/ viernes 4 de marzo de 2022

Reflexiones frente a la barbarie en Michoacán 

Por Genaro Ahumada García, investigador de Causa en Común


Los hechos ocurridos el domingo 27 de febrero, en la comunidad de San José de Gracia, Michoacán, abren de nueva cuenta la posibilidad de analizar la acciones de los tres niveles de gobierno frente a un poder casi absoluto que demuestran las organizaciones criminales en el país todos los días. En México hay mucho dolor e indignación por lo que está ocurriendo en materia de seguridad y a continuación se enlistan algunas reflexiones con el único propósito de sumar ideas a un análisis profundo que debemos hacer para combatir estas y otras atrocidades.

¿Son o no masacres? Parece ocioso, y hasta cierto punto irrespetuoso para las víctimas, entrar a un debate terminológico de si es o no una masacre, o si en México existen o no las masacres. Un ejemplo similar ocurrió en días recientes en el pleno del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, cuando frente al dolor humano que se vive en Ucrania, el Consejo debatía si en el pronunciamiento conjunto debía usarse el término “rechazar” o “condenar”. De acuerdo al diccionario de la Real Academia Española, una masacre es “la matanza conjunta de muchas personas, por lo general indefensas”. En México, se ha querido dar una definición política al término, diciendo que masacre es aquella perpetrada por las fuerzas de seguridad o las Fuerzas Armadas en contra de la población civil. Así que lo ocurrido en Michoacán fue una masacre, o si así se le quiere llamar, matanza, ejecución múltiple, multiejecución, fusilamiento o cualquier término que intente disfrazar lo ocurrido.

No hay estrategia de seguridad. El “plan de seguridad” de esta administración ha sido ideológico, no de seguridad. “Combatir la violencia desde las causas”, “Darle mejores oportunidades a los jóvenes” son algunas de las frases retóricas que se han sostenido durante tres años, y que en el fondo no contienen ningún elemento de soporte. Se han impulsado acciones de la Guardia Nacional, sin que hasta ahora tenga una lógica su despliegue territorial. Sin una verdadera estrategia, que asuma los errores cometidos y se acepte la colaboración de las organizaciones de la sociedad civil, que llevan mucho camino recorrido en este tema.

¿Infiltración del crimen en los gobiernos estatales? En el proceso electoral de 2021, se documentó la injerencia (o al menos la cercanía) de grupos delictivos con candidatas y candidatos a gobernadores, alcaldes y legisladores que hoy son funcionarios públicos. Después de los hechos en Michoacán, circuló un video de una presunta célula del crimen pidiendo al gobernador del estado que “cumpla con lo que les prometió” y los deje trabajar. En todo caso, es muy peligrosa para la gobernabilidad la posible cercanía entre autoridades y criminales.

Efectos sociológicos y psicológicos de los eventos de alto impacto. La acumulación de violencias y atrocidades refleja patologías graves que presentan un reto social mayúsculo. A los enfoques policiales y sociológicos, deben sumarse enfoques psicológicos. Además, en este contexto es necesario cuestionarnos como sociedad cómo es que hemos llegado a un nivel de insensibilidad en donde parecería que no existe cifra o tragedia que nos duela lo suficiente para tener empatía con las víctimas, cuyos nombres y denuncias se acumulan en carpetas de investigación sin resolución.

Ante tal escenario, ¿qué podemos hacer? El primer paso es reconocer la crisis de inseguridad en la que estamos, asumir que la Guardia Nacional no es la respuesta, hablar del fortalecimiento de las policías, fortalecer a las fiscalías diseñar y aplicar acciones de prevención, entre otros temas. No menos importante es el hecho de que el Sistema Nacional de Seguridad Pública ha estado ausente en la peor crisis de inseguridad que vive el país. Requerimos que este mecanismo de articulación se rediseñe, tener claro quién hace qué; que deje de ser una simulación y que su Consejo Nacional funcione para generar las estrategias, entre otras cosas. Ante tanta barbarie, el verdadero drama es que no pasa nada.

Por Genaro Ahumada García, investigador de Causa en Común


Los hechos ocurridos el domingo 27 de febrero, en la comunidad de San José de Gracia, Michoacán, abren de nueva cuenta la posibilidad de analizar la acciones de los tres niveles de gobierno frente a un poder casi absoluto que demuestran las organizaciones criminales en el país todos los días. En México hay mucho dolor e indignación por lo que está ocurriendo en materia de seguridad y a continuación se enlistan algunas reflexiones con el único propósito de sumar ideas a un análisis profundo que debemos hacer para combatir estas y otras atrocidades.

¿Son o no masacres? Parece ocioso, y hasta cierto punto irrespetuoso para las víctimas, entrar a un debate terminológico de si es o no una masacre, o si en México existen o no las masacres. Un ejemplo similar ocurrió en días recientes en el pleno del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, cuando frente al dolor humano que se vive en Ucrania, el Consejo debatía si en el pronunciamiento conjunto debía usarse el término “rechazar” o “condenar”. De acuerdo al diccionario de la Real Academia Española, una masacre es “la matanza conjunta de muchas personas, por lo general indefensas”. En México, se ha querido dar una definición política al término, diciendo que masacre es aquella perpetrada por las fuerzas de seguridad o las Fuerzas Armadas en contra de la población civil. Así que lo ocurrido en Michoacán fue una masacre, o si así se le quiere llamar, matanza, ejecución múltiple, multiejecución, fusilamiento o cualquier término que intente disfrazar lo ocurrido.

No hay estrategia de seguridad. El “plan de seguridad” de esta administración ha sido ideológico, no de seguridad. “Combatir la violencia desde las causas”, “Darle mejores oportunidades a los jóvenes” son algunas de las frases retóricas que se han sostenido durante tres años, y que en el fondo no contienen ningún elemento de soporte. Se han impulsado acciones de la Guardia Nacional, sin que hasta ahora tenga una lógica su despliegue territorial. Sin una verdadera estrategia, que asuma los errores cometidos y se acepte la colaboración de las organizaciones de la sociedad civil, que llevan mucho camino recorrido en este tema.

¿Infiltración del crimen en los gobiernos estatales? En el proceso electoral de 2021, se documentó la injerencia (o al menos la cercanía) de grupos delictivos con candidatas y candidatos a gobernadores, alcaldes y legisladores que hoy son funcionarios públicos. Después de los hechos en Michoacán, circuló un video de una presunta célula del crimen pidiendo al gobernador del estado que “cumpla con lo que les prometió” y los deje trabajar. En todo caso, es muy peligrosa para la gobernabilidad la posible cercanía entre autoridades y criminales.

Efectos sociológicos y psicológicos de los eventos de alto impacto. La acumulación de violencias y atrocidades refleja patologías graves que presentan un reto social mayúsculo. A los enfoques policiales y sociológicos, deben sumarse enfoques psicológicos. Además, en este contexto es necesario cuestionarnos como sociedad cómo es que hemos llegado a un nivel de insensibilidad en donde parecería que no existe cifra o tragedia que nos duela lo suficiente para tener empatía con las víctimas, cuyos nombres y denuncias se acumulan en carpetas de investigación sin resolución.

Ante tal escenario, ¿qué podemos hacer? El primer paso es reconocer la crisis de inseguridad en la que estamos, asumir que la Guardia Nacional no es la respuesta, hablar del fortalecimiento de las policías, fortalecer a las fiscalías diseñar y aplicar acciones de prevención, entre otros temas. No menos importante es el hecho de que el Sistema Nacional de Seguridad Pública ha estado ausente en la peor crisis de inseguridad que vive el país. Requerimos que este mecanismo de articulación se rediseñe, tener claro quién hace qué; que deje de ser una simulación y que su Consejo Nacional funcione para generar las estrategias, entre otras cosas. Ante tanta barbarie, el verdadero drama es que no pasa nada.