosos en la actividad económica.

Ir en contra de la realidad, experimentando con “otra fórmula”, como se ha pedido desde la cúpula del poder gubernamental a los “técnicos que se creen científicos”, arrojaría consecuencias mucho peores. Afortunadamente, nuestro banco central, a pesar de las presiones, sigue haciendo valer su autonomía constitucional. Contrario a lo que esperan o tratan de vender los políticos en momentos en que no queda más que apretarse el cinturón, no hay recetas alternativas mágicas.

Aunque con el señalamiento de respetar esa independencia del Banco de México en lo que atañe a la política monetaria, desde el gobierno se ha pedido explorar otras opciones, ya que, dicen, un alza en las tasas de interés sólo detiene a la economía. Habría que aclarar que, en buena medida, de eso se trata: encarecer el crédito para contenerlo, y con éste, también a la demanda que excede a la oferta. Aumentar la producción ayuda, pero generalmente los resultados son a largo plazo: es fácil proponerlo en discursos; muy complicado hacerlo en realidad, entre otras cosas porque se requiere inversión, y para ello, financiamiento.

A estas alturas ha qedado demostrado que inflación global no fue un fenómeno pasajero, como los responsables de la Fed y casi todo mundo pensábamos: responde a causas con efectos estructurales que la han vuelto persistente. Sobre todo, el exceso de dinero que se canalizó a los mercados, a los negocios y a las personas en los países desarrollados por las políticas monetarias y fiscales implementadas durante la pandemia.

Esa política contracíclica y de alivio para la población, necesaria en su momento ante el golpe de la recesión, ha revelado su costo. No tuvimos en México esos apoyos fiscales, por lo que la gente, las empresas y el gobierno estamos en peores condiciones para afrontar la inflación actual y, hacia delante, una cada vez más probable recesión internacional como medicina amarga para frenar la espiral de los precios. Además, el conflicto en Ucrania, sin visos de solución, ha complicado enormemente las cosas.

En suma, es inevitable el correctivo con el encarecimiento del costo del dinero. Sobre todo, en Estados Unidos, donde la política monetaria tiene una mayor capacidad de incidencia en la relación tasas-inflación. Pero también en México, tanto para sofrenar los precios como para retener inversiones de cartera y, con ello, proteger al tipo de cambio.

No viene menos, sino más inflación. Ante presiones mayores a las anticipadas, el Banco de México ha revisado al alza sus pronósticos para la general hasta el tercer trimestre de 2023 y el de la subyacente, para todo el horizonte. Su expectativa para el cierre del año subió del 6.4% que tenía en mayo a 7.5 por ciento. El punto más álgido ocurriría hasta septiembre de este año con un pico de 8.1%, para entonces, esperemos, empezar a bajar.

Nuestro gobierno ha presumido que en México la inflación es menor a la de Estados Unidos gracias a los subsidios a las gasolinas. Probablemente es cierto, pero hay que insistir en que el problema es el costo-beneficio. Se trata de una medida con sesgo regresivo, es decir, beneficia más a los sectores de ingresos medios y altos, aunque la acabamos pagando todos. El peor golpe de la inflación se lo sigue llevando la población de menores ingresos, la que destina una mayor parte de éstos a alimentos, cuyos precios han crecido más aquí que en el país del norte.

En Estados Unidos, el índice para los alimentos, sin bebidas alcohólicas y tabaco, según el último dato del Buró de Estadísticas Laborales, ha subido 10.1% anual, casi 2.5 puntos menos que en México (12.52%). Además, de enero a mayo, los subsidios a las gasolinas nos han costado unos 5 mil millones de dólares, con lo que ello implica para las finanzas públicas y la compañía petrolera más endeudada y con más pérdidas del mundo, en un entorno global de tasas de interés al alza.

Si el tipo de cambio frente al dólar parece fuerte, se debe sobre todo al aumento de las remesas, que han subido porque crecieron los montos enviados individualmente y ha aumentado la emigración por el empobrecimiento y la falta de oportunidades en México. Y por otra parte, por el diferencial de tasas respecto a Estados Unidos: básicamente, los inversionistas de cartera a corto plazo aprovechan una ampliación que, como ha destacado el economista Salvador Kalifa, de entre 3 y 5 puntos porcentuales, en que se mantuvo durante 15 años, ha pasado a arriba de 6 en el transcurso de este año. Por ello, Banco de México seguramente tendrá que elevar su tasa en un monto espejo a la Reserva Federal a fin de mantener vigente el atractivo.

Así, el aumento en las tasas de interés es inevitable, tanto para anclar las expectativas inflacionarias y evitar que se arraiguen como para retener inversiones y evitar un deterioro en la balanza de pagos que podría provocar un aumento del tipo de cambio, que, sobra decirlo, también presionaría los precios.

En suma, no hay una fórmula mágica alternativa. Habría que tenerlo claro para afrontar los meses y años muy difíciles que tenemos hacia delante: alta inflación, encarecimiento del crédito y bajo crecimiento. La evasión no ayuda. La experiencia demuestra que exacerba los problemas.

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