/ martes 20 de junio de 2023

Así luce una escuela ideal en Sudáfrica

Las aulas son limpias y luminosas, los estantes están repletos de libros y los alumnos visten pulcros uniformes... Pero no es una costosa escuela privada

Las aulas son limpias y luminosas, los estantes están repletos de libros de textos y de material escolar. Los alumnos visten pulcros uniformes azul y gris con suéter rojo brillante.

Podría pensarse que se trata de una costosa escuela privada de Sudáfrica, pero sus alumnos son todos pobres y de hogares desposeídos.

Te puede interesar: Carreras ilegales, legado de Fast & Furious

Ubuntu Pathways, una ONG, es un oasis que ofrece un destello de esperanza en un país plagado por crisis sociales.

Situada en una barriada pobre de miles de habitantes en la ciudad costera de Gqeberha, anteriormente llamada Port Elizabeth, la organización busca ayudar a romper el "ciclo de pobreza" en la sociedad más desigual del mundo.

La moderna estructura de concreto colinda con las modestas casas de ladrillo y con estructuras de hierro ondulado.

Muchos en el barrio ni siquiera completaron la escuela y la mayoría de los hogares dependen de la pequeña ayuda gubernamental.

Pero si no existiera el proyecto Ubuntu Pathways, "estos niños quizás no tendrían escuela del todo", dijo la maestra Taneal Padayachie, de 32 años.

La escuela no cobra matrícula y su presupuesto anual de 7 millones de dólares es financiado por filántropos y empresas locales

Décadas después del fin del gobierno de la minoría blanca, todavía se sienten los efectos del sistema del apartheid, que daba a los negros una educación inferior que a los demás.

Ocho de cada diez niños de nueve a diez años tienen dificultades para entender lo que leen, según un estudio publicado en mayo pasado.

Ubuntu Pathways se enorgullece de invertir en "niños en desventaja de la misma manera que se invierte en niños privilegiados", según su fundador, Jacob Lief.

La escuela no cobra matrícula y su presupuesto anual de 7 millones de dólares es financiado por filántropos y empresas locales.

Pero sólo acepta niños que viven en un radio de siete kilómetros.

A muchos niños, el acceso a una escuela de este tipo les cambia la vida | AFP

Ciclo de pobreza

Entre los dos mil niños que han estado en el centro en sus 25 años de existencia, la mayoría son hijos de madres portadoras del VIH (virus de inmunodeficiencia humana).

El centro incluye una clínica con un médico y algunas enfermeras, todos especializados en embarazos de mujeres con sida.

Cerca de 600 mujeres reciben tratamiento actualmente.

Todos los bebés nacidos en la clínica han estado libres del VIH, y en su mayoría terminan estudiando en la escuela del centro.

"Tenemos un modelo que va de la cuna a una carrera", y también se brinda apoyo familiar para romper el ciclo de pobreza, asegura orgulloso Lief.

"Comenzamos con madres vih positivas", enfocados en la madre y el niño. "De allí ingresan a nuestra escuela primaria y eventualmente a nuestro colegio", agrega.

De cabello largo, brazaletes y arete turquesa, el neoyorquino de 46 años llegó a Sudáfrica a los 17 años de edad.

En aquel tiempo, Nelson Mandela había salido de prisión y el mundo veía con admiración la transición democrática tras el fin del apartheid.

El entonces colegial era parte de un grupo de jóvenes estadounidenses que llegaron a presenciar ese momento histórico.

Recuerda haber conocido a una mujer de 85 años que le dijo que hizo fila 30 horas para votar en la primera elección democrática, realizada en 1994.

"Fue la primera vez en mi vida que me pregunté por el significado de la libertad y la democracia, pese a que crecí con dos padres con formación universitaria y un entorno algo privilegiado", recuerda.

El sitio de nacimiento (de los niños) no debería determinar su futuro

Jacob Lief, Fundador

Tras concluir la universidad, volvió a Sudáfrica con una oferta laboral en Ciudad del Cabo, el cual no se concretó.

Tomó entonces un tren donde conoció a un educador. Se bajaron en Gqeberha, fueron a tomar una cerveza en un "shebeen", como se le conoce a las tabernas instaladas en una casa.

Terminó pasando seis meses con su nuevo amigo, Malizole "Banks" Gwaxula, ayudando con proyectos comunitarios o en la escuela local.

Entre los dos crearon la oenegé basada en la esencia de humanidad que los sudafricanos llaman "ubuntu", que significa "yo soy porque tú eres".

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Querían brindar algo diferente de otras organizaciones, que llegan a repartir bolas de fútbol a los niños en las barriadas, toman fotos y se devuelven al exterior.

"El sitio de nacimiento (de los niños) no debería determinar su futuro", añade Lief.


Las aulas son limpias y luminosas, los estantes están repletos de libros de textos y de material escolar. Los alumnos visten pulcros uniformes azul y gris con suéter rojo brillante.

Podría pensarse que se trata de una costosa escuela privada de Sudáfrica, pero sus alumnos son todos pobres y de hogares desposeídos.

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Ubuntu Pathways, una ONG, es un oasis que ofrece un destello de esperanza en un país plagado por crisis sociales.

Situada en una barriada pobre de miles de habitantes en la ciudad costera de Gqeberha, anteriormente llamada Port Elizabeth, la organización busca ayudar a romper el "ciclo de pobreza" en la sociedad más desigual del mundo.

La moderna estructura de concreto colinda con las modestas casas de ladrillo y con estructuras de hierro ondulado.

Muchos en el barrio ni siquiera completaron la escuela y la mayoría de los hogares dependen de la pequeña ayuda gubernamental.

Pero si no existiera el proyecto Ubuntu Pathways, "estos niños quizás no tendrían escuela del todo", dijo la maestra Taneal Padayachie, de 32 años.

La escuela no cobra matrícula y su presupuesto anual de 7 millones de dólares es financiado por filántropos y empresas locales

Décadas después del fin del gobierno de la minoría blanca, todavía se sienten los efectos del sistema del apartheid, que daba a los negros una educación inferior que a los demás.

Ocho de cada diez niños de nueve a diez años tienen dificultades para entender lo que leen, según un estudio publicado en mayo pasado.

Ubuntu Pathways se enorgullece de invertir en "niños en desventaja de la misma manera que se invierte en niños privilegiados", según su fundador, Jacob Lief.

La escuela no cobra matrícula y su presupuesto anual de 7 millones de dólares es financiado por filántropos y empresas locales.

Pero sólo acepta niños que viven en un radio de siete kilómetros.

A muchos niños, el acceso a una escuela de este tipo les cambia la vida | AFP

Ciclo de pobreza

Entre los dos mil niños que han estado en el centro en sus 25 años de existencia, la mayoría son hijos de madres portadoras del VIH (virus de inmunodeficiencia humana).

El centro incluye una clínica con un médico y algunas enfermeras, todos especializados en embarazos de mujeres con sida.

Cerca de 600 mujeres reciben tratamiento actualmente.

Todos los bebés nacidos en la clínica han estado libres del VIH, y en su mayoría terminan estudiando en la escuela del centro.

"Tenemos un modelo que va de la cuna a una carrera", y también se brinda apoyo familiar para romper el ciclo de pobreza, asegura orgulloso Lief.

"Comenzamos con madres vih positivas", enfocados en la madre y el niño. "De allí ingresan a nuestra escuela primaria y eventualmente a nuestro colegio", agrega.

De cabello largo, brazaletes y arete turquesa, el neoyorquino de 46 años llegó a Sudáfrica a los 17 años de edad.

En aquel tiempo, Nelson Mandela había salido de prisión y el mundo veía con admiración la transición democrática tras el fin del apartheid.

El entonces colegial era parte de un grupo de jóvenes estadounidenses que llegaron a presenciar ese momento histórico.

Recuerda haber conocido a una mujer de 85 años que le dijo que hizo fila 30 horas para votar en la primera elección democrática, realizada en 1994.

"Fue la primera vez en mi vida que me pregunté por el significado de la libertad y la democracia, pese a que crecí con dos padres con formación universitaria y un entorno algo privilegiado", recuerda.

El sitio de nacimiento (de los niños) no debería determinar su futuro

Jacob Lief, Fundador

Tras concluir la universidad, volvió a Sudáfrica con una oferta laboral en Ciudad del Cabo, el cual no se concretó.

Tomó entonces un tren donde conoció a un educador. Se bajaron en Gqeberha, fueron a tomar una cerveza en un "shebeen", como se le conoce a las tabernas instaladas en una casa.

Terminó pasando seis meses con su nuevo amigo, Malizole "Banks" Gwaxula, ayudando con proyectos comunitarios o en la escuela local.

Entre los dos crearon la oenegé basada en la esencia de humanidad que los sudafricanos llaman "ubuntu", que significa "yo soy porque tú eres".

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Querían brindar algo diferente de otras organizaciones, que llegan a repartir bolas de fútbol a los niños en las barriadas, toman fotos y se devuelven al exterior.

"El sitio de nacimiento (de los niños) no debería determinar su futuro", añade Lief.


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