/ martes 28 de julio de 2020

La nueva economía mundial

La pandemia ha traído nuevas concepciones económicas que hasta hace poco parecían impensables. Los bancos centrales han pasado de ser prestamistas de última instancia a convertirse en administradores de los mercados mediante la aplicación de fondos destinados a incrementar la actividad económica.

A fines del siglo pasado se generalizó el otorgamiento de autonomía a los bancos centrales, la cual se consideraba como indispensable para garantizar un adecuado manejo económico. Tal fenómeno resulta profundamente contradictorio con la esencia democrática pues se supone que el pueblo ejerce su soberanía mediante la elección de sus gobernantes, pero la teoría económica considera que estos necesariamente serán incapaces de manejar la economía; por lo tanto hay que despojarlos de la capacidad de emitir moneda y definir la política monetaria para darle esas atribuciones a un organismo con autonomía que lo separa del interés gubernamental pero lo acerca a las exigencias del capital transnacional.

Pues ahora resulta que quienes pensábamos, supuestamente en forma poco ortodoxa, que la autonomía de los bancos centrales no necesariamente está vinculada con el interés nacional porque privilegia las concepciones tecnocráticas en lugar de atender los problemas sociales, no estábamos tan equivocados. En un artículo reciente de la revista The Economist, queda constancia de las nuevas condiciones que inspiran la política económica. Justamente es “política económica” porque no es ajena a las decisiones de poder, y las tendencias autonómicas pretenden que esa política no sea decidida por los políticos pese a que en una democracia, tengan el apoyo de los votantes.

Pero ahora vemos un giro, y los bancos centrales se convierten en colaboradores de los gobiernos a fin de sortear la tremenda crisis económica, asumiendo la tarea de financiar a los gobiernos para impulsar el desarrollo. En ese escenario, los países ricos están endeudándose en un porcentaje del 17 % de su producto interno bruto combinado, lo cual representa un monto de 4.2 billones, esto es la inimaginable cantidad de ¡4 millones de millones, más 200 mil millones de dólares! Todavía existe la posibilidad de que estas cantidades aumenten según se discute en los Estados Unidos, y la manera como se comporten las necesidades de la Unión Europea que, por lo pronto, ya aprobó un endeudamiento colectivo de 750,000 millones de euros.

Llama la atención que estos enormes endeudamientos están apoyados por la impresión de dinero que realizan los bancos centrales de esos países. Tanto la Reserva Federal de los Estados Unidos como el Banco Central Europeo o el Banco de Japón, no tienen limitaciones para emitir billetes considerando además que los intereses cercanos a cero les permiten realizar esa función. Es necesario entonces pensar en que, como señalan algunos economistas, los bancos centrales de los demás países también deberían tener la posibilidad de imprimir dinero para financiar el impulso de la actividad económica que ha sufrido enormes daños con motivo de la pandemia. Es verdad que la contratación de deuda no resulta aconsejable, como lo ha señalado el Presidente López Obrador, porque condiciona al país a quedar atado a los créditos extranjeros y ellos se vuelven particularmente peligrosos —como lo dice la propia publicación— si de pronto varían los intereses y el país se ve sometido a una presión inesperada, tal como ocurrió en los años setenta en que se atrajo a todos los países subdesarrollados a la trampa de un endeudamiento que supuestamente les iba a servir para financiar su desarrollo. En el propio artículo al que me refiero se hace notar que puede ser muy atractivo el empleo de estos recursos prestados para fortalecer la infraestructura, pero con ese mismo señuelo se embarcó a los países subdesarrollados a obtener recursos que luego no pudieron pagar al incrementarse las tasas de interés, generándose crisis recurrentes por la deuda prácticamente en todos ellos. De manera que la reserva expresada por el Titular del Ejecutivo se justifica plenamente en relación con esos créditos externos, pero bien podría explorarse la posibilidad de que así como lo hacen los países ricos a través de sus bancos centrales, nuestros bancos en los países de menor desarrollo tuvieran también la posibilidad de acudir al elegantemente llamado “quantitative easing”, para apoyar al gobierno a salir del enorme bache que se aproxima.

La cuestión es que aún suponiendo que al interior de nuestra economía la tasa de interés no pudiera acercarse a cero, el financiamiento otorgado por nuestro propio Banco Central se reciclaría dentro de la economía nacional y podrían acordarse muy largos plazos para redimir ese endeudamiento. Si tomamos en cuenta el giro de 180 grados que se está dando en el pensamiento económico mundial, bien valdría la pena que nosotros también repensáramos el esquema que podemos aplicar para enfrentar el futuro.

eduardoandrade1948@gmail.com

La pandemia ha traído nuevas concepciones económicas que hasta hace poco parecían impensables. Los bancos centrales han pasado de ser prestamistas de última instancia a convertirse en administradores de los mercados mediante la aplicación de fondos destinados a incrementar la actividad económica.

A fines del siglo pasado se generalizó el otorgamiento de autonomía a los bancos centrales, la cual se consideraba como indispensable para garantizar un adecuado manejo económico. Tal fenómeno resulta profundamente contradictorio con la esencia democrática pues se supone que el pueblo ejerce su soberanía mediante la elección de sus gobernantes, pero la teoría económica considera que estos necesariamente serán incapaces de manejar la economía; por lo tanto hay que despojarlos de la capacidad de emitir moneda y definir la política monetaria para darle esas atribuciones a un organismo con autonomía que lo separa del interés gubernamental pero lo acerca a las exigencias del capital transnacional.

Pues ahora resulta que quienes pensábamos, supuestamente en forma poco ortodoxa, que la autonomía de los bancos centrales no necesariamente está vinculada con el interés nacional porque privilegia las concepciones tecnocráticas en lugar de atender los problemas sociales, no estábamos tan equivocados. En un artículo reciente de la revista The Economist, queda constancia de las nuevas condiciones que inspiran la política económica. Justamente es “política económica” porque no es ajena a las decisiones de poder, y las tendencias autonómicas pretenden que esa política no sea decidida por los políticos pese a que en una democracia, tengan el apoyo de los votantes.

Pero ahora vemos un giro, y los bancos centrales se convierten en colaboradores de los gobiernos a fin de sortear la tremenda crisis económica, asumiendo la tarea de financiar a los gobiernos para impulsar el desarrollo. En ese escenario, los países ricos están endeudándose en un porcentaje del 17 % de su producto interno bruto combinado, lo cual representa un monto de 4.2 billones, esto es la inimaginable cantidad de ¡4 millones de millones, más 200 mil millones de dólares! Todavía existe la posibilidad de que estas cantidades aumenten según se discute en los Estados Unidos, y la manera como se comporten las necesidades de la Unión Europea que, por lo pronto, ya aprobó un endeudamiento colectivo de 750,000 millones de euros.

Llama la atención que estos enormes endeudamientos están apoyados por la impresión de dinero que realizan los bancos centrales de esos países. Tanto la Reserva Federal de los Estados Unidos como el Banco Central Europeo o el Banco de Japón, no tienen limitaciones para emitir billetes considerando además que los intereses cercanos a cero les permiten realizar esa función. Es necesario entonces pensar en que, como señalan algunos economistas, los bancos centrales de los demás países también deberían tener la posibilidad de imprimir dinero para financiar el impulso de la actividad económica que ha sufrido enormes daños con motivo de la pandemia. Es verdad que la contratación de deuda no resulta aconsejable, como lo ha señalado el Presidente López Obrador, porque condiciona al país a quedar atado a los créditos extranjeros y ellos se vuelven particularmente peligrosos —como lo dice la propia publicación— si de pronto varían los intereses y el país se ve sometido a una presión inesperada, tal como ocurrió en los años setenta en que se atrajo a todos los países subdesarrollados a la trampa de un endeudamiento que supuestamente les iba a servir para financiar su desarrollo. En el propio artículo al que me refiero se hace notar que puede ser muy atractivo el empleo de estos recursos prestados para fortalecer la infraestructura, pero con ese mismo señuelo se embarcó a los países subdesarrollados a obtener recursos que luego no pudieron pagar al incrementarse las tasas de interés, generándose crisis recurrentes por la deuda prácticamente en todos ellos. De manera que la reserva expresada por el Titular del Ejecutivo se justifica plenamente en relación con esos créditos externos, pero bien podría explorarse la posibilidad de que así como lo hacen los países ricos a través de sus bancos centrales, nuestros bancos en los países de menor desarrollo tuvieran también la posibilidad de acudir al elegantemente llamado “quantitative easing”, para apoyar al gobierno a salir del enorme bache que se aproxima.

La cuestión es que aún suponiendo que al interior de nuestra economía la tasa de interés no pudiera acercarse a cero, el financiamiento otorgado por nuestro propio Banco Central se reciclaría dentro de la economía nacional y podrían acordarse muy largos plazos para redimir ese endeudamiento. Si tomamos en cuenta el giro de 180 grados que se está dando en el pensamiento económico mundial, bien valdría la pena que nosotros también repensáramos el esquema que podemos aplicar para enfrentar el futuro.

eduardoandrade1948@gmail.com