/ domingo 7 de noviembre de 2021

Cultura a la mexicana

“No solo de ilusiones vive el hombre”…ni la mujer

Es curioso, en estos días en los que está de moda la posverdad, que el escenario público de nuestro país esté ocupado en gran parte: por el proceso de ratificación presidencial; la “cuasi heroica y encarnizada batalla” contra el neoliberalismo y sus emblemáticos sectores conservadores así como su injerencia en las universidades públicas, particularmente en nuestra máxima casa de estudio; las discusiones sobre la existencia de una “clase media aspiracionista”; la “conspiración” feminista diseñada a la medida contra el actual gobierno; la dosificada lucha contra la corrupción, vía Emilio Lozoya y por supuesto, la adelantadísima competencia para ser el dueño de la silla presidencial a partir de 2024. Temas “importantes” que no dejan mucho espacio al combate al crimen organizado en sus distintas facetas; la investigación de los incuantificables asesinatos dolosos, que se cuentan ya por muchas decenas de miles; la cotidiana violencia de género y sus cada vez más frecuentes feminicidios; el desabasto de medicamentos, así como los resultados del combate a la pandemia, entre otros, son asuntos que pasan inadvertidos a la atención gubernamental ante la “suma importancia” de los primeramente mencionados.

Para muchos de nosotros no hay duda que algo está mal, puesto que fueron precisamente la mayoría de estos últimos los que en 2018 convencieron a los votantes de la urgente necesidad de un radical cambio de régimen y que como gobernados, los movió a actuar en consecuencia, en los márgenes que la ley nos da, es decir, en las urnas electorales. Las cosas no podían seguir igual y se hizo lo que en principio correspondía, con un resultado extraordinario, que anunciaba una era de prosperidad, de acuerdo a como cada quién la pudiera entender, pues la mayoría de los mexicanos participamos en ello, y el triunfo fue de todos.

No guardo en la memoria un cambio de sexenio con más expectativas populares que el reciente, en las que con arreglo a la condición social de cada cual, se demandaran a las nuevas autoridades las acciones adecuadas para abatir los problemas colectivos que ya nos asfixiaban. Ingenuamente muchos esperábamos que casi mágicamente desaparecieran: la violencia generada por el crimen organizado, la corrupción a todos los niveles de gobierno, que el desempleo se erradicara al mínimo y las condiciones de trabajo se garantizaran para todos, que la procuración e impartición de justicia fueran efectivas, legales y justas, que el sistema de salud pública funcionara y por supuesto que tuviéramos un país socialmente equitativo y en calma.

De esta carta de buenos deseos, aún no tenemos noticias que permitan visualizar algún rayito de esperanza más bien todo lo contrario, ciertamente, los efectos de la pandemia han sido devastadores no solo para México sino para todo el mundo, complicando radicalmente la existencia a las sociedades más desarrolladas, obligándolas a reorganizarse y establecer nuevos hábitos de vida conforme a los dictados de la ciencia que nos advierte sobre nuevas amenazas derivadas de nuestra nefasta y abusiva acción contra el planeta y las demás especies que junto a nosotros lo habitamos.

Para colmo y no variarle, parece ser que nosotros vamos en sentido contrario a lo recomendado por las autoridades científicas y luchadores ambientalistas en todo el mundo, pues a la fecha, en esta administración no han sabido explicar con claridad el rumbo que seguimos y el por qué.

“La esperanza muere al último.”

napoleonef@hotmail.com

“No solo de ilusiones vive el hombre”…ni la mujer

Es curioso, en estos días en los que está de moda la posverdad, que el escenario público de nuestro país esté ocupado en gran parte: por el proceso de ratificación presidencial; la “cuasi heroica y encarnizada batalla” contra el neoliberalismo y sus emblemáticos sectores conservadores así como su injerencia en las universidades públicas, particularmente en nuestra máxima casa de estudio; las discusiones sobre la existencia de una “clase media aspiracionista”; la “conspiración” feminista diseñada a la medida contra el actual gobierno; la dosificada lucha contra la corrupción, vía Emilio Lozoya y por supuesto, la adelantadísima competencia para ser el dueño de la silla presidencial a partir de 2024. Temas “importantes” que no dejan mucho espacio al combate al crimen organizado en sus distintas facetas; la investigación de los incuantificables asesinatos dolosos, que se cuentan ya por muchas decenas de miles; la cotidiana violencia de género y sus cada vez más frecuentes feminicidios; el desabasto de medicamentos, así como los resultados del combate a la pandemia, entre otros, son asuntos que pasan inadvertidos a la atención gubernamental ante la “suma importancia” de los primeramente mencionados.

Para muchos de nosotros no hay duda que algo está mal, puesto que fueron precisamente la mayoría de estos últimos los que en 2018 convencieron a los votantes de la urgente necesidad de un radical cambio de régimen y que como gobernados, los movió a actuar en consecuencia, en los márgenes que la ley nos da, es decir, en las urnas electorales. Las cosas no podían seguir igual y se hizo lo que en principio correspondía, con un resultado extraordinario, que anunciaba una era de prosperidad, de acuerdo a como cada quién la pudiera entender, pues la mayoría de los mexicanos participamos en ello, y el triunfo fue de todos.

No guardo en la memoria un cambio de sexenio con más expectativas populares que el reciente, en las que con arreglo a la condición social de cada cual, se demandaran a las nuevas autoridades las acciones adecuadas para abatir los problemas colectivos que ya nos asfixiaban. Ingenuamente muchos esperábamos que casi mágicamente desaparecieran: la violencia generada por el crimen organizado, la corrupción a todos los niveles de gobierno, que el desempleo se erradicara al mínimo y las condiciones de trabajo se garantizaran para todos, que la procuración e impartición de justicia fueran efectivas, legales y justas, que el sistema de salud pública funcionara y por supuesto que tuviéramos un país socialmente equitativo y en calma.

De esta carta de buenos deseos, aún no tenemos noticias que permitan visualizar algún rayito de esperanza más bien todo lo contrario, ciertamente, los efectos de la pandemia han sido devastadores no solo para México sino para todo el mundo, complicando radicalmente la existencia a las sociedades más desarrolladas, obligándolas a reorganizarse y establecer nuevos hábitos de vida conforme a los dictados de la ciencia que nos advierte sobre nuevas amenazas derivadas de nuestra nefasta y abusiva acción contra el planeta y las demás especies que junto a nosotros lo habitamos.

Para colmo y no variarle, parece ser que nosotros vamos en sentido contrario a lo recomendado por las autoridades científicas y luchadores ambientalistas en todo el mundo, pues a la fecha, en esta administración no han sabido explicar con claridad el rumbo que seguimos y el por qué.

“La esperanza muere al último.”

napoleonef@hotmail.com

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