/ lunes 21 de diciembre de 2020

Pulso CDMX | Ciudad solidaria

Detrás de la alerta roja por el empeoramiento de la situación en materia de salud en la Ciudad de México hierbe la alerta por el nivel agudizado de las desigualdades socioeconómicas (agravadas por esta crisis). Esta tragedia pandémica nos afecta de manera colectiva pero diferenciada. Su impacto entre las clases más marginadas es aún más intenso: falta de acceso a la salud, perdida drástica de ingresos, hacinamiento, aumento de las violencias entre otras problemáticas.

Desde el 2005, cada 20 de diciembre, se conmemora el Día Internacional de la Solidaridad Humana con el fin de contribuir a erradicar la pobreza y fomentar el desarrollo social y humano. Base para un mejor futuro, anhelado por la ONU, la solidaridad humana nos recuerda los beneficios de la unidad en la diversidad. Ese día y el aire de fin de ciclo es la oportunidad también de sensibilizar a la población en general que la solidaridad es de gran importancia para alcanzar un mayor bienestar social y un mejor desarrollo como como ciudad, como país, como sociedad. La pobreza y la exclusión son desafíos que deben solucionarse gracias a la acción del Estado, quien tiene responsabilidades y obligaciones internacionales, pero también con la acción individual y colectiva de la gente por la gente.

La pandemia volvió a movilizar a héroes e iniciativas ciudadanas excepcionales llenas de humanismo social como la de la fundación Ya Respondiste en apoyo al personal médico, a personas en situación de vulnerabilidad, así como a pequeños restaurantes, a partir de la alimentación sana; o como el colectivo Haciendo Calle en apoyo a las personas que ejercen el trabajo sexual en la capital (acción premiada por la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México). Pero contrariamente con otras catástrofes, como en el caso de los sismos, el llamado a la solidaridad nacional sigue silenciado. Las acciones son intermitentes y en general desvinculadas de los gobiernos. Tal vez por las características filantrópicas y de participación que existen en nuestra sociedad.

De acuerdo con el Índice de Cultura Cívica del Instituto Electoral de la Ciudad de México, cuando hay participación, se expresa de manera individualista y carece de vinculación social fuerte. Es decir que es muy puntual y desvinculada de algún trabajo comunitario permanente. Por ejemplo, entre las actividades más concurridas se encuentran donar dinero a la Cruz Roja, ayudar a un desconocido o donar alimentos, medicina o ropa en caso de desastre natural. Pero menos del tercio no se ha organizado de manera comunitaria en caso de un problema que afecte a sus cercanos o menos y 56% considera difícil organizarse con otros ciudadanos u otras ciudadanas en pro de causas comunes. Solamente entre el 5% y 7% forman parte activamente de una asociación o un colectivo y 56% piensa que su comportamiento social no ayuda ni perjudica al progreso del país.

La pandemia del Covid-19 ha provocado muchas más muertes que en las peores catástrofes naturales históricas. Si cada crisis es una oportunidad de desarrollo y reorganización social, será interesante ver si, como en el caso del sismo del 1985, este desastre humanitario será una de las aristas del fortalecimiento democrático de nuestra sociedad en el 2021.

Detrás de la alerta roja por el empeoramiento de la situación en materia de salud en la Ciudad de México hierbe la alerta por el nivel agudizado de las desigualdades socioeconómicas (agravadas por esta crisis). Esta tragedia pandémica nos afecta de manera colectiva pero diferenciada. Su impacto entre las clases más marginadas es aún más intenso: falta de acceso a la salud, perdida drástica de ingresos, hacinamiento, aumento de las violencias entre otras problemáticas.

Desde el 2005, cada 20 de diciembre, se conmemora el Día Internacional de la Solidaridad Humana con el fin de contribuir a erradicar la pobreza y fomentar el desarrollo social y humano. Base para un mejor futuro, anhelado por la ONU, la solidaridad humana nos recuerda los beneficios de la unidad en la diversidad. Ese día y el aire de fin de ciclo es la oportunidad también de sensibilizar a la población en general que la solidaridad es de gran importancia para alcanzar un mayor bienestar social y un mejor desarrollo como como ciudad, como país, como sociedad. La pobreza y la exclusión son desafíos que deben solucionarse gracias a la acción del Estado, quien tiene responsabilidades y obligaciones internacionales, pero también con la acción individual y colectiva de la gente por la gente.

La pandemia volvió a movilizar a héroes e iniciativas ciudadanas excepcionales llenas de humanismo social como la de la fundación Ya Respondiste en apoyo al personal médico, a personas en situación de vulnerabilidad, así como a pequeños restaurantes, a partir de la alimentación sana; o como el colectivo Haciendo Calle en apoyo a las personas que ejercen el trabajo sexual en la capital (acción premiada por la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México). Pero contrariamente con otras catástrofes, como en el caso de los sismos, el llamado a la solidaridad nacional sigue silenciado. Las acciones son intermitentes y en general desvinculadas de los gobiernos. Tal vez por las características filantrópicas y de participación que existen en nuestra sociedad.

De acuerdo con el Índice de Cultura Cívica del Instituto Electoral de la Ciudad de México, cuando hay participación, se expresa de manera individualista y carece de vinculación social fuerte. Es decir que es muy puntual y desvinculada de algún trabajo comunitario permanente. Por ejemplo, entre las actividades más concurridas se encuentran donar dinero a la Cruz Roja, ayudar a un desconocido o donar alimentos, medicina o ropa en caso de desastre natural. Pero menos del tercio no se ha organizado de manera comunitaria en caso de un problema que afecte a sus cercanos o menos y 56% considera difícil organizarse con otros ciudadanos u otras ciudadanas en pro de causas comunes. Solamente entre el 5% y 7% forman parte activamente de una asociación o un colectivo y 56% piensa que su comportamiento social no ayuda ni perjudica al progreso del país.

La pandemia del Covid-19 ha provocado muchas más muertes que en las peores catástrofes naturales históricas. Si cada crisis es una oportunidad de desarrollo y reorganización social, será interesante ver si, como en el caso del sismo del 1985, este desastre humanitario será una de las aristas del fortalecimiento democrático de nuestra sociedad en el 2021.