/ martes 6 de febrero de 2024

¿Sabes qué es la violencia?

Por. Adrián Zentella Tusié

Definir la violencia se convierte en un desafío ante la diversidad de acciones, sucesos e ideas que engloba y más cuando en los últimos años 11 tipos de delitos alcanzaron máximos históricos. La complejidad de esta palabra se intensifica al intentar identificar sus componentes y establecer límites claros. Para abordar esta complejidad, es esencial reflexionar sobre su significado, sus componentes y cómo la sociedad la percibe. La violencia, según la Organización Mundial de la Salud, se define como el "uso intencional de la fuerza física o el poder real o como amenaza contra uno mismo, una persona, grupo o comunidad que tiene como resultado la probabilidad de daño psicológico, lesiones, la muerte, privación o mal desarrollo".

Esta definición resalta dos ideas fundamentales: la violencia inicia como una acción y un abuso de poder, culminando con el daño o deterioro de algo o alguien. El maltrato animal, el asesinato, el acoso y las agresiones físicas encajan claramente en esta definición, pero surgen interrogantes sobre si se requieren ambas condiciones para que algo sea considerado violencia y si el abuso de poder es sinónimo de violencia.

La discusión sobre el abuso de poder nos lleva a cuestionar cómo determinar cuándo alguien ha abusado de su poder. El poder, definido como la capacidad de influir directa o indirectamente en otros o en su entorno, plantea dilemas éticos. ¿El abuso ocurre cuando se obtiene un beneficio indebido o cuando se excede legalmente? La existencia de leyes y normas claras facilita esta determinación en casos evidentes, como un oficial extorsionando a un ciudadano. Sin embargo, situaciones más ambiguas, como la defensa propia o manifestaciones pacíficas, plantean desafíos en la aplicación de esta definición.

Es crucial reconocer que, incluso las víctimas de injusticias y violencia pueden ejercer violencia, pero justificar estas acciones es complejo. La conexión entre abuso de poder y violencia se torna menos clara en situaciones donde las víctimas, por más agresivas que sean, pueden no estar cometiendo actos violentos al actuar contra otros. La percepción social juega un papel importante en la justificación o condena de dichos actos, añadiendo capas de complejidad a la discusión.

Más allá de las conceptualizaciones, se debe resaltar la importancia de centrarse en el elemento central de la violencia: el daño. La mayoría de las personas asocian la violencia con dolor y maltrato, convirtiéndose en la parte más visible y destructiva. El daño acumulado genera resentimiento, ira, odio y miedo, fracturando la confianza en la sociedad y perpetuando ciclos de violencia. Es imperativo visibilizar este aspecto y reconocer que no todo daño puede ser reparado. Sin acercamiento empático a las personas afectadas y comprensión de lo que se rompió, no se podrá ayudarles a superar su calidad de víctimas.

En la discusión sobre violencia, es esencial ampliar el enfoque más allá del abuso de poder y considerar la reparación del daño como un aspecto central. Aunque no todos los actos de abuso o daño constituyen violencia, cada víctima merece atención y apoyo para superar las secuelas. Es crucial evitar el uso ligero de la palabra "violencia" por respeto a las personas afectadas y fomentar conversaciones constructivas que aborden sus necesidades específicas.

En conclusión, definir la violencia requiere una comprensión profunda de sus componentes, considerando tanto el abuso de poder como el daño causado. La reflexión sobre cómo la sociedad percibe y justifica ciertos actos es esencial para abordar la complejidad de este fenómeno. Al centrarnos en la reparación del daño, podemos avanzar hacia conversaciones más constructivas y empáticas, evitando el uso irresponsable de la palabra "violencia".


Por. Adrián Zentella Tusié

Definir la violencia se convierte en un desafío ante la diversidad de acciones, sucesos e ideas que engloba y más cuando en los últimos años 11 tipos de delitos alcanzaron máximos históricos. La complejidad de esta palabra se intensifica al intentar identificar sus componentes y establecer límites claros. Para abordar esta complejidad, es esencial reflexionar sobre su significado, sus componentes y cómo la sociedad la percibe. La violencia, según la Organización Mundial de la Salud, se define como el "uso intencional de la fuerza física o el poder real o como amenaza contra uno mismo, una persona, grupo o comunidad que tiene como resultado la probabilidad de daño psicológico, lesiones, la muerte, privación o mal desarrollo".

Esta definición resalta dos ideas fundamentales: la violencia inicia como una acción y un abuso de poder, culminando con el daño o deterioro de algo o alguien. El maltrato animal, el asesinato, el acoso y las agresiones físicas encajan claramente en esta definición, pero surgen interrogantes sobre si se requieren ambas condiciones para que algo sea considerado violencia y si el abuso de poder es sinónimo de violencia.

La discusión sobre el abuso de poder nos lleva a cuestionar cómo determinar cuándo alguien ha abusado de su poder. El poder, definido como la capacidad de influir directa o indirectamente en otros o en su entorno, plantea dilemas éticos. ¿El abuso ocurre cuando se obtiene un beneficio indebido o cuando se excede legalmente? La existencia de leyes y normas claras facilita esta determinación en casos evidentes, como un oficial extorsionando a un ciudadano. Sin embargo, situaciones más ambiguas, como la defensa propia o manifestaciones pacíficas, plantean desafíos en la aplicación de esta definición.

Es crucial reconocer que, incluso las víctimas de injusticias y violencia pueden ejercer violencia, pero justificar estas acciones es complejo. La conexión entre abuso de poder y violencia se torna menos clara en situaciones donde las víctimas, por más agresivas que sean, pueden no estar cometiendo actos violentos al actuar contra otros. La percepción social juega un papel importante en la justificación o condena de dichos actos, añadiendo capas de complejidad a la discusión.

Más allá de las conceptualizaciones, se debe resaltar la importancia de centrarse en el elemento central de la violencia: el daño. La mayoría de las personas asocian la violencia con dolor y maltrato, convirtiéndose en la parte más visible y destructiva. El daño acumulado genera resentimiento, ira, odio y miedo, fracturando la confianza en la sociedad y perpetuando ciclos de violencia. Es imperativo visibilizar este aspecto y reconocer que no todo daño puede ser reparado. Sin acercamiento empático a las personas afectadas y comprensión de lo que se rompió, no se podrá ayudarles a superar su calidad de víctimas.

En la discusión sobre violencia, es esencial ampliar el enfoque más allá del abuso de poder y considerar la reparación del daño como un aspecto central. Aunque no todos los actos de abuso o daño constituyen violencia, cada víctima merece atención y apoyo para superar las secuelas. Es crucial evitar el uso ligero de la palabra "violencia" por respeto a las personas afectadas y fomentar conversaciones constructivas que aborden sus necesidades específicas.

En conclusión, definir la violencia requiere una comprensión profunda de sus componentes, considerando tanto el abuso de poder como el daño causado. La reflexión sobre cómo la sociedad percibe y justifica ciertos actos es esencial para abordar la complejidad de este fenómeno. Al centrarnos en la reparación del daño, podemos avanzar hacia conversaciones más constructivas y empáticas, evitando el uso irresponsable de la palabra "violencia".