/ martes 11 de diciembre de 2018

La negociación imaginaria

¿Habrá una guerra comercial declarada con China y quizá el resto del mundo? Nadie sabe, porque todo depende de los caprichos de un hombre. Y ese “hombre arancel” es ignorante, volátil y delirante.

El derecho mercantil estadounidense le da al presidente un amplio poder discrecional sobre el comercio, como parte de un sistema que frena la influencia destructiva de los miembros corruptos e irresponsables del Congreso. Durante más de 80 años, esa configuración funcionó bastante bien.

Por desgracia, no se hizo para manejar el problema de un presidente corrupto e irresponsable. Trump está prácticamente solo en su sed de una guerra comercial, pero ostenta una autoridad casi dictatorial en materia de comercio.

¿Qué está haciendo con ese poder? Está tratando de negociar acuerdos. Por desgracia, realmente no tiene una mínima idea de lo que está haciendo. En el comercio, es un rebelde sin nociones.

Incluso mientras se declaraba el “hombre arancel”, Trump reveló que no entendía cómo funcionaban los aranceles. No, no son impuestos a los extranjeros, son impuestos para nuestros propios consumidores.

Cuando intenta negociar un tratado, parece que solo le importa si puede atribuirse una “victoria”, no el fondo del acuerdo. El presidente ha venido pregonando que el “Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá” es un repudio al TLCAN, cuando en realidad es solo una modificación bastante menor (Nancy Pelosi lo llama “el tratado comercial anteriormente conocido como Prince” en referencia a los muchos cambios de nombre del fallecido cantautor).

Los mercados cayeron a principios de esta semana cuando los inversionistas se dieron cuenta de que los habían engañado. Como dije, las empresas en realidad no quieren una guerra comercial.

Seamos claros: China no es un buen actor en la economía mundial. Se comporta verdaderamente mal, en especial en lo que respecta a la propiedad intelectual, básicamente los chinos se roban la tecnología. Así que resulta oportuno endurecer nuestra postura sobre el comercio.

No obstante, ese endurecimiento debería emprenderse en colaboración con otras naciones que también padecen el mal comportamiento chino y debería tener objetivos claros. La última persona que uno querría que se haga el duro aquí es alguien que no entiende los conceptos básicos sobre política comercial, que dirige su agresividad a cualquiera —¿aranceles sobre el aluminio canadiense para proteger nuestra seguridad nacional? ¿En serio?— y que no puede ni dar un recuento honesto sobre lo que sucedió en una reunión.

Por desgracia, esa es la persona que ahora está a cargo, y es difícil ver cómo se le puede limitar. Así que el futuro del comercio mundial, con todo lo que implica para la economía mundial, ahora depende en gran medida de los procesos mentales de Donald Trump. Ese no es un pensamiento reconfortante.

¿Habrá una guerra comercial declarada con China y quizá el resto del mundo? Nadie sabe, porque todo depende de los caprichos de un hombre. Y ese “hombre arancel” es ignorante, volátil y delirante.

El derecho mercantil estadounidense le da al presidente un amplio poder discrecional sobre el comercio, como parte de un sistema que frena la influencia destructiva de los miembros corruptos e irresponsables del Congreso. Durante más de 80 años, esa configuración funcionó bastante bien.

Por desgracia, no se hizo para manejar el problema de un presidente corrupto e irresponsable. Trump está prácticamente solo en su sed de una guerra comercial, pero ostenta una autoridad casi dictatorial en materia de comercio.

¿Qué está haciendo con ese poder? Está tratando de negociar acuerdos. Por desgracia, realmente no tiene una mínima idea de lo que está haciendo. En el comercio, es un rebelde sin nociones.

Incluso mientras se declaraba el “hombre arancel”, Trump reveló que no entendía cómo funcionaban los aranceles. No, no son impuestos a los extranjeros, son impuestos para nuestros propios consumidores.

Cuando intenta negociar un tratado, parece que solo le importa si puede atribuirse una “victoria”, no el fondo del acuerdo. El presidente ha venido pregonando que el “Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá” es un repudio al TLCAN, cuando en realidad es solo una modificación bastante menor (Nancy Pelosi lo llama “el tratado comercial anteriormente conocido como Prince” en referencia a los muchos cambios de nombre del fallecido cantautor).

Los mercados cayeron a principios de esta semana cuando los inversionistas se dieron cuenta de que los habían engañado. Como dije, las empresas en realidad no quieren una guerra comercial.

Seamos claros: China no es un buen actor en la economía mundial. Se comporta verdaderamente mal, en especial en lo que respecta a la propiedad intelectual, básicamente los chinos se roban la tecnología. Así que resulta oportuno endurecer nuestra postura sobre el comercio.

No obstante, ese endurecimiento debería emprenderse en colaboración con otras naciones que también padecen el mal comportamiento chino y debería tener objetivos claros. La última persona que uno querría que se haga el duro aquí es alguien que no entiende los conceptos básicos sobre política comercial, que dirige su agresividad a cualquiera —¿aranceles sobre el aluminio canadiense para proteger nuestra seguridad nacional? ¿En serio?— y que no puede ni dar un recuento honesto sobre lo que sucedió en una reunión.

Por desgracia, esa es la persona que ahora está a cargo, y es difícil ver cómo se le puede limitar. Así que el futuro del comercio mundial, con todo lo que implica para la economía mundial, ahora depende en gran medida de los procesos mentales de Donald Trump. Ese no es un pensamiento reconfortante.