/ lunes 8 de octubre de 2018

Arte y academia | Tlatelolco: la chispita que se convirtió en incendio

En la redacción de connotado diario, donde uno de mis jefes me bautizaba como Periodista chirris; yo lloraba y rezaba al mismo tiempo.

¿La razón? Mi familia y yo vivíamos en aquel edificio Tamaulipas de Tlatelolco y, en la fatídica noche de la matanza del 2 de octubre del 68, ignoraba qué suerte había corrido mi familia, con la que compartía la vida. Óscar Alarcón, subdirector del periódico, me llamó: "Ana, ya designé a varios reporteros, para que la acompañen a su casa. Me acabo de enterar, que usted vive justamente en la zona de conflicto y que está muy angustiada por sus padres y hermanos. Vaya. Entérese. Y mucha suerte".

Agradeciéndole su bondad, marché con 12 de mis compañeros, hacia la histórica Plaza de las Tres Culturas. Para entonces, la matanza de estudiantes "cazados selváticamente con balas y explosivos", con una duración de más de ocho horas de fuego imparable se encontraba ante nuestros ojos. "Lamentable resultado" -comentaron entonces los analistas-, "de una chispita, que al no ser revisada y apagada a tiempo, de manera pacífica, tranquila, e inteligente, se transformó en imparable y terrible incendio a nivel internacional".

La consigna para que pasáramos al piso 11 de aquella enorme construcción, consistió, en que lo hiciéramos ordenadamente. Formados. Que no habláramos. Y que no miráramos a nuestro alrededor, puesto que íbamos a ser cuidadosamente observados. Sólo de esta manera se nos daría el permiso para rescatar a los familiares registrados para trasladarlos a otro domicilio. Otra condición sería, que las dos camionetas en las que viajábamos, estuvieran identificadas con calcomanías gubernamentales y, que por supuesto, que nuestro comportamiento -subrayado-, fuera muy discreto.

¡Y vaya suspiro de alivio!.. Cuando llegué a mi domicilio, toda mi familia se encontraba a salvo. ¡Bendito Dios! Mi madrecita había colocado colchones en las ventanas, y les dijo a todos que se encerraran dentro de las paredes de concreto del cuarto de baño. De esa manera, todos se mantuvieron refugiados y con las luces apagadas, hasta que llegué con mis solidarios colegas para llevarlos a todos a un lugar mucho más seguro.

Como la mayoría sabemos, nuestros valientes y éticos escritores mexicanos movilizaron sus protestas con literatura como Manifestación de silencios , del maestro Arturo Azuela; La noche de Tlatelolco ", de nuestra querida Elenita Poniatowska; o de la igualmente inolvidable María Luisa La China Mendoza , mediante imparables artículos periodísticos. La cinematografía, para poner más ejemplos, se abrió con filmes tan comentados como Canoay Rojo amanecer . Mientras las imágenes de un estudiante baleado que trató de protegerse con sus propios libros y la de un amoroso joven que pretendió salvar con su chamarra a su novia, trascendió hasta el 2012, mediante el premiado documental: Los rollos perdidos , del cineasta Gibrán Bazán. Un beso... Y hasta la próxima charla

En la redacción de connotado diario, donde uno de mis jefes me bautizaba como Periodista chirris; yo lloraba y rezaba al mismo tiempo.

¿La razón? Mi familia y yo vivíamos en aquel edificio Tamaulipas de Tlatelolco y, en la fatídica noche de la matanza del 2 de octubre del 68, ignoraba qué suerte había corrido mi familia, con la que compartía la vida. Óscar Alarcón, subdirector del periódico, me llamó: "Ana, ya designé a varios reporteros, para que la acompañen a su casa. Me acabo de enterar, que usted vive justamente en la zona de conflicto y que está muy angustiada por sus padres y hermanos. Vaya. Entérese. Y mucha suerte".

Agradeciéndole su bondad, marché con 12 de mis compañeros, hacia la histórica Plaza de las Tres Culturas. Para entonces, la matanza de estudiantes "cazados selváticamente con balas y explosivos", con una duración de más de ocho horas de fuego imparable se encontraba ante nuestros ojos. "Lamentable resultado" -comentaron entonces los analistas-, "de una chispita, que al no ser revisada y apagada a tiempo, de manera pacífica, tranquila, e inteligente, se transformó en imparable y terrible incendio a nivel internacional".

La consigna para que pasáramos al piso 11 de aquella enorme construcción, consistió, en que lo hiciéramos ordenadamente. Formados. Que no habláramos. Y que no miráramos a nuestro alrededor, puesto que íbamos a ser cuidadosamente observados. Sólo de esta manera se nos daría el permiso para rescatar a los familiares registrados para trasladarlos a otro domicilio. Otra condición sería, que las dos camionetas en las que viajábamos, estuvieran identificadas con calcomanías gubernamentales y, que por supuesto, que nuestro comportamiento -subrayado-, fuera muy discreto.

¡Y vaya suspiro de alivio!.. Cuando llegué a mi domicilio, toda mi familia se encontraba a salvo. ¡Bendito Dios! Mi madrecita había colocado colchones en las ventanas, y les dijo a todos que se encerraran dentro de las paredes de concreto del cuarto de baño. De esa manera, todos se mantuvieron refugiados y con las luces apagadas, hasta que llegué con mis solidarios colegas para llevarlos a todos a un lugar mucho más seguro.

Como la mayoría sabemos, nuestros valientes y éticos escritores mexicanos movilizaron sus protestas con literatura como Manifestación de silencios , del maestro Arturo Azuela; La noche de Tlatelolco ", de nuestra querida Elenita Poniatowska; o de la igualmente inolvidable María Luisa La China Mendoza , mediante imparables artículos periodísticos. La cinematografía, para poner más ejemplos, se abrió con filmes tan comentados como Canoay Rojo amanecer . Mientras las imágenes de un estudiante baleado que trató de protegerse con sus propios libros y la de un amoroso joven que pretendió salvar con su chamarra a su novia, trascendió hasta el 2012, mediante el premiado documental: Los rollos perdidos , del cineasta Gibrán Bazán. Un beso... Y hasta la próxima charla