/ martes 6 de febrero de 2018

La pandilla que no podía pensar con suficiente claridad

Unos días después de la toma de posesión del presidente Donald Trump, Benjamin Wittes, editor del influyente blog Lawfare, propuso un breve resumen del nuevo gobierno: “malevolencia atemperada por incompetencia”. Un año después, eso suena más cierto que nunca. De hecho, esta ha sido una gran semana para la malevolencia. Pero esta columna se centrará en la incompetencia, cuyas profundidades apenas estamos empezando a ver.

Comencemos con algunas historias recientes.

En su discurso sobre el Estado de la Unión, Trump dedicó parte de una oración al desastre en Puerto Rico, golpeado por el huracán María. “Estamos con ustedes, los amamos”, declaró. Pero los residentes de la isla, casi un tercio de los cuales todavía no tiene electricidad cuatro meses después de la tormenta, no sienten exactamente ese amor, especialmente porque el mismo día que Trump dijo esas palabras los funcionarios de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por su sigla en inglés) dijeron en la Radio Pública Nacional que la agencia encargada de gestionar las situaciones de desastre estaba terminando su trabajo en la isla.

FEMA luego declaró que eso había sido un error de comunicación, pero al menos sugiere una completa falta de concentración.

Ah, y para que conste, no creo que Trump, que pasó gran parte de su discurso culpando falsamente a las personas de color y a los hispanos por una inexistente ola de crimen, ame a los puertorriqueños.

Trump también declaró, como lo ha hecho en el pasado, que está "comprometido" a tomar medidas contra la epidemia de opioides. Sin embargo, ya lleva un año en el cargo y básicamente no ha hecho nada.

Lo que sí hizo fue designar a un extrabajador de su campaña de 24 años de edad, sin experiencia apropia- da antes de unirse al gobierno (y quien parece haber mentido sobre su currículum), a un puesto superior en la Oficina de la Política Nacional para el Control de Drogas, que debería estar coordinando los esfuerzos (si los hubiera) contra los opioides.

Mientras tanto, la directora de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) designada por Trump renunció luego de que Politico informó que había comprado acciones de la industria tabacalera después de asumir el cargo. Eso no fue ético; también fue profundamente estúpido. Además, el CDC no es una agencia marginal: es tan crucial para salvaguar- dar vidas estadounidenses como, por ejemplo, el Departamento de Seguridad Nacional.

El caso es que estos no son ejemplos aislados. Un número notable de personas nombradas por Trump han sido expulsadas por presentar credenciales falsas, tener prácticas poco éticas o hacer comentarios racis- tas. Podemos estar seguros de que hay muchas otras personas designadas que hicieron las mismas cosas pero que aún no han sido atrapadas.

¿Por qué este gobierno está contratando a este tipo de gente? Seguramente refleja tanto la oferta como la demanda: las personas competentes no desean trabajar para Trump, y él y su círculo interno de todos modos no los quieren.

Unos días después de la toma de posesión del presidente Donald Trump, Benjamin Wittes, editor del influyente blog Lawfare, propuso un breve resumen del nuevo gobierno: “malevolencia atemperada por incompetencia”. Un año después, eso suena más cierto que nunca. De hecho, esta ha sido una gran semana para la malevolencia. Pero esta columna se centrará en la incompetencia, cuyas profundidades apenas estamos empezando a ver.

Comencemos con algunas historias recientes.

En su discurso sobre el Estado de la Unión, Trump dedicó parte de una oración al desastre en Puerto Rico, golpeado por el huracán María. “Estamos con ustedes, los amamos”, declaró. Pero los residentes de la isla, casi un tercio de los cuales todavía no tiene electricidad cuatro meses después de la tormenta, no sienten exactamente ese amor, especialmente porque el mismo día que Trump dijo esas palabras los funcionarios de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por su sigla en inglés) dijeron en la Radio Pública Nacional que la agencia encargada de gestionar las situaciones de desastre estaba terminando su trabajo en la isla.

FEMA luego declaró que eso había sido un error de comunicación, pero al menos sugiere una completa falta de concentración.

Ah, y para que conste, no creo que Trump, que pasó gran parte de su discurso culpando falsamente a las personas de color y a los hispanos por una inexistente ola de crimen, ame a los puertorriqueños.

Trump también declaró, como lo ha hecho en el pasado, que está "comprometido" a tomar medidas contra la epidemia de opioides. Sin embargo, ya lleva un año en el cargo y básicamente no ha hecho nada.

Lo que sí hizo fue designar a un extrabajador de su campaña de 24 años de edad, sin experiencia apropia- da antes de unirse al gobierno (y quien parece haber mentido sobre su currículum), a un puesto superior en la Oficina de la Política Nacional para el Control de Drogas, que debería estar coordinando los esfuerzos (si los hubiera) contra los opioides.

Mientras tanto, la directora de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) designada por Trump renunció luego de que Politico informó que había comprado acciones de la industria tabacalera después de asumir el cargo. Eso no fue ético; también fue profundamente estúpido. Además, el CDC no es una agencia marginal: es tan crucial para salvaguar- dar vidas estadounidenses como, por ejemplo, el Departamento de Seguridad Nacional.

El caso es que estos no son ejemplos aislados. Un número notable de personas nombradas por Trump han sido expulsadas por presentar credenciales falsas, tener prácticas poco éticas o hacer comentarios racis- tas. Podemos estar seguros de que hay muchas otras personas designadas que hicieron las mismas cosas pero que aún no han sido atrapadas.

¿Por qué este gobierno está contratando a este tipo de gente? Seguramente refleja tanto la oferta como la demanda: las personas competentes no desean trabajar para Trump, y él y su círculo interno de todos modos no los quieren.