/ lunes 13 de febrero de 2023

La última guerra civil inglesa

Desde finales del siglo XVII hasta nuestros días, Inglaterra se ha caracterizado por ser un país con estabilidad y gobernabilidad. Previo a esto, no obstante, el país de Winston Churchill, John Maynard Keynes y los Beatles se vio golpeado recurrentemente por guerras civiles durante 600 años. Desde la Conquista Normanda en 1066 hasta la Revolución Gloriosa de 1688-89, Inglaterra solía sumirse en una guerra civil casi cada cincuenta años. En términos televisivos, estamos hablando de un Juego de Tronos en esteroides.

En un artículo para la revista Daedalus, Francis Fukuyama –a quien algunos no termina por gustar, pero que no deja de ser un politólogo sobresaliente– argumenta que este ciclo de violencia intestina terminó por dos condiciones políticas primordiales, a saber: a) la acumulación gradual de leyes y el respeto a éstas por parte de los principales actores políticos en Inglaterra, y b) la consolidación de un estado Inglés fuerte así como de un sentido de identidad nacional. Esto lleva a Fukuyama a sostener que son los factores normativos la clave para alcanzar arreglos políticos estables y duraderos –dicho sea de paso, una buena tesis de posgrado sería ver qué tanto explica esto al México Posrevolucionario.

Es frecuente escuchar, y con razón, que una guerra civil –o cualquier conflicto, en general– requiere de una salida política. Sin embargo, la expresión “una salida política” se torna menos abstracta cuando se señalan sus características concretas: ¿Una negociación?, ¿cuotas de representación?, ¿acuerdos entre las élites?, o ¿dinero y otras prebendas a una facción para que se calme la cosa?

En cualquier caso, para Fukuyama resultan insuficientes las explicaciones basadas en la elección racional, según las cuales los acuerdos políticos son resultado de conflictos estancados –stalemated conflicts– en los que las facciones en pugna reconocen que un acuerdo político es su segundo o tercer mejor resultado posible –frente a su objetivo inicial: una victoria rotunda a su favor.

Adicionalmente a esto, el autor señala dos cuestiones esenciales para una salida política de largo plazo: la creencia –y el compromiso– entre las facciones del valor de una Constitución y de la importancia de la legalidad, e instituciones que tienen un cierto grado de autonomía frente a las facciones políticas en competencia. Puesto diferente, es fundamental que los actores políticos acuerden y se ciñan a esos acuerdos, preferentemente enmarcados en una Constitución política –y a las leyes e instituciones que de ella provengan. De lo contrario, los acuerdos políticos no pasarán de ser treguas temporales en medio de una competencia política prolongada.

En suma, Fukuyama termina señalando que no puede haber una democracia estable sin un compromiso normativo con la democracia y el estado de derecho. Y, por otra parte, no puede haber un Estado estable a menos que exista una comprensión compartida de la identidad nacional que, a su vez, sustente la legitimidad de un Estado sólido.

Discanto: No es casualidad que esta entrega haya sido sobre un artículo de 2018. El día de la Constitución en México nos viene a recordar lo importante que es respetar las reglas del juego –escritas y no escritas.

*Consultor

Desde finales del siglo XVII hasta nuestros días, Inglaterra se ha caracterizado por ser un país con estabilidad y gobernabilidad. Previo a esto, no obstante, el país de Winston Churchill, John Maynard Keynes y los Beatles se vio golpeado recurrentemente por guerras civiles durante 600 años. Desde la Conquista Normanda en 1066 hasta la Revolución Gloriosa de 1688-89, Inglaterra solía sumirse en una guerra civil casi cada cincuenta años. En términos televisivos, estamos hablando de un Juego de Tronos en esteroides.

En un artículo para la revista Daedalus, Francis Fukuyama –a quien algunos no termina por gustar, pero que no deja de ser un politólogo sobresaliente– argumenta que este ciclo de violencia intestina terminó por dos condiciones políticas primordiales, a saber: a) la acumulación gradual de leyes y el respeto a éstas por parte de los principales actores políticos en Inglaterra, y b) la consolidación de un estado Inglés fuerte así como de un sentido de identidad nacional. Esto lleva a Fukuyama a sostener que son los factores normativos la clave para alcanzar arreglos políticos estables y duraderos –dicho sea de paso, una buena tesis de posgrado sería ver qué tanto explica esto al México Posrevolucionario.

Es frecuente escuchar, y con razón, que una guerra civil –o cualquier conflicto, en general– requiere de una salida política. Sin embargo, la expresión “una salida política” se torna menos abstracta cuando se señalan sus características concretas: ¿Una negociación?, ¿cuotas de representación?, ¿acuerdos entre las élites?, o ¿dinero y otras prebendas a una facción para que se calme la cosa?

En cualquier caso, para Fukuyama resultan insuficientes las explicaciones basadas en la elección racional, según las cuales los acuerdos políticos son resultado de conflictos estancados –stalemated conflicts– en los que las facciones en pugna reconocen que un acuerdo político es su segundo o tercer mejor resultado posible –frente a su objetivo inicial: una victoria rotunda a su favor.

Adicionalmente a esto, el autor señala dos cuestiones esenciales para una salida política de largo plazo: la creencia –y el compromiso– entre las facciones del valor de una Constitución y de la importancia de la legalidad, e instituciones que tienen un cierto grado de autonomía frente a las facciones políticas en competencia. Puesto diferente, es fundamental que los actores políticos acuerden y se ciñan a esos acuerdos, preferentemente enmarcados en una Constitución política –y a las leyes e instituciones que de ella provengan. De lo contrario, los acuerdos políticos no pasarán de ser treguas temporales en medio de una competencia política prolongada.

En suma, Fukuyama termina señalando que no puede haber una democracia estable sin un compromiso normativo con la democracia y el estado de derecho. Y, por otra parte, no puede haber un Estado estable a menos que exista una comprensión compartida de la identidad nacional que, a su vez, sustente la legitimidad de un Estado sólido.

Discanto: No es casualidad que esta entrega haya sido sobre un artículo de 2018. El día de la Constitución en México nos viene a recordar lo importante que es respetar las reglas del juego –escritas y no escritas.

*Consultor