/ martes 31 de diciembre de 2019

Grandes capitales y la década perdida de Estados Unidos

Últimamente, los medios le han dado muchos dolores de cabeza a Elizabeth Warren. Una parte se debe a los tropiezos en su campaña, pero buena parte es una especie de reacción negativa visceral a sus críticas contra la influencia excesiva de los grandes capitales en la política, una reacción que en realidad justifica su argumento.

Es cierto que Warren, a principios de su carrera, organizó eventos de recaudación de fondos con donantes acaudalados. ¿Y? Las acusaciones de inconsistencia (dijiste X y ahora dices Y) suelen ser una evasión, una manera de evitar lidiar con el fundamento de lo que un candidato está diciendo. Después de todo, los políticos deberían cambiar de opinión cuando hay buenos motivos.

La pregunta debería ser, ¿Warren hizo lo correcto cuando anunció en febrero que suspendería los eventos de recaudación de fondos con los más ricos? En un sentido más amplio, ¿tiene razón al decir que los ricos tienen demasiada influencia política? Y, sin duda alguna, la respuesta a la segunda pregunta es sí.

Lo primero que hay que saber de los muy ricos es que, en lo político, son diferentes a ustedes y a mí. No se dejen engañar por el puñado de multimillonarios liberales o que dicen serlo. Estudios sistemáticos sobre la política de los megarricos demuestran que son muy conservadores, están obsesionados con los recortes fiscales, se oponen a la regulación ambiental y financiera y están ansiosos por eliminar los programas sociales.

Lo segundo: los ricos suelen obtener lo que quieren, incluso cuando la mayoría de la gente quiere lo opuesto. Por ejemplo, una inmensa mayoría de electores —incluyendo personas que se definen como republicanos— cree que las corporaciones pagan muy pocos impuestos. Sin embargo, la política nacional característica del gobierno de Trump fue un enorme recorte corporativo.

O hablando de un tema muy cercano a Warren: la mayoría de los estadounidenses, incluida una pluralidad de republicanos, están a favor de una regulación más estricta a los grandes bancos, pero incluso antes de que Trump asumiera la presidencia, las regulaciones relativamente laxas que se implementaron después de la crisis financiera de 2008 estaban bajo un ataque político sostenido.

¿Por qué un puñado de ricos ejerce tanta influencia en lo que se supone que es una democracia? Las contribuciones de campaña sólo son una parte de esa historia. Igual o más importante es la cadena de grupos de expertos, de cabilderos y de otro tipo financiados por multimillonarios que dictan el discurso político. También está la puerta giratoria: es tristemente normal que los exfuncionarios de ambos partidos acepten empleos en los grandes bancos, las corporaciones y las consultorías y las características de esos empleos no pueden sino influir en las políticas públicas, mientras los servidores públicos todavía están en el cargo.

Por último, la cobertura mediática de cuestiones relacionadas con políticas públicas muy frecuentemente parece reflejar las opiniones de los ricos.

Y cuando los candidatos hablan sobre la influencia excesiva de los ricos, ese tema también merece un debate serio, no los ataques baratos que he visto últimamente. Sé que este tipo de debate es incómodo para muchos periodistas. Precisamente por eso hay que llevarlo a cabo.

Últimamente, los medios le han dado muchos dolores de cabeza a Elizabeth Warren. Una parte se debe a los tropiezos en su campaña, pero buena parte es una especie de reacción negativa visceral a sus críticas contra la influencia excesiva de los grandes capitales en la política, una reacción que en realidad justifica su argumento.

Es cierto que Warren, a principios de su carrera, organizó eventos de recaudación de fondos con donantes acaudalados. ¿Y? Las acusaciones de inconsistencia (dijiste X y ahora dices Y) suelen ser una evasión, una manera de evitar lidiar con el fundamento de lo que un candidato está diciendo. Después de todo, los políticos deberían cambiar de opinión cuando hay buenos motivos.

La pregunta debería ser, ¿Warren hizo lo correcto cuando anunció en febrero que suspendería los eventos de recaudación de fondos con los más ricos? En un sentido más amplio, ¿tiene razón al decir que los ricos tienen demasiada influencia política? Y, sin duda alguna, la respuesta a la segunda pregunta es sí.

Lo primero que hay que saber de los muy ricos es que, en lo político, son diferentes a ustedes y a mí. No se dejen engañar por el puñado de multimillonarios liberales o que dicen serlo. Estudios sistemáticos sobre la política de los megarricos demuestran que son muy conservadores, están obsesionados con los recortes fiscales, se oponen a la regulación ambiental y financiera y están ansiosos por eliminar los programas sociales.

Lo segundo: los ricos suelen obtener lo que quieren, incluso cuando la mayoría de la gente quiere lo opuesto. Por ejemplo, una inmensa mayoría de electores —incluyendo personas que se definen como republicanos— cree que las corporaciones pagan muy pocos impuestos. Sin embargo, la política nacional característica del gobierno de Trump fue un enorme recorte corporativo.

O hablando de un tema muy cercano a Warren: la mayoría de los estadounidenses, incluida una pluralidad de republicanos, están a favor de una regulación más estricta a los grandes bancos, pero incluso antes de que Trump asumiera la presidencia, las regulaciones relativamente laxas que se implementaron después de la crisis financiera de 2008 estaban bajo un ataque político sostenido.

¿Por qué un puñado de ricos ejerce tanta influencia en lo que se supone que es una democracia? Las contribuciones de campaña sólo son una parte de esa historia. Igual o más importante es la cadena de grupos de expertos, de cabilderos y de otro tipo financiados por multimillonarios que dictan el discurso político. También está la puerta giratoria: es tristemente normal que los exfuncionarios de ambos partidos acepten empleos en los grandes bancos, las corporaciones y las consultorías y las características de esos empleos no pueden sino influir en las políticas públicas, mientras los servidores públicos todavía están en el cargo.

Por último, la cobertura mediática de cuestiones relacionadas con políticas públicas muy frecuentemente parece reflejar las opiniones de los ricos.

Y cuando los candidatos hablan sobre la influencia excesiva de los ricos, ese tema también merece un debate serio, no los ataques baratos que he visto últimamente. Sé que este tipo de debate es incómodo para muchos periodistas. Precisamente por eso hay que llevarlo a cabo.