Pues nada, que para mitades de los sesenta en México aquello comenzaba a despuntar hacia rumbos nuevos ¿cuáles? Nadie lo sabía entonces, digo, antes de 1968 que fue cuando tronó el cohete social y los muchachos salieron a la calle para exigir lo que tenían que exigir, y tenían pleno derecho porque estaban hasta el copete de que los mandamases políticos decidieran su vida y destino.
Pero mientras eran peras o perones, el ambiente estaba tenso, impregnado de aromas de cambio. Ya se gestaba una transformación de la sociedad como resultado de un crecimiento demográfico y urbano constantes, cambios que producían una creciente diversidad en la organización social y generaba innovación en la cultura intelectual, estética y política.
Para empezar, como que ya comenzaba a digerirse la jalea de las represiones de finales de los cincuenta: la de los maestros, los ferrocarrileros, los médicos.
Los presagios eran que el país ya no aguantaba más el silencio colectivo. Fueron muchas las señales. En el principio fue el arte y la cultura. La música, la nueva ola en el cine, la plástica se orientaba más hacia lo social y así en cuanto a la creación y a la reflexión, pero esto tenía un fondo: la organización y el reclamo político.
A la música que se venía escuchando por mucho tiempo –por ejemplo-, se sumaba las rolas que traían los nuevos aires y que ya respiraban los jovenazos de entonces; aquellos que nacieron a principios de los cincuenta y que para entonces tendrían quince años por lo menos. Es decir, los papás de los papás de hoy. Y convivían viejas formas, pero llegaban nuevas:
Por ahí de 1965 en la radio se escuchaban los boleros que hacían vibrar el corazón: Los tríos musicales como Los Panchos (“Sin un amor, la vida no se llama vida...”) o cuartetos, como Los Dandy’s (“Tú como piedra preciosa, como divina joya, valiosa de verdad...”) o solistas como el gran Javier Solís: (“Sombras nada más, acariciando mis manos...”).
Y los corridos que contaban historias de héroes revolucionarios, de aventureros o bandoleros afamados por intrépidos, como ‘El Ojo de Vidrio’ o “Juan Charrasqueado” al que mataron nada más por ser ‘borracho, parrandero y jugador...(y porque) de aquellos campos no quedaba ni una flor”.
Estos coincidían con las rancheras vigorosas y bravías, las de José Alfredo Jiménez, de Cuco Sánchez, con Miguel Aceves Mejía, Lola Beltrán – quien ‘agarró por su cuenta Bellas Artes’...- Y la “música tropical” de ambiente urbano y ‘clase bajero’ decían los rotos fufurufos de entonces. Eran danzones, chachachás, cumbias (“¡Ah-ah-ah...al sonar los tambores... es la pollera colorá-pa’llá-pa’ca...!“
Y ya estaban en el aire las baladas y el rock en español. Se escuchaba a Angélica María, César Costa, Enrique Guzmán, como también los grupos que encabezaban la rebelión musical: Los rebeldes del rock; Los Teen Tops; Los Camisas Negras... El grito de batalla era el “Rock de la cárcel”.
Todo estaba impregnado ya de esos ‘aires de libertad’. Y como siempre, los primeros indicios estaban en la cultura, en las artes, en las expresiones más sensibles e intensas. No en balde el maestro Miguel Ángel Granados Chapa, en su artículo final dijo que la cultura, las artes, son las únicas que podrán redimir al ser humano.
Así que era natural que a mediados de los sesenta surgiera una nueva forma de hacer literatura. De decir y pensar las cosas que se veían y cómo se sentían. Comenzó a ser una literatura irreverente, libertaria, sin contenciones, sin miradas al infinito vacío, sin recovecos: directa la flecha.
Nacía un movimiento literario integrado por muchachos-escritores que pretendían una ruptura con la literatura tradicional. Si primer escalón sería la utilización de un lenguaje más abierto, más irreverente y ajeno a los moldes tradicionales.
Y aunque sus padres los habían educado al modo tradicional en la mayoría de los casos el entorno social los hacía estar en desacuerdo no sólo con esas costumbres sino, sobre todo, con el régimen autoritario que prevalecía por muchos años. Así que una forma de decir “no” a todo esto era la construcción de un nuevo mundo literario.
Y desde ahí, como ventana al mundo y de puertas abiertas, la literatura mexicana habría de hablar de cosas antes impronunciables, o por lo menos no de forma tan expresa: el sexo, por ejemplo. Había que expresarlo y sentir emoción, pero también transmitir esa emoción y sus sensaciones.
Se hablaba del amor, de las drogas, de lo que pasaba en el mundo y que ya se tenía a la mano por la radio, la televisión, la prensa, la música, la literatura, las artes.
México ya no sería sólo México; era parte de un mundo total y absoluto; con sus pústulas sociales, pero también con todas las posibilidades de solución, de apertura y participación, porque sólo mediante un cambio de actitudes podrían generarse soluciones a problemas viejos.
‘La Literatura de la Onda es fundamentalmente de temática urbana, y tiene como argumento las vicisitudes de jóvenes que se expresaban según un nuevo tipo de lenguaje realista, la música pop y el rock and roll.
‘Este movimiento pretendía desarrollar un lenguaje que de hecho ya usaban los grupos más marginados de la ciudad de México, quienes también tenían acceso, aunque de manera marginal, al habla de las clases pudientes de México, y la criticaban acremente.’
Se dice que eso de “Literatura de la Onda” se debe a la escritora Margo Glantz, quien en un largo ensayo sobre la literatura mexicana califica como “Los estudiantes de la onda” a los jóvenes creadores e innovadores de mediados de los sesenta y cuyas particularidades radicaban en un lenguaje propio, la juventud a través de personajes principales y formas novedosas de expresión.
Aquellos jóvenes escritores rechazaron el calificativo argumentando que ni eran “una onda” ni estaban para que se les encasillara, toda vez que ellos mismos repudiaban los ‘encasillamientos’ mentales y sociales.
Y en realidad no fue un movimiento premeditado. Se dio porque como en todo cuerpo social, las partes tienen un ritmo y un momento oportuno e ineludible.
Así que de pronto apareció la obra de Gustavo Sáinz: “Gazapo (1965), de José Agustín: “De perfil” (1966) y “Pasto verde” (1968), de Parménides García Saldaña y René Avilés Fabila: “Los juegos” (1967)... y más grandes-enormes escritores.
“Como lo ha detallado Ignacio Trejo Fuentes en su relectura a cuarenta años de publicada la novela, Gazapo desconcertó porque en apariencia estaba concebida “bajo conceptos muy poco literarios, su lenguaje era el hablado por los jóvenes de clase media del Distrito Federal y las cosas que contaban resultaban ‛niñerías’, ‛insignificancias’”. (Cfr. Guillermo Vega Zaragoza)
“De perfil” es la historia del nacimiento de toda una actitud ante la vida, la de muchos jóvenes que empezaron a modificar, hasta sus raíces, nuestros modos de comportamiento en todos los terrenos. Su lenguaje es una necesidad de contenido: como el mundo que aquí se despliega es el de la juventud, de quienes empiezan a erguirse por sus propios pies (...) las formas y las palabras son jóvenes también, muestran una vitalidad feroz y un propósito firme de revitalizar el arte.” Y:
“Pasto Verde”: "Sí nena yo estoy solo pero dime ¿cómo has estado acostumbrada a amar? Dime ¿cómo te han enseñado a amarme? Dime ¿cómo me has visto siempre? Claro nena a veces te entra lo sentimental y lloras por no estar junto a mí sabes que lo único en mi vida eres tú y tú amándome a medias llena de prejuicios idiotas y convencionalismos mientras que yo gritando que estoy solo y tú muy calmada repitiendo que amor es todas aquellas fórmulas viejas que te enseñaron en la escuela de monjas en tu hogar”.
La “Literatura de la Onda” es indispensable en el proceso de creación literaria en México. Luego se caminaría por los rieles que aquellos muchachos trazaron. Por ahí siguieron muchos más escritores que luego llegaron y llegan, ya sin etiquetas o sin candados. La cosa es la innovación y el arte como expresión y solución de vida. A los cuatro vientos.
“En el jardín, abrimos las jaulas de los pájaros para dejarlos escapa. También echamos tierra en la alberca. Rompimos dos floreros. En el baño tiramos la pasta de dientes a la tina mojamos todos los jabones, limpiamos nuestros zapatos con las toallas...” (José Agustín)