/ sábado 1 de julio de 2023

La Moviola | Indiana Jones y el dial del destino: un héroe nunca cuelga el sombrero

@lamoviola

A Indy le duelen los huesos. Camina algo lento aunque conserva no el garbo, porque tampoco era lo suyo, pero sí cierta gallardía. Es un héroe crepuscular que lucha por adaptarse a los tiempos sin renegar de su origen. No lo ha consumido la hipocresía maniquea de la buenes narrativa que nos agobia y en una escena de su más reciente aventura le arrebata un cartel a un chavo en una manifestación pacifista y le suelta un coco a uno de los villanos con el palo de madera de la consigna.

En Indiana Jones y el dial del destino (James Mangold, 2023) hay estertores de una industria que ya no es. No agobian los easter eggs y pareciera un filme hecho para una generación diferente a la que va al cine a ver el final post créditos. Tampoco existen paternalismos: Indy le pega a los 80 y la historia nunca niega esa circunstancia. ¿Incide esto en niños de 40, 50 años que quieren ver lo mismo que hace cuatro décadas? Tal vez. Las críticas han ido por varios lados. Pero el doctor Jones, no está acostumbrado a darle a nadie por su lado y la historia tiene congruencia, dignidad. Ni modo chavos, nos estamos haciendo viejos y una pataleta no lo va a solucionar. Mejor lo disfrutamos y nos reímos un poco.

El filme es un estertor de los modos, las influencias narrativas de una buena época: la del cine ochentero con sus ejecutivos–creativos, hoy se les llama show runner, que aventaban sus influencias en la creación de personajes. Experimentaban. Confiaban en el público. En los créditos del filme los nombres de Spielberg y Lucas, claro, pero también de Kathellen Kennedy y Frank Marshall. E.T: el extraterrestre, Parque Jurásico por mencionar dos títulos, no hubieran sido posibles sin estos creativos.

Se nota, en la mística narrativa de la película. Un inicio espectacular con Indiana, ¿hace falta que ponga el crédito de Harrison Ford?, persiguiendo y después huyendo de nazis para recuperar un aparato muy antiguo que resulta ser el dial del destino, creado por Arquimides y que puede cambiar el pasado. Son unos veinte minutos en los que a Ford se le aplica CGI para que luzca mucho más joven. Se extraña esa forma de contar una historia sin miedo al público y retoma muy bien lo que es el cine de aventuras clásico.

Años después en 1968, Jones yace alcoholizado y solitario en un departamento, además de retirado de aventuras, pero no de dar clases en la universidad ante jóvenes indiferentes que trata con cierta indulgencia. Aparece una alumna oyente que le hace un par de cuestionamientos que interesan al doctor Jones. La chava resulta ser Helena Shaw (Phoebe Waller Bridge), hija de Basil Shaw (el estupendo Toby Jones), compañero de algunas aventuras de Indiana. Pues sí, hay un empoderamiento femenino, que el personaje evitaba, pero la misma historia se lo toma bien y nunca deja de ser fiel a sí misma.

Helena quiere el dial del destino porque resulta ser una mercenaria. El aparato, lo busca también Jûrgen Voller (Madds Mikkelsen, en su punto de maldad), nazi rencoroso que cree que puede todavía ganar la guerra. Y en ese punto, nuestro héroe crepuscular no tiene de otra que estar de regreso. En escena aparece también Antonio Banderas, inevitable no sonreír ante su acento gatuno y en la memoria de lo mejor de la saga, Teddy (Ethan Isidore), un niño metiche que aparece en todo el filme pero casi no interactúa con Indy.

En el dial del destino, los buenos son audaces y con honor, los villanos son villanísimos. Y ni uno ni otro se andan con tibiezas. Es la narrativa clásica contemporánea, si se me permite la paradoja, que nos recuerda por qué nos enamoramos del cine y admiramos a los héroes del canon. Porque eso es Indiana Jones, un clásico que en esta ocasión con dignidad nos enseña que se puede evolucionar y envejecer y conservar la fuerte dignidad de un icono.

Por cierto, no aparece Shia LeBouff y eso sí que es un acierto. Indy pues, no ha colgado el sombrero.

@lamoviola

A Indy le duelen los huesos. Camina algo lento aunque conserva no el garbo, porque tampoco era lo suyo, pero sí cierta gallardía. Es un héroe crepuscular que lucha por adaptarse a los tiempos sin renegar de su origen. No lo ha consumido la hipocresía maniquea de la buenes narrativa que nos agobia y en una escena de su más reciente aventura le arrebata un cartel a un chavo en una manifestación pacifista y le suelta un coco a uno de los villanos con el palo de madera de la consigna.

En Indiana Jones y el dial del destino (James Mangold, 2023) hay estertores de una industria que ya no es. No agobian los easter eggs y pareciera un filme hecho para una generación diferente a la que va al cine a ver el final post créditos. Tampoco existen paternalismos: Indy le pega a los 80 y la historia nunca niega esa circunstancia. ¿Incide esto en niños de 40, 50 años que quieren ver lo mismo que hace cuatro décadas? Tal vez. Las críticas han ido por varios lados. Pero el doctor Jones, no está acostumbrado a darle a nadie por su lado y la historia tiene congruencia, dignidad. Ni modo chavos, nos estamos haciendo viejos y una pataleta no lo va a solucionar. Mejor lo disfrutamos y nos reímos un poco.

El filme es un estertor de los modos, las influencias narrativas de una buena época: la del cine ochentero con sus ejecutivos–creativos, hoy se les llama show runner, que aventaban sus influencias en la creación de personajes. Experimentaban. Confiaban en el público. En los créditos del filme los nombres de Spielberg y Lucas, claro, pero también de Kathellen Kennedy y Frank Marshall. E.T: el extraterrestre, Parque Jurásico por mencionar dos títulos, no hubieran sido posibles sin estos creativos.

Se nota, en la mística narrativa de la película. Un inicio espectacular con Indiana, ¿hace falta que ponga el crédito de Harrison Ford?, persiguiendo y después huyendo de nazis para recuperar un aparato muy antiguo que resulta ser el dial del destino, creado por Arquimides y que puede cambiar el pasado. Son unos veinte minutos en los que a Ford se le aplica CGI para que luzca mucho más joven. Se extraña esa forma de contar una historia sin miedo al público y retoma muy bien lo que es el cine de aventuras clásico.

Años después en 1968, Jones yace alcoholizado y solitario en un departamento, además de retirado de aventuras, pero no de dar clases en la universidad ante jóvenes indiferentes que trata con cierta indulgencia. Aparece una alumna oyente que le hace un par de cuestionamientos que interesan al doctor Jones. La chava resulta ser Helena Shaw (Phoebe Waller Bridge), hija de Basil Shaw (el estupendo Toby Jones), compañero de algunas aventuras de Indiana. Pues sí, hay un empoderamiento femenino, que el personaje evitaba, pero la misma historia se lo toma bien y nunca deja de ser fiel a sí misma.

Helena quiere el dial del destino porque resulta ser una mercenaria. El aparato, lo busca también Jûrgen Voller (Madds Mikkelsen, en su punto de maldad), nazi rencoroso que cree que puede todavía ganar la guerra. Y en ese punto, nuestro héroe crepuscular no tiene de otra que estar de regreso. En escena aparece también Antonio Banderas, inevitable no sonreír ante su acento gatuno y en la memoria de lo mejor de la saga, Teddy (Ethan Isidore), un niño metiche que aparece en todo el filme pero casi no interactúa con Indy.

En el dial del destino, los buenos son audaces y con honor, los villanos son villanísimos. Y ni uno ni otro se andan con tibiezas. Es la narrativa clásica contemporánea, si se me permite la paradoja, que nos recuerda por qué nos enamoramos del cine y admiramos a los héroes del canon. Porque eso es Indiana Jones, un clásico que en esta ocasión con dignidad nos enseña que se puede evolucionar y envejecer y conservar la fuerte dignidad de un icono.

Por cierto, no aparece Shia LeBouff y eso sí que es un acierto. Indy pues, no ha colgado el sombrero.