/ martes 29 de enero de 2019

Colaborar para la paz sin intervenir

Lo que parece estarse convirtiendo en una versión 2.0 de la Guerra Fría con motivo de la compleja situación derivada de la existencia de dos presidentes que alegan ser la autoridad legítima de Venezuela, hace necesario que nuestra Secretaría de Relaciones Exteriores hile muy fino para no quedar atrapados en una red de pretensiones geopolíticas de las que llamábamos “las grandes potencias”.

Es verdad que esa nación está afectada por un creciente enfrentamiento entre sus pobladores y una evidente disfunción del gobierno de Maduro que ha conducido a la descomposición de la vida social y está colocando a ese pueblo al borde de la guerra civil; pero también es cierto que ese debería ser un asunto que resuelvan los venezolanos sin que sus dificultades sirvan a otros de campo de disputa, a los que quizá lo que menos interesa son los padecimientos de los venezolanos que podrían acabar matándose unos a otros como otrora lo hicieron los coreanos o los vietnamitas. Como en la versión original de aquella confrontación entre bloques, a México no le conviene alinearse incondicionalmente con uno u otro. La cercanía con Estados Unidos. obliga a mantener una buena relación sin comprometer nuestro propio interés ni los vínculos cordiales con otros Estados.

Así como las experiencias personales condicionan nuestras actitudes frente a los problemas que enfrentamos, los precedentes históricos determinan la conducta de los pueblos. Cuando unos y otros se apartan de las lecciones de la experiencia, los resultados suelen ser negativos. Por eso conviene recurrir a las lecciones del pasado, particularmente cuando estas tienen una expresión constitucional, a fin de recorrer con mayor seguridad los nuevos caminos que se abren en el contexto internacional.

El principio de No Intervención deriva de las circunstancias vividas por México. Nuestra historia registra dolorosas intervenciones extranjeras que dejaron huella en la conciencia nacional, tanto que hasta un museo se destina a tenerlas presentes. Las injusticias padecidas nos llevan a considerar que lo que puede parecer acertado desde fuera, no necesariamente es lo que conviene al pueblo en cuya vida pretenderíamos entrometernos. No se trata de lavarse las manos ante los sufrimientos de otros, solo de acogerse a un principio moral del más alto rango en el que prescribe no hacer a otros lo que no queremos que nos hagan.

En la arena mundial siempre se están moviendo intereses concretos. La pretensión de salvar valores como la democracia o los derechos humanos, con frecuencia enmascara propósitos de dominación política y económica. Arabia Saudita, por ejemplo, no es precisamente un paraíso democrático y jamás se ha visto una alianza internacional para defender a los sujetos a este régimen arcaico, especialmente a las mujeres afectadas por un evidente trato discriminatorio. En los Balcanes y en Ruanda se prolongaron tragedias de vulneración de derechos humanos sin que se produjera una movilización internacional efectiva para evitarlas.

En nuestro hemisferio hay razones para desconfiar de iniciativas promovidas desde Washington para decidir quién debe ser desconocido o reconocido como gobernante y por eso nuestro país hace bien en atenerse a la sabiduría de la Doctrina Estrada, por virtud de la cual no nos pronunciamos en favor o en contra de la legitimidad de un gobierno, sino simplemente mantenemos o retiramos nuestra representación diplomática.

Por supuesto, ello supone una toma de posición frente a situaciones confusas o conflictivas en el exterior, pero no es una injerencia, como algunos analistas malentienden el apego a una larga tradición diplomática mexicana. Se dice que No Intervenir, es Intervenir, lo cual tergiversa la lógica del principio al que recurrimos en estas circunstancias. Intervenir significa juzgar la situación interna de otra nación y tomar acciones para modificarla o sostenerla; abstenerse de hacerlo no implica desconocer su existencia ni impide realizar acciones que contribuyan a una solución, siempre que estas sean aceptadas por los involucrados en un conflicto o auxilien a quienes sufren una persecución.

En situaciones previas el gobierno mexicano ha conseguido conciliar la No Intervención con la colaboración para alcanzar soluciones pacíficas, como ocurrió en el caso en que fue factor determinante en la configuración del Grupo Contadora para mediar entre quienes protagonizaban una sangrienta lucha armada en Centroamérica, y también ha sabido auxiliar a perseguidos como cuando acogió en su misión diplomática a quienes huían del golpe de Estado que derribó al presidente chileno Salvador Allende.

La negociación debe ser el camino, incluso ya hay abierta una vía para que esto funcione entre los Estados Unidos y Venezuela, razón de más para no precipitarnos en un sentido u otro, sino buscar ser parte de esas soluciones negociadas que han caracterizado y prestigiado a la diplomacia de nuestro país.

eduardoandrade1948@gmail.com

Lo que parece estarse convirtiendo en una versión 2.0 de la Guerra Fría con motivo de la compleja situación derivada de la existencia de dos presidentes que alegan ser la autoridad legítima de Venezuela, hace necesario que nuestra Secretaría de Relaciones Exteriores hile muy fino para no quedar atrapados en una red de pretensiones geopolíticas de las que llamábamos “las grandes potencias”.

Es verdad que esa nación está afectada por un creciente enfrentamiento entre sus pobladores y una evidente disfunción del gobierno de Maduro que ha conducido a la descomposición de la vida social y está colocando a ese pueblo al borde de la guerra civil; pero también es cierto que ese debería ser un asunto que resuelvan los venezolanos sin que sus dificultades sirvan a otros de campo de disputa, a los que quizá lo que menos interesa son los padecimientos de los venezolanos que podrían acabar matándose unos a otros como otrora lo hicieron los coreanos o los vietnamitas. Como en la versión original de aquella confrontación entre bloques, a México no le conviene alinearse incondicionalmente con uno u otro. La cercanía con Estados Unidos. obliga a mantener una buena relación sin comprometer nuestro propio interés ni los vínculos cordiales con otros Estados.

Así como las experiencias personales condicionan nuestras actitudes frente a los problemas que enfrentamos, los precedentes históricos determinan la conducta de los pueblos. Cuando unos y otros se apartan de las lecciones de la experiencia, los resultados suelen ser negativos. Por eso conviene recurrir a las lecciones del pasado, particularmente cuando estas tienen una expresión constitucional, a fin de recorrer con mayor seguridad los nuevos caminos que se abren en el contexto internacional.

El principio de No Intervención deriva de las circunstancias vividas por México. Nuestra historia registra dolorosas intervenciones extranjeras que dejaron huella en la conciencia nacional, tanto que hasta un museo se destina a tenerlas presentes. Las injusticias padecidas nos llevan a considerar que lo que puede parecer acertado desde fuera, no necesariamente es lo que conviene al pueblo en cuya vida pretenderíamos entrometernos. No se trata de lavarse las manos ante los sufrimientos de otros, solo de acogerse a un principio moral del más alto rango en el que prescribe no hacer a otros lo que no queremos que nos hagan.

En la arena mundial siempre se están moviendo intereses concretos. La pretensión de salvar valores como la democracia o los derechos humanos, con frecuencia enmascara propósitos de dominación política y económica. Arabia Saudita, por ejemplo, no es precisamente un paraíso democrático y jamás se ha visto una alianza internacional para defender a los sujetos a este régimen arcaico, especialmente a las mujeres afectadas por un evidente trato discriminatorio. En los Balcanes y en Ruanda se prolongaron tragedias de vulneración de derechos humanos sin que se produjera una movilización internacional efectiva para evitarlas.

En nuestro hemisferio hay razones para desconfiar de iniciativas promovidas desde Washington para decidir quién debe ser desconocido o reconocido como gobernante y por eso nuestro país hace bien en atenerse a la sabiduría de la Doctrina Estrada, por virtud de la cual no nos pronunciamos en favor o en contra de la legitimidad de un gobierno, sino simplemente mantenemos o retiramos nuestra representación diplomática.

Por supuesto, ello supone una toma de posición frente a situaciones confusas o conflictivas en el exterior, pero no es una injerencia, como algunos analistas malentienden el apego a una larga tradición diplomática mexicana. Se dice que No Intervenir, es Intervenir, lo cual tergiversa la lógica del principio al que recurrimos en estas circunstancias. Intervenir significa juzgar la situación interna de otra nación y tomar acciones para modificarla o sostenerla; abstenerse de hacerlo no implica desconocer su existencia ni impide realizar acciones que contribuyan a una solución, siempre que estas sean aceptadas por los involucrados en un conflicto o auxilien a quienes sufren una persecución.

En situaciones previas el gobierno mexicano ha conseguido conciliar la No Intervención con la colaboración para alcanzar soluciones pacíficas, como ocurrió en el caso en que fue factor determinante en la configuración del Grupo Contadora para mediar entre quienes protagonizaban una sangrienta lucha armada en Centroamérica, y también ha sabido auxiliar a perseguidos como cuando acogió en su misión diplomática a quienes huían del golpe de Estado que derribó al presidente chileno Salvador Allende.

La negociación debe ser el camino, incluso ya hay abierta una vía para que esto funcione entre los Estados Unidos y Venezuela, razón de más para no precipitarnos en un sentido u otro, sino buscar ser parte de esas soluciones negociadas que han caracterizado y prestigiado a la diplomacia de nuestro país.

eduardoandrade1948@gmail.com