/ martes 10 de septiembre de 2019

Bazar de la Cultura | Beatriz Zalce, la virgiliana cronista del Metro

Por: Juan Amael Vizuet

El Metro capitalino, sus pasajeros, sus trabajadores, sus recovecos, su Corte de los Milagros, encontraron por fin a la cronista y pensadora consagrada a atesorar una cuidadosa memoria del cotidiano traslado, azaroso, rutinario, extenuante, emotivo. Es Beatriz Diana Zalce de Guerriff, virgiliana conductora de lectores y poetas a través de los laberintos subterráneos.

Historias del Metro, la nueva obra de la escritora capitalina, se presentó ante sus propios protagonistas: los argonautas del transporte colectivo. Tripulantes y pasajeros. A diario en liza contra el tiempo, los desperfectos, los múltiples enemigos al acecho.

Como en los apretujados vagones, a muchos les tocó recorrer de pie la travesía literaria. No importaba, bien lo valían los relatos de Beatriz Zalce, las palabras de Elena Poniatowska, Porfirio Romo y Mauricio Gómez Morín, autor de la seductora portada colorista. Todos juntos celebraron el cincuentenario del Metro con una fiesta de la palabra.

La doble ganadora del Premio Nacional de Periodismo Cultural es ella misma una argonauta del subterráneo y de la superficie. A despecho de las prisas, a pesar de las fatigas, mantiene su mirada fresca de tan verde –como apuntó Poniatowska Amor– ante la gente y sus vivencias.

Es la gente lo esencial en sus Historias del Metro: los trenes importan por la vida en ellos escenificada, por la dedicación mística de los trabajadores, resueltos a mantener a flote cada veterana embarcación terrestre.

La escritora no le permite a la multitud ocultarle las personas: recolecta uno por uno los encuentros, los adioses, las esperas, los personajes. Entrevistadora por vocación, curiosa por designio estelar, graba testimonios y denuncias. Los tripulantes del navío urbano le confían sus afanes, sus justos enojos y señalamientos.

Elena Poniatowska ha llamado a la autora “Nueva Marquesa Calderón de la Barca”; tal vez la maestra Zalce de Guerriff sea también una nueva Nellie Campobello. Como la niña de la Revolución, mira y escucha las historias con respetuosa lucidez, no exenta de inocencia. Su oficio de letras halla lo universal en las andanzas individuales, le da forma literaria, enriquece todo con su sensibilidad y lo entrega a los lectores.

Historias del metro, como La Feria del maestro Arreola, hilvana relatos de extensión tan diversa como el tono de sus anécdotas: desde un parrafito dedicado al infantil descubrimiento del arte popular, hasta la epopeya de un luchador social superviviente al represor cautiverio: El Guaymas, hoy tenaz rescatista de trenes en coma.

Según cuenta Elena Poniatowska, le Metropolitan parisino, primo del nuestro, fascinó a la niña de ojos esmeraldas, de visita en la Ciudad Luz. La escritora promete más historias; cualquiera de nosotros puede, un día, hallarse en sus páginas.

Por: Juan Amael Vizuet

El Metro capitalino, sus pasajeros, sus trabajadores, sus recovecos, su Corte de los Milagros, encontraron por fin a la cronista y pensadora consagrada a atesorar una cuidadosa memoria del cotidiano traslado, azaroso, rutinario, extenuante, emotivo. Es Beatriz Diana Zalce de Guerriff, virgiliana conductora de lectores y poetas a través de los laberintos subterráneos.

Historias del Metro, la nueva obra de la escritora capitalina, se presentó ante sus propios protagonistas: los argonautas del transporte colectivo. Tripulantes y pasajeros. A diario en liza contra el tiempo, los desperfectos, los múltiples enemigos al acecho.

Como en los apretujados vagones, a muchos les tocó recorrer de pie la travesía literaria. No importaba, bien lo valían los relatos de Beatriz Zalce, las palabras de Elena Poniatowska, Porfirio Romo y Mauricio Gómez Morín, autor de la seductora portada colorista. Todos juntos celebraron el cincuentenario del Metro con una fiesta de la palabra.

La doble ganadora del Premio Nacional de Periodismo Cultural es ella misma una argonauta del subterráneo y de la superficie. A despecho de las prisas, a pesar de las fatigas, mantiene su mirada fresca de tan verde –como apuntó Poniatowska Amor– ante la gente y sus vivencias.

Es la gente lo esencial en sus Historias del Metro: los trenes importan por la vida en ellos escenificada, por la dedicación mística de los trabajadores, resueltos a mantener a flote cada veterana embarcación terrestre.

La escritora no le permite a la multitud ocultarle las personas: recolecta uno por uno los encuentros, los adioses, las esperas, los personajes. Entrevistadora por vocación, curiosa por designio estelar, graba testimonios y denuncias. Los tripulantes del navío urbano le confían sus afanes, sus justos enojos y señalamientos.

Elena Poniatowska ha llamado a la autora “Nueva Marquesa Calderón de la Barca”; tal vez la maestra Zalce de Guerriff sea también una nueva Nellie Campobello. Como la niña de la Revolución, mira y escucha las historias con respetuosa lucidez, no exenta de inocencia. Su oficio de letras halla lo universal en las andanzas individuales, le da forma literaria, enriquece todo con su sensibilidad y lo entrega a los lectores.

Historias del metro, como La Feria del maestro Arreola, hilvana relatos de extensión tan diversa como el tono de sus anécdotas: desde un parrafito dedicado al infantil descubrimiento del arte popular, hasta la epopeya de un luchador social superviviente al represor cautiverio: El Guaymas, hoy tenaz rescatista de trenes en coma.

Según cuenta Elena Poniatowska, le Metropolitan parisino, primo del nuestro, fascinó a la niña de ojos esmeraldas, de visita en la Ciudad Luz. La escritora promete más historias; cualquiera de nosotros puede, un día, hallarse en sus páginas.