/ jueves 24 de agosto de 2017

La fallida presidencia de Trump

El influyente diario The New York Times califica de fallida la presidencia de Trump, sobre todo, por su reciente decisión de alentar las tensiones raciales en el caso de los llamados supremacistas blancos en Charlottesville. Lo llama “príncipe de la discordia que parece divorciado de la decencia y del sentido común”. Además pone en duda su “brújula moral, su entendimiento de las obligaciones de su cargo y su aptitud para ocuparlo”. Nunca antes un periódico de esa categoría había calificado con tales términos a un presidente en funciones, llamando de “incompetencia pura” su mandato a siete meses de su inicio.

Por otra parte critica severamente su política de deportación cruel, señalando que sus peores planes han fracasado como querer destruir la ley de salud y sus edictos migratorios impugnados en las cortes. Y dice algo muy grave el poderoso diario, a saber, que son tres generales los que apoyan los “peores instintos” del presidente por hallarse ellos en la cúspide de la política estratégica dejando a un lado la experiencia y la diplomacia tradicional. En suma, se trata de un tremendo juicio moral contra Trump.

Ahora bien, en lo anterior destaca el racismo de Trump que refleja y hace patente, sin duda, abundantes y hondas corrientes de opinión pública a las que hay que oponer, en todos los foros habidos y por haber, la defensa teórica y activa de los derechos humanos históricos. Trump se ha declarado a su vez, y no solo en Charlottesville, defensor y partícipe de la supremacía blanca conocida como “supremacismo blanco”, ideología que sostiene que la raza blanca es superior a otras, con el destino de ejercer su dominio social y político.

Lo que recuerda en síntesis dos cosas, la Guerra de Secesión o Guerra Civil y el “destino manifiesto”, siendo que en el fondo aquélla fue una guerra entre el esclavismo agrario del sur y el antiesclavismo industrial del norte representado por Lincoln. La verdad es que se enfrentaban una tesis de libertad y otra de servidumbre con su carga de remembranza feudal; y nadie podría ignorar al respecto que la doctrina del Destino Manifiesto es fruto del esclavismo y de la supuesta supremacía blanca.

En rigor es lo mismo y se define “Por la Autoridad Divina o de Dios” como la creencia de que los Estados Unidos de América -formado por una raza blanca superior- es una nación destinada a expandirse desde las costas del Atlántico hasta el Pacífico, idea que es usada por sus partidarios, en especial y hasta la fecha puritanos y protestantes, para justificar otras adquisiciones territoriales (léase colonialismo e imperialismo).

En consecuencia Trump, “supremacista blanco” con el pelo pintado de güero, es la encarnación nefasta de esas corrientes. ¿Qué nos corresponde hacer a nosotros, vecinos suyos en la frontera sur de su país, que es la puerta hacia Iberoamérica? Tenemos la obligación y laresponsabilidad de enfrentar a Trump con la defensa teórica y activa de los derechos humanos, con la mayor energía posible, jurídica, política, diplomática y con la convicción y el valor de que amparamos y protegemos un patrimonio moral y espiritual de la humanidad; patrimonio de siglos heredado desde los albores conscientes del hombre y perfeccionado a través de los momentos más luminosos de su tránsito por la tierra.

No podemos, no debemos permitir que su doctrina retrógrada se difunda en el mundo del que somos parte. Aquí no caben las concesiones ni tampoco la discreción, que es cautela mal entendida con ribete de miedo. Aquí la prudencia diplomática es perder. La política no debe olvidar su tradición cultural ni sus compromisos históricos.

 

@RaulCarranca

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