/ martes 14 de mayo de 2019

Bazar de la Cultura | El peral silvestre: por la Palma de Oro

Por: Juan Amael Vizuet

La confrontación entre padre e hijo es el eje de El peral silvestre (Turquía, 2018), de Nuri Bilge Ceylan, ganador de la Palma de Oro en Cannes por Sueño de invierno (Turquía, 2014). Es un conflicto tan antiguo como la Biblia y la mitología griega: Absalón se sublevó contra David; Júpiter destronó a Saturno como Señor del universo.

La película es además una mirada al desafío juvenil contra la generación mayor, amén de un cuestionamiento a las motivaciones detrás del afán literario: ¿Por qué un joven universitario pretende convertirse en escritor?

Las acciones del protagonista Sinan (Dogu Demirkol) desmienten los "altos ideales" esgrimidos por él para publicar su primer libro: alega su interés por la gente sencilla, por la vida cotidiana, pero se avergüenza de ser un aldeano, desdeña a todos sus vecinos y se expresa con desprecio de su pueblo natal: "Si fuera un dictador ordenaría que lanzaran una bomba nuclear contra esta aldea".

Sobre todas las cosas, Sinan se avergüenza de su padre, Idris (Murat Cemcir), un veterano profesor de primaria adicto a las apuestas; el joven alega motivos morales, pero la verdadera causa de su actitud es el terror por seguir el mismo destino de Idris.

El protagonista de El peral silvestre contrasta con la heroína de Un árbol crece en Brooklyn, de Betty Smith: una niña con un padre alcohólico, pero amoroso, lo evoca siempre con afecto y nostalgia. Lo mismo sucede con las memorias de Robin McGraw: el jefe de familia era un apostador compulsivo, más también era protector y bondadoso. La autora no lo juzga ni lo condena, aunque comprenda las consecuencias de esas debilidades.

Sinan se obsesiona con editar su libro para justificarse ante sí mismo y ante el mundo como un intelectual, como un ser superior al resto de sus coterráneos; un talento que ha logrado lo que su padre jamás consiguió. Para alcanzar tal objetivo, Sinan está resuelto a jugar sucio, a mentir, a abusar, a infligir daño.

En este contexto no queda mucho sitio para el amor: Hatice (Hazar Ergüçlü) antigua condiscípula de Sinan, tampoco desea quedarse para siempre en la aldea. Su salida es un matrimonio ventajoso. En su fuero interno, Hatice sabe que se traiciona. Se lo expresa a Sinan pero no hay vuelta atrás.

Pese a todas las flaquezas de Idris, su esposa Asuman (Bennu Yıldirmlar) reitera que ella se casó con él porque lo quería; que se volvería a casar con Idris de haber sabido todo lo que le esperaba.

El peral silvestre es cine de arte, obliga a meditar a quien lo ve. Las tres horas de proyección mantienen al público atento, intrigado, con frecuencia molesto con el protagonista, quien actúa más de una vez como un antihéroe.

La cinta se estrenó en México el viernes 10 de mayo; vale la pena verla dos o más veces, recomendarla. Llegan pocas películas tan rigurosas como ésta.

Por: Juan Amael Vizuet

La confrontación entre padre e hijo es el eje de El peral silvestre (Turquía, 2018), de Nuri Bilge Ceylan, ganador de la Palma de Oro en Cannes por Sueño de invierno (Turquía, 2014). Es un conflicto tan antiguo como la Biblia y la mitología griega: Absalón se sublevó contra David; Júpiter destronó a Saturno como Señor del universo.

La película es además una mirada al desafío juvenil contra la generación mayor, amén de un cuestionamiento a las motivaciones detrás del afán literario: ¿Por qué un joven universitario pretende convertirse en escritor?

Las acciones del protagonista Sinan (Dogu Demirkol) desmienten los "altos ideales" esgrimidos por él para publicar su primer libro: alega su interés por la gente sencilla, por la vida cotidiana, pero se avergüenza de ser un aldeano, desdeña a todos sus vecinos y se expresa con desprecio de su pueblo natal: "Si fuera un dictador ordenaría que lanzaran una bomba nuclear contra esta aldea".

Sobre todas las cosas, Sinan se avergüenza de su padre, Idris (Murat Cemcir), un veterano profesor de primaria adicto a las apuestas; el joven alega motivos morales, pero la verdadera causa de su actitud es el terror por seguir el mismo destino de Idris.

El protagonista de El peral silvestre contrasta con la heroína de Un árbol crece en Brooklyn, de Betty Smith: una niña con un padre alcohólico, pero amoroso, lo evoca siempre con afecto y nostalgia. Lo mismo sucede con las memorias de Robin McGraw: el jefe de familia era un apostador compulsivo, más también era protector y bondadoso. La autora no lo juzga ni lo condena, aunque comprenda las consecuencias de esas debilidades.

Sinan se obsesiona con editar su libro para justificarse ante sí mismo y ante el mundo como un intelectual, como un ser superior al resto de sus coterráneos; un talento que ha logrado lo que su padre jamás consiguió. Para alcanzar tal objetivo, Sinan está resuelto a jugar sucio, a mentir, a abusar, a infligir daño.

En este contexto no queda mucho sitio para el amor: Hatice (Hazar Ergüçlü) antigua condiscípula de Sinan, tampoco desea quedarse para siempre en la aldea. Su salida es un matrimonio ventajoso. En su fuero interno, Hatice sabe que se traiciona. Se lo expresa a Sinan pero no hay vuelta atrás.

Pese a todas las flaquezas de Idris, su esposa Asuman (Bennu Yıldirmlar) reitera que ella se casó con él porque lo quería; que se volvería a casar con Idris de haber sabido todo lo que le esperaba.

El peral silvestre es cine de arte, obliga a meditar a quien lo ve. Las tres horas de proyección mantienen al público atento, intrigado, con frecuencia molesto con el protagonista, quien actúa más de una vez como un antihéroe.

La cinta se estrenó en México el viernes 10 de mayo; vale la pena verla dos o más veces, recomendarla. Llegan pocas películas tan rigurosas como ésta.