/ martes 26 de mayo de 2020

Las medida del progreso (I)

La idea de medir adecuadamente el progreso, avance o mejora de la vida colectiva, superando la vinculación del desarrollo solo con la medición del Producto Interno Bruto es algo muy serio y no debe juzgarse frívolamente la intención del Presidente López Obrador al respecto. Evidentemente la medida del PIB como acumulación de bienes y servicios producidos anualmente en un país no refleja la auténtica elevación del nivel de vida de sus integrantes. Dividir ese valor entre los habitantes de una nación y así generar el concepto de PIB per cápita, es de todo punto inadecuada para constatar la verdadera condición económica de una sociedad. La cifra de 9600 dólares anuales por persona, asignada estadísticamente a nuestro país no dice nada acerca del grado de satisfacción de las necesidades de cada persona. Ese promedio no da cuenta de la diferencia entre lo que percibe Carlos Slim anualmente y los recursos de que dispone un habitante de las profundidades de la sierra oaxaqueña, si bien no necesariamente este tiene que ser menos feliz que aquel.

Incluso las espectaculares tasas de crecimiento de China son engañosas, porque han generado una enorme concentración en la parte superior de la pirámide social ocupada por personas que han acumulado una inmensa riqueza y la ostentan de manera casi insultante, frente a miles y miles de trabajadores que operan prácticamente en condiciones de esclavitud.

No está de más precisar que no me mueve un afán interesado de coincidir con el Ejecutivo en sus planteamientos sobre la adecuada medición del desarrollo, pues es un tema que me ha apasionado desde hace más de 30 años. Al respecto elaboré una propuesta como parte central de mi tesis de doctorado, mediante una metodología que incluso se adelantaba a los elementos que posteriormente aparecieron como integrados al Indice de Desarrollo Humano (IDH) que aplica la ONU, de lo cual doy cuenta en mi libro de texto sobre Teoría General del Estado cuya primera edición se remonta a 1987. En ediciones posteriores he desarrollado referencias a los avances que existen en torno a una fórmula más equilibrada que refleje un promedio del nivel de vida y no de la producción de bienes y servicios, puesto que el PIB deja de lado la medición de la distribución de la riqueza, el acceso a servicios básicos y el nivel de consumo en diferentes capas sociales.

Entre los citados avances se encuentran indicadores como el de Bienestar Económico Neto, el Índice de Bienestar Económico Sostenible, el Indicador de Progreso Real, o el citado IDH que matizan los resultados estrictamente economicistas al combinar variables como la alfabetización; el acceso a la educación superior; a los servicios de salud; la expectativa de vida; la mortalidad infantil; la aportación del trabajo doméstico, etc.

Desde los análisis de Aristóteles se sabe que la estabilidad social depende en gran medida de una justa y equilibrada distribución de la riqueza, de ahí que el grado de desigualdad resulte importante para conocer las condiciones reales de satisfacción comunitaria y para ese efecto existe el Coeficiente de Gini que mide la distribución desigual de satisfactores. Pero no basta con medir la desigualdad puesto que el objetivo debe ser disminuirla, ya que constituye el mayor disruptor de la vida social en el mundo. Cada vez son más los políticos y pensadores que han buscado fórmulas tendientes a reducirla. La obra más reciente de Thomas Piketty “Capital et idéologie” contiene nociones que deberían ser consideradas para el establecimiento de indicadores más precisos en cuanto al nivel de vida alcanzado por un país. El autor documenta ampliamente el brutal incremento de la desigualdad en el mundo durante las últimas cuatro décadas. Entre las causas menciona la revolución conservadora iniciada en los 80’s, el colapso del comunismo soviético y el desarrollo de una ideología “neopropietarista” que aumentó la concentración del ingreso y la riqueza.

Pese a la disminución de la desigualdad alcanzada mediante las políticas del Estado de Bienestar, el neoliberalismo condujo a este incremento de la injusticia social y el socialismo denominado “democrático” no fue capaz de detener el tsunami. Para reorientar la vida en sociedad en términos justos Piketty propone un “socialismo participativo”. Las acciones específicas que plantea deberían ser insumos a incorporar en los nuevos métodos de medición del bienestar social. Entre dichas acciones se encuentran:

> La redistribución de la capacidad decisoria en las empresas privadas, incorporando representantes de los trabajadores en sus Consejos de Administración. Este esquema se aplica en Alemania, donde la mitad de los lugares en tales consejos se destina a representantes de los empleados y, en Suecia, una tercera parte de esos sitios. La evidencia muestra que la Coadministración ha tenido buenos resultados. Tal procedimiento no se aplicaría en empresas pequeñas o familiares pero sí en las grandes corporaciones.



eduardoandrade1948@gmail.com

La idea de medir adecuadamente el progreso, avance o mejora de la vida colectiva, superando la vinculación del desarrollo solo con la medición del Producto Interno Bruto es algo muy serio y no debe juzgarse frívolamente la intención del Presidente López Obrador al respecto. Evidentemente la medida del PIB como acumulación de bienes y servicios producidos anualmente en un país no refleja la auténtica elevación del nivel de vida de sus integrantes. Dividir ese valor entre los habitantes de una nación y así generar el concepto de PIB per cápita, es de todo punto inadecuada para constatar la verdadera condición económica de una sociedad. La cifra de 9600 dólares anuales por persona, asignada estadísticamente a nuestro país no dice nada acerca del grado de satisfacción de las necesidades de cada persona. Ese promedio no da cuenta de la diferencia entre lo que percibe Carlos Slim anualmente y los recursos de que dispone un habitante de las profundidades de la sierra oaxaqueña, si bien no necesariamente este tiene que ser menos feliz que aquel.

Incluso las espectaculares tasas de crecimiento de China son engañosas, porque han generado una enorme concentración en la parte superior de la pirámide social ocupada por personas que han acumulado una inmensa riqueza y la ostentan de manera casi insultante, frente a miles y miles de trabajadores que operan prácticamente en condiciones de esclavitud.

No está de más precisar que no me mueve un afán interesado de coincidir con el Ejecutivo en sus planteamientos sobre la adecuada medición del desarrollo, pues es un tema que me ha apasionado desde hace más de 30 años. Al respecto elaboré una propuesta como parte central de mi tesis de doctorado, mediante una metodología que incluso se adelantaba a los elementos que posteriormente aparecieron como integrados al Indice de Desarrollo Humano (IDH) que aplica la ONU, de lo cual doy cuenta en mi libro de texto sobre Teoría General del Estado cuya primera edición se remonta a 1987. En ediciones posteriores he desarrollado referencias a los avances que existen en torno a una fórmula más equilibrada que refleje un promedio del nivel de vida y no de la producción de bienes y servicios, puesto que el PIB deja de lado la medición de la distribución de la riqueza, el acceso a servicios básicos y el nivel de consumo en diferentes capas sociales.

Entre los citados avances se encuentran indicadores como el de Bienestar Económico Neto, el Índice de Bienestar Económico Sostenible, el Indicador de Progreso Real, o el citado IDH que matizan los resultados estrictamente economicistas al combinar variables como la alfabetización; el acceso a la educación superior; a los servicios de salud; la expectativa de vida; la mortalidad infantil; la aportación del trabajo doméstico, etc.

Desde los análisis de Aristóteles se sabe que la estabilidad social depende en gran medida de una justa y equilibrada distribución de la riqueza, de ahí que el grado de desigualdad resulte importante para conocer las condiciones reales de satisfacción comunitaria y para ese efecto existe el Coeficiente de Gini que mide la distribución desigual de satisfactores. Pero no basta con medir la desigualdad puesto que el objetivo debe ser disminuirla, ya que constituye el mayor disruptor de la vida social en el mundo. Cada vez son más los políticos y pensadores que han buscado fórmulas tendientes a reducirla. La obra más reciente de Thomas Piketty “Capital et idéologie” contiene nociones que deberían ser consideradas para el establecimiento de indicadores más precisos en cuanto al nivel de vida alcanzado por un país. El autor documenta ampliamente el brutal incremento de la desigualdad en el mundo durante las últimas cuatro décadas. Entre las causas menciona la revolución conservadora iniciada en los 80’s, el colapso del comunismo soviético y el desarrollo de una ideología “neopropietarista” que aumentó la concentración del ingreso y la riqueza.

Pese a la disminución de la desigualdad alcanzada mediante las políticas del Estado de Bienestar, el neoliberalismo condujo a este incremento de la injusticia social y el socialismo denominado “democrático” no fue capaz de detener el tsunami. Para reorientar la vida en sociedad en términos justos Piketty propone un “socialismo participativo”. Las acciones específicas que plantea deberían ser insumos a incorporar en los nuevos métodos de medición del bienestar social. Entre dichas acciones se encuentran:

> La redistribución de la capacidad decisoria en las empresas privadas, incorporando representantes de los trabajadores en sus Consejos de Administración. Este esquema se aplica en Alemania, donde la mitad de los lugares en tales consejos se destina a representantes de los empleados y, en Suecia, una tercera parte de esos sitios. La evidencia muestra que la Coadministración ha tenido buenos resultados. Tal procedimiento no se aplicaría en empresas pequeñas o familiares pero sí en las grandes corporaciones.



eduardoandrade1948@gmail.com