/ martes 4 de octubre de 2022

Dos mujeres a prueba

Debo decir que el título de esta colaboración, como toda cabeza periodística, busca llamar la atención del lector aunque la tesis que pretendo sostener tiende a negar la afirmación en él contenida. Me refiero a la reciente llegada al poder de sendas mujeres en dos de las naciones más importantes del Viejo Continente: el Reino Unido e Italia; Lyz Truss y Georgia Meloni respectivamente. Por diferentes razones ambas han despertado una ola de comentarios, varios notoriamente críticos, los que a mi juicio merecen un análisis ajeno a su sexo, de modo que no puede hablarse de que se trate de “dos mujeres” sino de dos gobernantes —me resisto a la ‘inclusion’ del barbarismo gobernanta, que no sería lenguaje incluyente, sino excluyente del sentido común y la corrección gramatical— y, consecuentemente se les juzgará solamente en razón de sus aciertos o errores. En tal valoración la ‘perspectiva de género’ tiene que ceder ante la ‘perspectiva de eficacia’.

Quien asciende al más alto cargo de responsabilidad gubernativa, por definición, ha llegado por sus capacidades políticas y es justamente esa característica la que se pone a prueba en su ejercicio, independientemente de si es mujer u hombre. Por ejemplo, los criticas a la Primera Ministra de Finlandia por haberse dejado grabar en un ambiente de fiesta bastante relajado, no pretendían denostarla como mujer, sino exigirle el comportamiento responsable que los gobernados esperan de sus dirigentes. Similares ataques se enderezaron contra el Premier británico Boris Johnson por sus festejos en plena pandemia, y esas censuras no tenían que ver con la condición de género de cada uno. Ciertamente la conducta de Johnson revelaba mayor gravedad que la de Sanna Marin, tanto así que acabó costándole el puesto; pero el punto es que el control de la opinión pública sobre quienes gobiernan, no tiene que ser matizado por ninguna otra característica que no sea la medida de los resultados que presenten.

Pretender que se les evalúe con mayor o menor severidad, tomando en consideración si se trata de un caballero o una dama, atenta justamente contra la igualdad que válidamente se pregona entre los dos sexos. Evidentemente, si es una mujer quien desempeña el puesto, ello comprueba la posibilidad de acceso igualitario a esa elevada función. Aplicar un criterio más benévolo a la mujer por el hecho de serlo, implicaría más una ofensa que una consideración.

Desde muchas décadas atrás ha habido mujeres de excepcional capacidad gubernativa que jamás hubieran pretendido ser objeto de favoritismos de género. Indira Ghandi en la India (1966-1984); Golda Meir en Israel (1969-1974) y Margaret Thatcher en Gran Bretaña (1979-1990) son excelentes ejemplos de ello. Más recientemente en Alemania, Angela Merkel ha sido ensalzada por su magnífica gestión como Canciller y Theresa May en el Reino Unido tuvo un breve pero efectivo y prudente ejercicio como Primera Ministra. Incluso yendo lejos en el tiempo, aunque efectivamente de modo poco frecuente por el predominio masculino, mujeres de enorme mérito político condujeron con brillantez importantes imperios. La historia registra a la reina Hatshepsut y Cleopatra en Egipto; la Reina de Saba en la península arábiga; a Artemisa I de Caria en Halicarnaso, a Isabel de Castilla en España, a Isabel I de Inglaterra y, en responsabilidades simbólicas de especial importancia para el pueblo británico, tuvieron extraordinarios desempeños las reinas Victoria e Isabel II, recientemente fallecida.

En nuestro país, sin ir más lejos, tenemos espectaculares ejemplos de gran habilidad política y gubernativa en el ámbito de la conducción de distintas entidades federativas, desde la primera mujer que gobernó un estado, el de Colima, en 1979, doña Griselda Álvarez de muy gratos recuerdos. Luego siguieron Beatriz Paredes en Tlaxcala, Dulce María Sauri e Ivonne Ortega en Yucatán, Amalia García en Zacatecas; Claudia Pavlovich en Sonora, entre otras que a vuelapluma menciono y, por supuesto, Rosario Robles y actualmente Claudia Sheinbaum en la enormemente difícil tarea de gobernar la capital del país. Todas ellas llegaron por méritos indiscutibles y no por cuotas preestablecidas y todas se han ganado el reconocimiento generalizado. Una nueva generación de gobernadoras ejerce en estos días y su valoración dependerá de lo que realicen al frente de sus gobiernos y no de su condición femenina. Ello está ocurriendo ya en Europa con las recién designadas primeras ministras. Por cierto, los medios británicos han emitido cuestionamientos muy severos contra Lyz Truss por la comisión de graves errores económicos que han dado lugar a que se califique su inicio en el cargo como “el peor de que se tenga memoria” y se ponga en duda su permanencia. En cuanto a Georgia Meloni, hay graves reservas con motivo de su filiación de extrema derecha, aunque ha tenido el cuidado de no pretender prohibir el aborto o los matrimonios homosexuales. En fin, las próximas semanas darán luz sobre el futuro de sus gobiernos.

eduardoandrade1948@gmail.com

Debo decir que el título de esta colaboración, como toda cabeza periodística, busca llamar la atención del lector aunque la tesis que pretendo sostener tiende a negar la afirmación en él contenida. Me refiero a la reciente llegada al poder de sendas mujeres en dos de las naciones más importantes del Viejo Continente: el Reino Unido e Italia; Lyz Truss y Georgia Meloni respectivamente. Por diferentes razones ambas han despertado una ola de comentarios, varios notoriamente críticos, los que a mi juicio merecen un análisis ajeno a su sexo, de modo que no puede hablarse de que se trate de “dos mujeres” sino de dos gobernantes —me resisto a la ‘inclusion’ del barbarismo gobernanta, que no sería lenguaje incluyente, sino excluyente del sentido común y la corrección gramatical— y, consecuentemente se les juzgará solamente en razón de sus aciertos o errores. En tal valoración la ‘perspectiva de género’ tiene que ceder ante la ‘perspectiva de eficacia’.

Quien asciende al más alto cargo de responsabilidad gubernativa, por definición, ha llegado por sus capacidades políticas y es justamente esa característica la que se pone a prueba en su ejercicio, independientemente de si es mujer u hombre. Por ejemplo, los criticas a la Primera Ministra de Finlandia por haberse dejado grabar en un ambiente de fiesta bastante relajado, no pretendían denostarla como mujer, sino exigirle el comportamiento responsable que los gobernados esperan de sus dirigentes. Similares ataques se enderezaron contra el Premier británico Boris Johnson por sus festejos en plena pandemia, y esas censuras no tenían que ver con la condición de género de cada uno. Ciertamente la conducta de Johnson revelaba mayor gravedad que la de Sanna Marin, tanto así que acabó costándole el puesto; pero el punto es que el control de la opinión pública sobre quienes gobiernan, no tiene que ser matizado por ninguna otra característica que no sea la medida de los resultados que presenten.

Pretender que se les evalúe con mayor o menor severidad, tomando en consideración si se trata de un caballero o una dama, atenta justamente contra la igualdad que válidamente se pregona entre los dos sexos. Evidentemente, si es una mujer quien desempeña el puesto, ello comprueba la posibilidad de acceso igualitario a esa elevada función. Aplicar un criterio más benévolo a la mujer por el hecho de serlo, implicaría más una ofensa que una consideración.

Desde muchas décadas atrás ha habido mujeres de excepcional capacidad gubernativa que jamás hubieran pretendido ser objeto de favoritismos de género. Indira Ghandi en la India (1966-1984); Golda Meir en Israel (1969-1974) y Margaret Thatcher en Gran Bretaña (1979-1990) son excelentes ejemplos de ello. Más recientemente en Alemania, Angela Merkel ha sido ensalzada por su magnífica gestión como Canciller y Theresa May en el Reino Unido tuvo un breve pero efectivo y prudente ejercicio como Primera Ministra. Incluso yendo lejos en el tiempo, aunque efectivamente de modo poco frecuente por el predominio masculino, mujeres de enorme mérito político condujeron con brillantez importantes imperios. La historia registra a la reina Hatshepsut y Cleopatra en Egipto; la Reina de Saba en la península arábiga; a Artemisa I de Caria en Halicarnaso, a Isabel de Castilla en España, a Isabel I de Inglaterra y, en responsabilidades simbólicas de especial importancia para el pueblo británico, tuvieron extraordinarios desempeños las reinas Victoria e Isabel II, recientemente fallecida.

En nuestro país, sin ir más lejos, tenemos espectaculares ejemplos de gran habilidad política y gubernativa en el ámbito de la conducción de distintas entidades federativas, desde la primera mujer que gobernó un estado, el de Colima, en 1979, doña Griselda Álvarez de muy gratos recuerdos. Luego siguieron Beatriz Paredes en Tlaxcala, Dulce María Sauri e Ivonne Ortega en Yucatán, Amalia García en Zacatecas; Claudia Pavlovich en Sonora, entre otras que a vuelapluma menciono y, por supuesto, Rosario Robles y actualmente Claudia Sheinbaum en la enormemente difícil tarea de gobernar la capital del país. Todas ellas llegaron por méritos indiscutibles y no por cuotas preestablecidas y todas se han ganado el reconocimiento generalizado. Una nueva generación de gobernadoras ejerce en estos días y su valoración dependerá de lo que realicen al frente de sus gobiernos y no de su condición femenina. Ello está ocurriendo ya en Europa con las recién designadas primeras ministras. Por cierto, los medios británicos han emitido cuestionamientos muy severos contra Lyz Truss por la comisión de graves errores económicos que han dado lugar a que se califique su inicio en el cargo como “el peor de que se tenga memoria” y se ponga en duda su permanencia. En cuanto a Georgia Meloni, hay graves reservas con motivo de su filiación de extrema derecha, aunque ha tenido el cuidado de no pretender prohibir el aborto o los matrimonios homosexuales. En fin, las próximas semanas darán luz sobre el futuro de sus gobiernos.

eduardoandrade1948@gmail.com