/ viernes 6 de octubre de 2017

Las dos absolutas prioridades del Estado

Desde la segunda posguerra y la conclusión/estabilización de las guerras de liberación nacional, el mundo y las naciones, entraron a una etapa de profundas transformaciones para consolidar las fuentes de la identidad y residencia física del Estado. Más aún, como coincidiendo con el inicio del siglo XXI, más allá de las particularidades ideológicas, la conservación de la unidad geopolítica y la promoción de programas para la mejora en las condiciones de vida en la amplia mayoría de la población, constituyen las irrenunciables prioridades para la viabilidad del propio Estado. Ilustremos el planteamiento con la profunda crisis política y social que vive España con la pretendida secesión de Cataluña.

En coyuntura, como suele suceder, surgen bandos y consignas que en nada ayudan a encontrar una base sólida de argumentos, en donde prevalezca el interés común. Por ejemplo, ese prejuicio de que apoyar la secesión, es de progresistas y de izquierda. Nada más alejado de la realidad. De hecho, la fuerza política y principal promotora del movimiento, es una organización con muy cuestionables líderes en cuanto a su honradez y conducción de los asuntos públicos. Convergencia y Unión, cuyo dirigente histórico, Jordi Pujol, junto con su esposa e hijos, se encuentran sujetos a varios procesos penales por corrupción, prevaricación y desvío de recursos públicos. Herederos directos de ese linaje son Artur Mas y Carles Puigdemont.

No hay forma de polemizar en cuanto a las prioridades del Estado, sea el español o cualquier otro, para garantizar mediante todos los recursos legales e institucionales, la unidad de la Nación y mejorar la calidad de vida de la mayor parte de la población. Esto que ya se apuntó al inicio de esta colaboración, debe contrastarse con los promedios alcanzados en los satisfactores cotidianos en el país ibérico. Es así que se abre un debate muy importante respecto de una situación por demás contradictoria: hay democracia y calidad de vida, pero no unidad ni identidad nacional.

La primera pregunta es entonces ¿qué se dejó de hacer, para llegar a esa improbable disyuntiva de origen? Incluso, tanto en el fogonero nacional como en el autonómico ¿Cuánta responsabilidad compartida hay en la crisis que se vive? Porque mientras las autoridades catalanas avanzan en su proyecto secesionista a partir de un muy cuestionado y desorganizado referéndum (solo 300 de las 3 mil 400 mesas de votación no pudieron instalarse) no puede ser la base de una tan grave decisión. Allí está la lección -no aprendida, del Brexit. En aquella ocasión, como ahora, prevaleció la inmediatez y animosidad, por encima de la visión estructural y de largo tiempo plazo.

La negociación indispensable debe darse en el sentido de los preceptos de la Constitución de 1978, además del marco normativo de la Unión Europea. De lo que resulté deberá hablarse de ganadores y derrotados. La prevalencia de la unidad geopolítica de la Nación española, es la única y verdadera prioridad.

javierolivaposada@gmail.com

Desde la segunda posguerra y la conclusión/estabilización de las guerras de liberación nacional, el mundo y las naciones, entraron a una etapa de profundas transformaciones para consolidar las fuentes de la identidad y residencia física del Estado. Más aún, como coincidiendo con el inicio del siglo XXI, más allá de las particularidades ideológicas, la conservación de la unidad geopolítica y la promoción de programas para la mejora en las condiciones de vida en la amplia mayoría de la población, constituyen las irrenunciables prioridades para la viabilidad del propio Estado. Ilustremos el planteamiento con la profunda crisis política y social que vive España con la pretendida secesión de Cataluña.

En coyuntura, como suele suceder, surgen bandos y consignas que en nada ayudan a encontrar una base sólida de argumentos, en donde prevalezca el interés común. Por ejemplo, ese prejuicio de que apoyar la secesión, es de progresistas y de izquierda. Nada más alejado de la realidad. De hecho, la fuerza política y principal promotora del movimiento, es una organización con muy cuestionables líderes en cuanto a su honradez y conducción de los asuntos públicos. Convergencia y Unión, cuyo dirigente histórico, Jordi Pujol, junto con su esposa e hijos, se encuentran sujetos a varios procesos penales por corrupción, prevaricación y desvío de recursos públicos. Herederos directos de ese linaje son Artur Mas y Carles Puigdemont.

No hay forma de polemizar en cuanto a las prioridades del Estado, sea el español o cualquier otro, para garantizar mediante todos los recursos legales e institucionales, la unidad de la Nación y mejorar la calidad de vida de la mayor parte de la población. Esto que ya se apuntó al inicio de esta colaboración, debe contrastarse con los promedios alcanzados en los satisfactores cotidianos en el país ibérico. Es así que se abre un debate muy importante respecto de una situación por demás contradictoria: hay democracia y calidad de vida, pero no unidad ni identidad nacional.

La primera pregunta es entonces ¿qué se dejó de hacer, para llegar a esa improbable disyuntiva de origen? Incluso, tanto en el fogonero nacional como en el autonómico ¿Cuánta responsabilidad compartida hay en la crisis que se vive? Porque mientras las autoridades catalanas avanzan en su proyecto secesionista a partir de un muy cuestionado y desorganizado referéndum (solo 300 de las 3 mil 400 mesas de votación no pudieron instalarse) no puede ser la base de una tan grave decisión. Allí está la lección -no aprendida, del Brexit. En aquella ocasión, como ahora, prevaleció la inmediatez y animosidad, por encima de la visión estructural y de largo tiempo plazo.

La negociación indispensable debe darse en el sentido de los preceptos de la Constitución de 1978, además del marco normativo de la Unión Europea. De lo que resulté deberá hablarse de ganadores y derrotados. La prevalencia de la unidad geopolítica de la Nación española, es la única y verdadera prioridad.

javierolivaposada@gmail.com