/ martes 25 de septiembre de 2018

Hagamos corruptos los aranceles

En tiempos normales, el anuncio de que Donald Trump impondría aranceles a productos chinos por un valor de 200 mil millones, acercándonos a una guerra comercial sin cuartel, habría predominado en los encabezados durante días. Pero como están las cosas, se convirtió en una noticia de las que quedan debajo del pliegue del periódico o a la mitad de la pantalla, ahogada entre todos los demás escándalos en progreso.

Los aranceles de Trump son un acuerdo malo y grande. Su impacto económico directo será modesto, aunque para nada insignificante. Sin embargo, los números no nos dicen toda la historia.

La política comercial trumpiana ha desafiado las reglas que el mismo Estados Unidos creó hace más de 80 años con el propósito de asegurarse de que los aranceles reflejaran las prioridades nacionales, no el poder de los intereses especiales.

Se podría decir que Donald Trump está haciendo nuevamente corruptos los aranceles. Y el daño será perdurable.

Hasta ahora, ha impuesto aranceles a importaciones estadounidenses por un valor aproximado de 300 mil millones de dólares, con tasas arancelarias establecidas para aumentar hasta un máximo de 25%.

Aunque Trump y sus funcionarios siguen afirmando que este es un impuesto para los extranjeros, en realidad es un aumento de impuestos para Estados Unidos.

No obstante, el solo impacto económico no es la única parte de la historia. La otra parte es la perversión del proceso. Existen reglas que establecen cuándo un presidente puede imponer aranceles; Trump ha obedecido estas reglas al pie de la letra, apenas, pero se ha burlado de su espíritu. ¿Bloquear importaciones de Canadá en nombre de la Seguridad Nacional? ¿En serio?

En otras palabras, tratándose de aranceles, al igual que muchas otras cosas, Trump, en esencia, abrogó el Estado de Derecho y lo remplazó con sus propios caprichos personales. Esto tendrá un par de consecuencias funestas.

Primero, le abre la puerta a la corrupción a la antigua. Como dije, la mayoría de los aranceles son para insumos de las empresas, y algunas están recibiendo un trato especial. Por lo tanto, ahora existen aranceles considerables sobre el acero importado, pero a algunos usuarios de acero —incluyendo la subsidiaria estadounidense de una empresa rusa sancionada— se les otorgó el derecho de importar acero libre de impuestos.

Entonces, ¿cuáles son los criterios para dichas exenciones? Nadie lo sabe, pero existen todas las razones para creer que el favoritismo político ya está desatado.

Además de eso, Estados Unidos ha echado por la borda su credibilidad de negociación. En el pasado, los países que firmaban acuerdos comerciales con Estados Unidos creían que un acuerdo era un compromiso. Ahora saben que sin importar los documentos que se puedan suscribir, el presidente todavía puede estar en libertad de bloquear sus exportaciones, por motivos engañosos, en el momento que quiera hacerlo.


En tiempos normales, el anuncio de que Donald Trump impondría aranceles a productos chinos por un valor de 200 mil millones, acercándonos a una guerra comercial sin cuartel, habría predominado en los encabezados durante días. Pero como están las cosas, se convirtió en una noticia de las que quedan debajo del pliegue del periódico o a la mitad de la pantalla, ahogada entre todos los demás escándalos en progreso.

Los aranceles de Trump son un acuerdo malo y grande. Su impacto económico directo será modesto, aunque para nada insignificante. Sin embargo, los números no nos dicen toda la historia.

La política comercial trumpiana ha desafiado las reglas que el mismo Estados Unidos creó hace más de 80 años con el propósito de asegurarse de que los aranceles reflejaran las prioridades nacionales, no el poder de los intereses especiales.

Se podría decir que Donald Trump está haciendo nuevamente corruptos los aranceles. Y el daño será perdurable.

Hasta ahora, ha impuesto aranceles a importaciones estadounidenses por un valor aproximado de 300 mil millones de dólares, con tasas arancelarias establecidas para aumentar hasta un máximo de 25%.

Aunque Trump y sus funcionarios siguen afirmando que este es un impuesto para los extranjeros, en realidad es un aumento de impuestos para Estados Unidos.

No obstante, el solo impacto económico no es la única parte de la historia. La otra parte es la perversión del proceso. Existen reglas que establecen cuándo un presidente puede imponer aranceles; Trump ha obedecido estas reglas al pie de la letra, apenas, pero se ha burlado de su espíritu. ¿Bloquear importaciones de Canadá en nombre de la Seguridad Nacional? ¿En serio?

En otras palabras, tratándose de aranceles, al igual que muchas otras cosas, Trump, en esencia, abrogó el Estado de Derecho y lo remplazó con sus propios caprichos personales. Esto tendrá un par de consecuencias funestas.

Primero, le abre la puerta a la corrupción a la antigua. Como dije, la mayoría de los aranceles son para insumos de las empresas, y algunas están recibiendo un trato especial. Por lo tanto, ahora existen aranceles considerables sobre el acero importado, pero a algunos usuarios de acero —incluyendo la subsidiaria estadounidense de una empresa rusa sancionada— se les otorgó el derecho de importar acero libre de impuestos.

Entonces, ¿cuáles son los criterios para dichas exenciones? Nadie lo sabe, pero existen todas las razones para creer que el favoritismo político ya está desatado.

Además de eso, Estados Unidos ha echado por la borda su credibilidad de negociación. En el pasado, los países que firmaban acuerdos comerciales con Estados Unidos creían que un acuerdo era un compromiso. Ahora saben que sin importar los documentos que se puedan suscribir, el presidente todavía puede estar en libertad de bloquear sus exportaciones, por motivos engañosos, en el momento que quiera hacerlo.