/ domingo 3 de marzo de 2019

Por la Seguridad de Todos 

Tristemente, todo el crimen está organizado; y mucho mejor de lo que la sociedad lo está. Eso quiere decir que los delitos no ocurren por casualidad, sorpresa o generación espontánea; son actos planeados, entrenados, y que cuentan con la protección que provoca la corrupción y la impunidad.

Mientras, como ciudadanos, no tengamos clara esta realidad, seguiremos indefensos y a merced de los criminales comunes y de aquellos que han formado estructuras de poder que rivalizan con cualquier corporación o administración pública actual.

Sin embargo, también como cualquier otra organización, el crimen tiene procedimientos, métodos de reclutamiento y prácticas que pueden o no tener resultado. Entender la lógica que tiene cada delito, y las diferentes maneras en que podemos reducir los incentivos para cometerlo, es la clave para regresar a la tranquilidad y a la paz.

Con esto no quiero decir que el ciudadano raso tiene que sustituir las funciones y las obligaciones que tienen las autoridades para brindar seguridad a la población, todo el contrario, pero sí podemos hacer mucho para prevenir, denunciar e incidir en la percepción que se tiene sobre el principal tema de preocupación que existe hoy en el país.

Una mejor organización ciudadana comienza con una mejor coordinación vecinal. Es simple y no cuesta nada: conozcamos a nuestros vecinos. Hubo épocas en este país en el que el problema era pasar desapercibido en lugares públicos, porque todos nos conocíamos. Ahora, en una época de tanta exposición tecnológica, difícilmente sabemos quién vive al lado nuestro o qué ocurre con la última casa de nuestra calle.

Vivimos en un cambio de época en México, y cualquier cambio de esta naturaleza, provoca lo que se llama la “Ley del Péndulo”, es decir, pasamos de un extremo a otro para tratar de adaptarnos a nuevas circunstancias.

Si bien es importante erradicar vicios y errores que nos costaron demasiado en el pasado, no es tan conveniente eliminar la colaboración y la comunicación ciudadana que se ha construido en muchas sociedades de nuestra República.

Y esto empieza con la colaboración calle por calle. La recuperación del espacio público, aunque es una tarea del municipio o del gobierno del estado, es también una obligación de nosotros en cuanto a su preservación y su mantenimiento.

Existen muchos ejemplos de ciudades que son modelo de limpieza, porque hace veinte años iniciaron campañas intensivas de concientización que modificaron el hábito nocivo de tirar basura en las calles. Aunque parezca increíble, una de las primeras señales que busca el delincuente que roba a un transeúnte es precisamente que el entorno esté sucio y descuidado, por el simple hecho de que la lógica más elemental asegura que es un sitio sin patrullaje, la mayoría de las veces sin buena iluminación, y en donde será difícil ser reconocido, a pesar de que haya cámaras de vigilancia de última generación.

Por ello, un parque, una plaza, un espacio de convivencia para hacer una carne asada, se vuelven cruciales para replegar a la delincuencia, aún aquella protegida por la corrupción. Garantizo que no hay tal cosa como delincuentes con rayos X y tampoco con poderes ultrasensoriales que les permitan leer la mente de sus víctimas para saber qué traen en la bolsa de mano o en la cartera.

En este espacio, compartiré casos de éxito que he podido atestiguar en todo el país y que suceden gracias a la colaboración más sencilla, pero constante y bien organizada, de los mismos ciudadanos que vivían aterrorizados, hasta que decidieron participar para regresar a una vida normal para ellos y para sus familias.

Y adelanto que lo que menos se necesita es dinero. Nos han hecho creer que la seguridad es una guerra interminable de policías y ladrones, en la que solo cuentan las patrullas y las pistolas. Falso.

El delito es una actividad ilegal, pero bien estructurada, que se ha vuelto una de nuestras peores industrias. El número de personas involucradas, las ganancias que se generan, la debilidad del sistema de sanciones y, sobre todo, la impunidad que tienen los criminales, lo hace uno de los negocios más lucrativos que existen en México.

No obstante, como cualquier negocio, también puede quebrar si no recibe lo incentivos, tiene las condiciones, o logra las metas económicas que le permitan sobrevivir. Un país que durante décadas ha bloqueado la creación de nuevos negocios y no ha fomentado a los emprendedores legales, sabe de esto.

Se trata de aplicar esa misma receta a la industria del crimen. Igual que se ha hecho en otras naciones que han sufrido lo que nosotros, mientras se protege a quien lleva una forma de vida honesta. Ni más, pero tampoco menos.

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Tristemente, todo el crimen está organizado; y mucho mejor de lo que la sociedad lo está. Eso quiere decir que los delitos no ocurren por casualidad, sorpresa o generación espontánea; son actos planeados, entrenados, y que cuentan con la protección que provoca la corrupción y la impunidad.

Mientras, como ciudadanos, no tengamos clara esta realidad, seguiremos indefensos y a merced de los criminales comunes y de aquellos que han formado estructuras de poder que rivalizan con cualquier corporación o administración pública actual.

Sin embargo, también como cualquier otra organización, el crimen tiene procedimientos, métodos de reclutamiento y prácticas que pueden o no tener resultado. Entender la lógica que tiene cada delito, y las diferentes maneras en que podemos reducir los incentivos para cometerlo, es la clave para regresar a la tranquilidad y a la paz.

Con esto no quiero decir que el ciudadano raso tiene que sustituir las funciones y las obligaciones que tienen las autoridades para brindar seguridad a la población, todo el contrario, pero sí podemos hacer mucho para prevenir, denunciar e incidir en la percepción que se tiene sobre el principal tema de preocupación que existe hoy en el país.

Una mejor organización ciudadana comienza con una mejor coordinación vecinal. Es simple y no cuesta nada: conozcamos a nuestros vecinos. Hubo épocas en este país en el que el problema era pasar desapercibido en lugares públicos, porque todos nos conocíamos. Ahora, en una época de tanta exposición tecnológica, difícilmente sabemos quién vive al lado nuestro o qué ocurre con la última casa de nuestra calle.

Vivimos en un cambio de época en México, y cualquier cambio de esta naturaleza, provoca lo que se llama la “Ley del Péndulo”, es decir, pasamos de un extremo a otro para tratar de adaptarnos a nuevas circunstancias.

Si bien es importante erradicar vicios y errores que nos costaron demasiado en el pasado, no es tan conveniente eliminar la colaboración y la comunicación ciudadana que se ha construido en muchas sociedades de nuestra República.

Y esto empieza con la colaboración calle por calle. La recuperación del espacio público, aunque es una tarea del municipio o del gobierno del estado, es también una obligación de nosotros en cuanto a su preservación y su mantenimiento.

Existen muchos ejemplos de ciudades que son modelo de limpieza, porque hace veinte años iniciaron campañas intensivas de concientización que modificaron el hábito nocivo de tirar basura en las calles. Aunque parezca increíble, una de las primeras señales que busca el delincuente que roba a un transeúnte es precisamente que el entorno esté sucio y descuidado, por el simple hecho de que la lógica más elemental asegura que es un sitio sin patrullaje, la mayoría de las veces sin buena iluminación, y en donde será difícil ser reconocido, a pesar de que haya cámaras de vigilancia de última generación.

Por ello, un parque, una plaza, un espacio de convivencia para hacer una carne asada, se vuelven cruciales para replegar a la delincuencia, aún aquella protegida por la corrupción. Garantizo que no hay tal cosa como delincuentes con rayos X y tampoco con poderes ultrasensoriales que les permitan leer la mente de sus víctimas para saber qué traen en la bolsa de mano o en la cartera.

En este espacio, compartiré casos de éxito que he podido atestiguar en todo el país y que suceden gracias a la colaboración más sencilla, pero constante y bien organizada, de los mismos ciudadanos que vivían aterrorizados, hasta que decidieron participar para regresar a una vida normal para ellos y para sus familias.

Y adelanto que lo que menos se necesita es dinero. Nos han hecho creer que la seguridad es una guerra interminable de policías y ladrones, en la que solo cuentan las patrullas y las pistolas. Falso.

El delito es una actividad ilegal, pero bien estructurada, que se ha vuelto una de nuestras peores industrias. El número de personas involucradas, las ganancias que se generan, la debilidad del sistema de sanciones y, sobre todo, la impunidad que tienen los criminales, lo hace uno de los negocios más lucrativos que existen en México.

No obstante, como cualquier negocio, también puede quebrar si no recibe lo incentivos, tiene las condiciones, o logra las metas económicas que le permitan sobrevivir. Un país que durante décadas ha bloqueado la creación de nuevos negocios y no ha fomentado a los emprendedores legales, sabe de esto.

Se trata de aplicar esa misma receta a la industria del crimen. Igual que se ha hecho en otras naciones que han sufrido lo que nosotros, mientras se protege a quien lleva una forma de vida honesta. Ni más, pero tampoco menos.

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